Clausura desde lo alto del podio
Crítica ·
CARLOS RODRÍGUEZ VIDONDO
Lunes, 29 de julio 2019, 06:35
«Este premio lo recibo con las manos de todos estos grandes músicos que han trabajado conmigo. Nada puede hacerse solo» agradecía John Zorn ... al recoger la placa que lo distinguía no sólo como Premio Donostiako Jazzaldia 2019, sino también como campeón de su propia maratón. De esta manera daba comienzo la segunda etapa de una carrera que el sábado había concluido en lo más alto con un trío rockero y que ayer se retomaba desde el mismo punto donde lo habíamos dejado. Tras la peculiar tarde previa, Nova Quartet aparentaron volver a las raíces del blues pentatónico y los ritmos más tradicionales, aunque solo fuera por un instante. Una melodía de serie de los 90 (starring Medeski&Co.) agitó los asientos, pero Zorn nos había vuelto a engañar. Para el segundo tema, el free jazz más anárquico y veloz se abrió paso como una exhalación en un viaje cósmico y abstracto. Luego, el suave vaivén de la bossa nova mantuvo al oyente un tanto desorientado, mientras los músicos parecían expresar: «Hacemos esto porque podemos».
Riley y Lange pusieron algo de cordura en una audición que en un inicio no prometía tanto, pero que acabó convirtiéndose en uno de los dúos más interesantes de la maratón, para sorpresa de todos. Dos guitarras acústicas cómplices y con un sonido muy cuidado, que manejaron a la perfección tanto los silencios como las dinámicas. Se comprendieron en todo momento, respetando sus espacios y volúmenes, llegando a tantear los terrenos del folk y los giros arabescos en temas de carácter más modal que atonal. A continuación, aterrizó un trío de piano clásico. Dunn y Wollesen volvieron a enfundarse en sus trajes de faena junto a Brian Marsella para derramar un rápido swing con melodía 'interruptus'. Caminando de la mano, los tres intérpretes sonaban potentes, creciendo y decreciendo de forma paralela y engranándose en todas las provocaciones rítmicas. La baqueta del plato ride sonaba firme y empujando a la banda hacia el infinito, hasta que decidió tomarse un descanso en una composición que recordó tímidamente a las 'Gnossiennes' de Satie.
Segunda puesta en pie del auditorio, mientras Zorn anunciaba el 'set especial' de Ikue Mori. La japonesa, agazapada tras la pantalla de ordenador, empezó a emitir una misteriosa magia que salía en forma de sonidos de animales, motores y crujidos a través de los monitores. El público empezó a buscar en el techo el origen de estos ecos, pero pronto muchos intentaron encontrar respuestas entre los rostros extrañados del patio de butacas. Alguna cabezada inevitable que interrumpió el nuevo fichaje de Zorn: Kris Davis. La pianista canadiense es una de las jóvenes talentos que mejor encaja en la idea del artista y así lo manifestó. Bien acompañada de algunas caras ya conocidas por el auditorio, su piano y la guitarra de Halvorson deleitaron, a excepción de un poco de 'bola' sonora provocada por el exceso de pedal.
J. Zorn: Bagatelles Marathon II
El espectáculo de Peter Evans con su trompeta llamaba la atención. En un solitario escenario, el trompetista escogió cuatro semicorcheas con las que hizo todo tipo de virguerías a velocidades de infarto. Y digo infarto porque parecía no coger aire mientras despachaba notas y sonidos ahogados provocados por los cambios de embocadura, el chorro de aire y el juego con el micrófono. Pero el verdadero cierre del Kursaal corrió a cargo del trío Asmodeus, pilotado por un Marc Ribot muy aplaudido que ya había hecho las delicias de la Trinidad junto a Diana Krall en la noche anterior. Potente batería, distorsión en el bajo y un estilo entre el metal y el free dirigido por el mismísimo Zorn en escena. El Kursaal vibró hasta los cimientos en su despedida, llegando a la meta con un triunfo que lo condecoró con la corona de laurel y el primer puesto en el podio de esta Marathon que ya es historia en el Olimpo del festival.
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