«La pandemia dañó tanto a los recluidos como a los que simularon que no pasaba nada»
La escritora madrileña afincada en Donostia aborda en 'La ventana' los devastadores efectos del confinamiento y la desescalada en una joven ilustradora en paro
Cuatro años después de 'La danza del sol', Isabel Alba (Madrid, 1959) describe en 'La ventana' la devastación anímica, económica y social de una joven ilustradora en paro durante los primeros meses de la pandemia. A juicio de la escritora afincada en Donostia, en toda pandemia –y también en ésta–, «la sociedad siempre se ha dividido entre aquéllos que se recluyen por instinto de supervivencia y los que se abrazan al 'carpe diem', a ese escapismo de tirar para adelante como si no pasara nada. Ambos están dañados». En cuanto a lo de que íbamos a salir mejores, «mi impresión es que no ha sido así», afirma.
– ¿Lo escribió en caliente, durante el confinamiento, o espero a que las cosas se reposaran?
– No lo escribí durante el confinamiento. De hecho, no me sentía capaz de escribir nada, estaba completamente bloqueada. Esa idea de que podíamos aprovechar el tiempo y disfrutarlo, bueno, dependería de las circunstancias de cada cual, pero en general, la situación nos bloqueó. Lo escribí en la primavera del año pasado y fue un proceso curioso porque el libro salió solo. Fue como si vomitara todo el dolor, la pena y la rabia, no sólo míos, sino colectivos. Combiné lo que recordaba del confinamiento con lo que estaba pasando un año después.
– ¿Qué nos pasó como sociedad durante el confinamiento?
– Mi impresión es que el confinamiento y la pandemia en general nos generó a todos sensación de desconcierto e incertidumbre, y un daño tanto individual como colectivo.
– La protagonista de 'La ventana' detecta que mascarilla y espacio están íntimamente relacionados. Sólo nos la quitábamos en aquellos lugares que percibíamos de nuestra propiedad.
– Sí. Durante toda la desescalada, tuve un sentido muy fuerte del espacio y de las relaciones de poder que ahí se establecían. Me obsesionó cómo se ejercía el poder de unos sobre otros a través del uso de la mascarilla.
– ¿En qué sentido?
– Usábamos la mascarilla en los espacios que no nos pertenecían. Quien sentía que por derecho un espacio le pertenecía no la utilizaba, al igual que quienes querían usurpárselo a los otros. Unas personas jugaban con el miedo de las otras y con la jerarquía para mostrar su poder.
«El libro salió solo. Escribirlo fue como si vomitara todo el dolor, la pena y la rabia, no sólo míos, sino colectivos»
– Tampoco el confinamiento fue igual para todos: unos lo vivieron en un piso, otros en sus viviendas en las urbanizaciones.
– Insisto en eso. Fue un signo absoluto de desigualdad y la imagen que se daba de muchas personas que hablaban del confinamiento como un privilegio lo era desde su situación. Para otros no lo fue, estaba en un piso de 30 metros cuadrados, con su familia y por la ventana veía un muro. No es lo mismo que pasarlo en una urbanización. Mucha gente cogió y se marchó el primer día a sus casas de campo o de la playa y ahí disfrutó del confinamiento. Claro que para ellos fue una oportunidad de descansar o de crear, pero para el resto, la mayoría, no.
– Pasados ya dos años, ¿cómo cabe interpretar lo de los aplausos a las ocho?
– Ahí lo que ha pasado es que se ha aprovechado la pandemia, no para mejorar las condiciones de pacientes y trabajadores de la Sanidad, sino para aumentar los recortes. Se dio una imagen de los trabajadores de la Sanidad como héroes y luego la gente se sintió decepcionada porque la Sanidad no respondió. Y en lugar de culpar a los gobiernos, culparon a los profesionales. Siempre es más fácil en los momentos críticos culpar a alguien cercano y concreto que hacerlo con alguien que ni siquiera sabes dónde está realmente. Por eso pasamos de los aplausos a las agresiones.
