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Charlote Brönte, que publicaría sus poema y la novela 'Jean Eyre' bajo el seudónimo de Currer Bell. R.C.
Escritoras liberadas de sus máscaras masculinas

Escritoras liberadas de sus máscaras masculinas

Seix Barral restituye su identidad a algunas de las autoras que se ocultaron bajo alias varoniles para sortear prejuicios machistas y publicar

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Sábado, 8 de agosto 2020, 22:15

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«La literatura no puede ser asunto de la vida de una mujer». El poeta Robert Southey respondió así en 1836 a la joven profesora que le envió sus poemas tratando de publicarlos. Lejos de desanimarse, los editó bajo el seudónimo de Currer Bell. Fue la máscara masculina de Charlotte Brontë (1816-1855), futura autora de 'Jane Eyre', y que como tantas coetáneas ocultó su nombre y su sexo. Casi dos siglos después se debate la posibilidad de restituir su identidad real a muchas de aquellas escritoras enmascaradas como varones.

Publicar con seudónimo es un recurso y un derecho que ejercen hoy algunas autoras por múltiples razones. Elena Ferrante en Italia y Carmen Mola en España -si es que es una mujer- son casos recientes, pero sus predecesoras debieron ocultar, además, su género para superar prejuicios y barreras machistas.

La historia está plagada de autoras obligadas a masculinizarse para publicar. George Sand escondía la identidad de Amantine Aurore Dupin (1804-1876). Rafael Lunala la de Matilde Cherner (1833-1880). Tras George Eliot se ocultaba Mary Ann Evans (1819-1880) y Fernán Caballero era Cecilia Böhl de Faber (1796-1877).

J. K. Rowling, autora de Harry Potter, ocultó su nombre con iniciales y firmó como Robert Galbraith su serie policial

Las tres hermanas Brönte se masculinizaron. Charlotte se convirtió en Currer Bell, Anne en Acton Bell y Emily en Ellis Bell. «Emily y Anne nunca usaron sus nombres reales en la portada mientras vivieron», recuerda Emily Auerbach, profesora y autora de 'Conociendo a Jean Austin', quien usó el femenino seudónimo de 'A Lady' (Una dama).

Hoy los logros del feminismo imponen nuevas reglas y sensibilidades, abriendo el debate sobre la pertinencia de publicar a estas autoras con sus nombres reales. Y así lo entendió Seix Barral, editorial que comenzó hace meses a restituir su identidad a algunas de estas damas de letras publicando 'Indiana', de Dupin, y 'Ocaso y aurora', de Cherner, por primera vez con los nombres verdaderos de sus autoras y tachando el alias en la portada.

Devolverles su nombre es «un simbólico gesto de justicia» para Elena Ramírez, editora del sello, que al liberarlas del seudónimo las equipara a otros clásicos de su época. Seix Barral hará lo propio con obras de autoras que no pudieron publicar con su nombre. Es el caso de 'Silas Marner', de George Eliot-Mary Ann Evans, y 'Embrujadas', de Vernon Lee, seudónimo de Violet Paget. El alcance de la serie no se ha fijado.

Ninguneadas

Las razones de estas autoras para escudarse tras nombres masculinos son dispares pero con un denominador común: la imposibilidad de hacerse un hueco en un mundo editorial y literario manejado por varones que las ninguneaban y negaban su talento. George Sand se refugió en su seudónimo porque, ya casada, empezó a escribir en la prensa parisina junto a su amante, Jules Sandeau. De la contracción de su apellido surge su 'nom de plume', Sand. La literatura fue para ella una necesidad, no un capricho, y siguió escribiendo cuando rompió con Sandeau. En 'Indiana' su primera novela en solitario, mantuvo el Sand para no comprometer el apellido de su marido, de quien se separaría. Autora muy prolífica, publicaría 'Lélia', 'El compañero de Francia', 'Consuelo' o 'Los maestros soñadores'.

Matilde Cherner fue una intelectual y periodista republicana que abordó asuntos como la educación de la mujer, su acceso a la universidad, la prostitución o la monarquía. Como Rafael Luna firmó 'Ocaso y aurora', novela sobre las consecuencias de los hechos históricos en los personajes. También escribió 'Novelas que parecen dramas', 'Las tres leyes', o 'María Magdalena'.

Hoy las autoras aún luchan contra los prejuicios. En 2015, antes del #MeToo, la estadounidense Catherine Nichols envió un manuscrito suyo a 50 agentes literarios bajo un seudónimo masculino y se sorprendió con 17 respuestas positivas. Cuando envió el mismo original con su nombre, recibió solo dos favorables. Cuando J. K. Rowling ultimaba la publicación del primer libro de Harry Potter, sus editores le pidieron cambiar su nombre de Joanne por iniciales para atraer lectores varones. «Me podrían haber llamado Enid Snodgrass», dijo Rowling, que en 2013 recurrió al seudónimo de Robert Galbraith para lanzar 'El canto del cuco', primera de su cuatro novelas policíacas.

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