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El 'Franco' de Andrés Nagel que provocó a una pequeña multitud frente a la Galería B el día de la muerte del dictador. A. N.
Entre la dictadura y lo que vino después: luces y sombras de una cultura vasca en tránsito
Historia

Entre la dictadura y lo que vino después: luces y sombras de una cultura vasca en tránsito

Creadores y artistas vascos recuerdan el clima previo a la muerte de Franco hace medio siglo y los convulsos tiempos que llegaron después

Alberto Moyano

San Sebastián

Domingo, 2 de febrero 2025, 07:22

Quiso la casualidad que el 20 de noviembre de 1975, cuando Franco llevaba apenas unas horas muerto en el Hospital de La Paz de Madrid, la Galería B de San Sebastián luciera en su escaparate una pieza de la exposición que se inauguraría ese mismo día. Se trataba de una obra de Andrés Nagel que mostraba al generalísimo tumbado y en estado grave, bajo la luz blanca que emitía un tubo fluorescente. El dictador mostraba un aspecto no muy diferente al que años después se podría ver en las fotos que publicó una revista.

«La cosa no llegó a nada –explica el artista donostiarra, que por aquel entonces tenía 28 años– porque los viandantes comenzaron a detenerse frente al escaparate, situado en la esquina de la calle Prim con la Plaza de Bilbao, hasta invadir la propia carretera. A mediodía, me llamaron asustadísimos los de la Galería porque al descubrir el escaparate, se había formado una aglomeración en la calle hasta invadir la calle y que había que quitarlo. Así que lo cambiamos de sitio y no pasó nada». No hubo sanciones administrativas, ni cierre de galería, ni multa al artista, ni agentes de Policía porque apenas un puñado de ciudadanos se enteró.

Nagel recuerda que hizo la obra en «aquellos días en los que Franco estaba entre que se moría o no, así que decidimos ponerla, sin título, en el escaparate». Y coincidió con que la inauguración de la exposición se fijó para aquel 20 de noviembre.

«En una muestra colectiva, vino la Policía porque había obras de Ibarrola y mi cuadro con el obispo muerto ni lo vieron»

Andrés Nagel

Artista

En este reportaje, creadores y profesionales del sector cultural que vivieron en primera persona aquel tiempo repasan sus recuerdos de los últimos meses del franquismo y de la no menos convulsa etapa inmediatamente posterior al fallecimiento del dictador hace 50 años. Un recorrido, en definitiva, por el tránsito de un sistema a otro, desde la perspectiva de la cultura vasca de la época.

  1. Andrés Nagel Artista

    «No pensabas en términos de 'miedo' o 'precaución'»

Que el 'Franco agonizante' de Nagel (San Sebastián, 1947) fue retirado del escaparate y colocado en un lugar más discreto de la Galería B no significa que la obra desapareciera de la exposición. «Estuvo ahí durante todo el tiempo que duró la muestra», explica el artista donostiarra, que mantiene la huelga en la que se declaró hace ya tres lustros. Nagel asegura que «en ese momento no pensabas en términos de 'miedo' o 'precaución'. A mí me parecía divertido poner la obra y así lo hice». La pieza no tiene título porque Nagel decidió eliminarlos cuando descubrió que distraían a los críticos. «Era la plena inconsciencia. No íbamos con nuestras obras en plan de lucha, pero tampoco cedíamos el terreno. El ambiente de los artistas, que seríamos diez, era muy comunicativo y muy vivo». Ahí estaban Juan Luis Goenaga, Vicente Ameztoy, Ramón Zurriarán, José Llanos, Marta Cárdenas o Carlos Sanz».

A la hora de describir el ambiente artístico de la época, el escultor donostiarra explica que «volví a San Sebastián en 1972, cuando terminé los estudios de Arquitectura. Y enseguida entré en los círculos artísticos porque entonces eran las cosas muy porosas. Llegué sin conocer a nadie y al cabo de un año ya conocía a todo el mundo».

«Cuando grabé en el Principal el 'Hemen gaude', tuve que salir por un lateral porque la Policía me esperaba en los camerinos»

Urko

Cantautor

En torno a 1973, un grupo de artistas comenzó a organizar en pueblos del territorio, como Bergara, Arrasate o Tolosa, exposiciones colectivas que, con frecuencia, iban acompañadas de una programación cultural paralela. «Era una forma de decir:'Aquí estamos'». El organizador de la muestra debía entregar a la autoridad competente una lista con los nombres de los artistas participantes, la mayoría de los cuales, ni le sonaban. Pero otros, sí, y mucho y mal. Era el caso de Agustín Ibarrola, notorio militante del Partido Comunista, cuya mención disparaba las alarmas.