– La protagonista también se siente agobiada por los mensajes que ve en las redes sociales...
– Ha habido una comunicación muy mala, en Euskadi, por parte de Sanidad del Gobierno Vasco. Era confusa, contradictoria, a veces alarmista, a veces todo lo contrario... Generaba un malestar en la población y tener tantas ventanas abiertas a través de las redes sociales, acabas viviendo con un desasosiego y un malestar tremendos. Si estás hiperinformado eso genera la sensación de incertidumbre de no tener suelo bajo tus pies. Y eso a su vez genera mucha agresividad porque es un mecanismo de defensa frente a lo que no controlas.
'La ventana'
Autora: Isabel Alba.
Estilo: Novela.
Editorial: Acantilado.
Páginas: 128. Precio: 14 euros.
– Al igual que en su anterior novela, 'La danza del sol', la protagonista vive la familia como salvación y a la vez, como condena.
– No lo había pensado, pero es probable que así sea. La lejanía y falta de contacto que hubo en ese momento con la familia... La protagonista recuerda aquellos tiempos en los que la familia fue condena, pero en ese momento hay algo más instintivo, como es la necesidad de contacto físico.
– A medida que avanza la pandemia, esta mujer se va sintiendo más incomprendida por parte de la gente que tiene prisa por recuperar la normalidad.
– Así es. Estuve leyendo cosas sobre epidemias y pandemias, y coinciden en que la sociedad siempre se ha dividido en dos: algunas personas se recluyen por instinto de supervivencia y a otras les lleva al 'carpe diem', a ese escapismo de tirar para adelante como si no pasara nada. Hubo un momento en el que eso generó mucha tensión social y los que se quedaron dentro fueron completamente invisibles, mientras que los otros todo lo contrario. Desde la ventana lo que ves es que la gente ha recuperado la normalidad, pero quedan los que no se ven, que no la han recuperado. En cualquier caso, ambos tipos de personas están dañadas. Unos son más conscientes del trauma y otros intentan borrar lo que pasó, pero en los dos casos hay un daño.
– La protagonista, que trabaja como ilustradora, hace un retrato muy crítico del ámbito laboral en el mundo de la cultura.
– Todos los que trabajamos en el mundo de la cultura sabemos que nuestra situación es tremendamente precaria y en momentos así, te encuentras sin trabajo ni ingresos. En marzo los autores cobramos los derechos por nuestras obras. No te llega el dinero y tienes que sobrevivir.
«Usábamos la mascarilla en los espacios que no nos pertenecían. Me obsesionó cómo se ejercía con ella el poder de unos sobre otros»
– Incluso la solidaridad dentro del sector es inexistente, en contra de la imagen que en ocasiones quiere proyectar.
– Los gremios muy precarios siempre son muy insolidarios y competitivos. En lugar de unirse, que es lo que dicta el sentido común, lo que se produce es competitividad e insolidaridad.
– ¿Le gustaría que 'La ventana' quedara como un testimonio de la pandemia escrito casi en tiempo real?
– En todos mis libros hay una obsesión por la memoria y sí que me inquietaba que sucediera lo que pasó con la mal llamada 'gripe española', que causó un trauma tan grande que se borró de la historia. Se han empezado a escribir sobre ella hace muy pocos años. No hay que olvidar porque estamos dañados y para recuperarnos necesitamos que quede constancia y memoria de lo sucedido. Pero también era importante plasmar mi dolor y mi pena, pero mostrando lo que nos estaba pasando a todos. Quería interactuar con gente que estaba sufriendo y que ha quedado tan invisibilizada para que se reconociera ahí.
– Íbamos a salir mejores...
– No lo comparto. En los momentos críticos sale lo mejor y lo peor de las personas. Algunas, al ver la fragilidad de las demás, actuando dañando y otras, actúan solidariamente. Y como sociedad hemos salido peor. Parecía que íbamos a repensar la sociedad en la que vivíamos, pero mi impresión es que no ha sido así. Creo que la sociedad ha salido muy dañada.