«En Tolosa, apareció la Policía porque había un par de obras de Ibarrola. Y hubo un momento en el que no se sabía si permitirían la exposición o no porque el resto de los artistas decidimos que si quitaban sus obras, retirábamos las nuestras. Al final, se abrió y mi obra era un obispo muerto y bocabajo, pero estaban tan obsesionados con las de Ibarrola, que la mía ni la miraron». Para entonces, Nagel ya había expuesto en Donostia, pero aún no era tan conocido.

El cuadro de Nagel con un obispo muerto y uno boca bajo. A.N.

Con Franco, «íbamos contra el poder, pero en el momento en el que tras su muerte entraron los partidos políticos, hubo gente que se empezó a definir por unas siglas. Ahí se deshace la unidad. Hasta entonces, teníamos una cosa enfrente –el poder, el estado, los 'grises', el Gobierno Civil...–, y luego, cuando empezaron a pedirnos que lucháramos por una causa, cada uno fue por su cuenta». Las «presiones», explica Nagel, no iban orientadas a la creación de los artistas, sino a conseguir su presencia en actos electorales y mítines, o sus declaraciones en apoyo a determinadas formaciones. «Lo que yo siempre he defendido es que lo que piensas se traduce en tus obras, pero yo no pongo mi trabajo al servicio de nadie, menos de unas siglas. Y ahí empezaron las marginaciones y ese tipo de cosas que ahora ya son tremendas y descaradas».

  1. Josean Larrañaga 'Urko' Cantautor

    «Cumplíamos la función de los políticos»

El cantante donostiarra Josean Larrañaga 'Urko' (Donostia, 1948) también vivió en primera fila el tránsito convulso entre el final de la dictadura y la Transición. «Había mucho miedo y cautela, pero había que salir a decirlo. Lo que sentíamos era una precaución que perdíamos en cuanto subíamos al escenario», asegura. Urko recuerda que los cantautores y los artistas en general «cumplíamos la función de los políticos, que no podían hablar. En mi caso, era pura agitación».

En aquella época, el cantante cumplía con la obligación de pasar las letras de las canciones –en euskera– por el Gobierno Civil, en donde les ponían un sello de aprobado o censurado. En este punto recuerda que con motivo de un concierto en Pamplona junto al grupo aragonés La Bullonera prohibieron el concierto por su participación. «Cada vez que hacías un concierto te arriesgabas a que tuvieras consecuencias de todo tipo, desde avisos de la extrema derecha, que te amenazaba, hasta intervenciones de la Guardia Civil en plena actuación».

«Uno sabía qué podía y no podía decir, incluso había el peligro de que te autocensuraras más de lo que te exigía la censura»

Ramón Saizarbitoria

Escritor

Tras la muerte del dictador, asegura que «al principio no te lo crees del todo que ya puedas tocar las canciones que quieras». De hecho, recuerda que «las cosas se normalizaron bastantes años después de la muerte de Franco». En cuanto a los asistentes, acudían a los recitales con «la esperanza de expresarse en público. Cuando canté en el Teatro Principal de Donostia –el 19 de noviembre de 1976, publicado luego en disco con el título de 'Hemen gaude'–, «la Policía Nacional rodeaba el teatro. Y empezamos con el 'zer eskatzen du Herriak?' y la gente respondiendo ¡'Amnistía!'. Entre el público se sacaron las aún prohibidas ikurriñas, incluida la de dos encapuchados que subieron al escenario. Y al acabar el concierto, bajé del escenario y Juan Pedro Calvo me avisó de que tuviera cuidado porque había dos policías esperándome en el camerino. Le pregunté cómo sabía que eran policías y me respondió: 'Porque llevan zapatos de rejilla'». Esta situación obligó a Urko a abandonar el teatro por una puerta lateral.

Nagel, con una de sus obras, a mediados de los años ochenta. DV

A su juicio, la verdadera 'normalización' se produjo con la llegada del PSOE al Gobierno en 1982. «Durante la etapa de la UCD, aún nos asociaban con el terrorismo y a mí, que siempre he dicho dónde y con quién estaba, me venían de todos los lados los palos». Urko comenta que en 1982 desapareció ETA (pm) y «yo estaba metido en Euskadiko Ezkerra y me tenían enfilado de un lado y de otro».

Niega el músico donostiarra que la progresiva desaparición del franquismo marcara el declive de los cantautores. «Siempre he dicho que no. Ya desde antes de 1982, la agitación desde el escenario era mínima. Habíamos suplido en el escenario a los políticos, pero llegó el momento de que ellos se dedicaran a la política y nosotros, a la música. Y yo me puse a cuidar mis trabajos y a mis músicos. El que siguió en sus trece de guitarra y silla, se encontró con que los tiempos habían cambiado mucho», asegura Urko, retirado desde hace unos años.

  1. Ramon Saizarbitoria Escritor

    «Para el que lo sufre, el miedo es muy indigno»

El escritor Ramon Saizarbitoria (Donostia, 1944) evoca la época previa a la muerte de Franco como un tiempo en el que «no pensaba mucho» en términos de cautela «porque el euskera era un territorio especial o así lo veía yo. Supongo que habría una autocensura, pero eran temas de los que yo no tenía mucha necesidad de hablar porque la política tampoco trataba mucho». Sí recuerda que «uno sabía hasta dónde podía llegar y qué no podía decir, incluso hasta había el peligro de que te autocensuraras más de lo que la censura te exigía». Lo que sí reinaba era «mucho miedo a hablar en espacios públicos, como son los bares. Uno no decía cualquier cosa en cualquier sitio y a cualquiera. Entiendo que la gente de ahora no lo pueda entender, pero era terrible y lo más triste que te pueda ocurrir».

En su caso, los problemas llegaron con la publicación de su primera novela, 'Egunero Hasten Delako' (1969), en la que abordaba el tema del aborto. Hasta ese momento, «yo no pensaba ni en la censura, ni en que me fueran a leer. Nos movíamos en un terreno muy marginal, en revistas en euskera que leíamos tres».

Urko, durante una actuación en los años setenta. DV

Sin embargo, cuando escribió 'Egunero Hasten Delako' decidió pasar la censura previa llevándole el manuscrito al abogado Antonio Arrúe. «Era un hombre tradicionalista, euskaltzale, culto y que tenía a gala ser amigo de Gabriel Aresti. Y me dijo que estos temas no le gustaban, pero como en otras lenguas se abordaban, lo dejó pasar, supongo que porque vio que no aparecían ni 'Euskadi', ni 'gora', ni 'askatasuna'. Me envió al delegado de Información y Turismo, que era el que luego fue alcalde, Felipe de Ugarte. Y ahí fui, acojonado, a explicarle el tema. La novela se publicó y no pasó nada, pero estoy convencido de que porque era en euskera. No creo que en castellano la hubieran autorizado», señala el escritor.

El siguiente encontronazo con la censura fue con su segunda novela, 'Ehun metro' (1976), publicada ya tras la muerte de Franco, pero aún sin democracia. «Aquí pasó al revés: no esperaba problemas con la censura, pero me la prohibieron. Eso hizo que en adelante la novela se interpretara mal», asegura Saizarbitoria, cuyo miedo era «que sentara mal a los otros». ¿Por qué? «Porque en 'Ehun metro' sostengo que la violencia no merece la pena. Aún no estoy en la fase de decir que está mal matar a un guardia civil, sino en la de advertir de que no conduce a nada, salvo a la cárcel o a la muerte». Recalca Saizarbitoria que el protagonista de la novela, un militante de ETA, muere tiroteado por la Policía «ante la indiferencia general».

Una escena de la adaptación cinematográfica de 'Ehun metro'.

En cualquier caso, la autoridad competente no lo entendió así y el escritor tuvo que acudir al Juzgado. «Estaba convencido de que esa novela estaba en contra de la violencia, no por motivos morales, no me quiero poner medallas, sino prácticos». El juicio nunca llegó a celebrarse porque la causa quedó archivada por la ley de amnistía de 1977. Con todo, reconoce que no vivió aquel proceso con una angustia especial. «Dos años en la cárcel no me daban miedo. Además, confiaba en que un juez razonable me entendiera. Lo que me daba terror era la Policía y pasar por comisaría. Para el que lo sufre y como ser humano, el miedo es muy indigno».

Sobre la percepción de que la dictadura se había acabado, el autor de 'Martutene' no cree que hubiera una fecha concreta. «Fue algo paulatino. En el mundo del euskera, el problema era que aparecieran determinadas palabras. Ahora el mundo del euskera es algo, pero entonces era muy marginal».

En cuanto a la presión social de escribir sobre determinados temas por compromiso, asegura que «eso vino luego. Surgió una 'obligación' de que el escritor en euskera tratara del tema de la violencia, algo que siempre he tratado de evitar, pero que –reconoce– no era posible. Es como escribir sobre San Sebastián y que no aparezca la lluvia. Así como de jovencito creía en el escritor comprometido, luego no me 'ponía', lo cual no significa que no me interesara el tema. Y hacerlo ahora, me parece oportunista. Por otro lado, siempre ha tenido para mí más interés escribir desde donde estábamos nosotros, en esa frontera difusa con ETA, más que hacerlo sobre el dolor de un guardia civil porque no sé ni cómo se pone un uniforme».

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