Un día en la cárcel con Isabel Azkarate
Fueron solo unas horas en Martutene, pero parecieron meses. Yo también hablo de la exposición del año, esa que provoca colas históricas en Tabakalera
Me cuentan que por las mañanas, cuando se abre al público, ya hay gente esperando en la puerta, «como si fueran las rebajas». La exposición ... de Isabel Azkarate en la sala Artegunea de Tabakalera es ya la muestra del año solo una semana después de su apertura. La propia inauguración fue un acontecimiento: nunca había habido tanta gente en la sala. Y tan diversa en generaciones, sectores y ambientes: Azkarate suscita consensos porque su vida y su obra son transversales.
La exposición está promoviendo todo un género de artículos periodísticos y comentarios en redes sociales. Primero, por la calidad de las fotos; y sobre todo, por el valor testimonial de las imágenes, que nos cuentan lo que hemos vivido en las últimas décadas. Yo también tengo mi artículo sobre la exposición de Isabel, con una vieja batallita que ya he contado más veces pero que revive en mi recuerdo al ver esas fotos en la muestra.
Fue en 1984. Ella empezaba en el fotoperiodismo después de haberse formado en Barcelona o Nueva York y yo arrancaba como Tribulete con apenas 20 años. Trabajábamos en La Voz de Euskadi y conseguimos permiso para hacer un reportaje en la cárcel de Martutene. Era un tiempo de «apertura informativa» en las prisiones, bajo el gobierno socialista que empezaba a funcionar con aspiraciones escandinavas. Pasamos allí una mañana con entera libertad: los funcionarios miraban de lejos pero eran los propios reclusos los que nos guiaban por el patio, el comedor o las celdas. Los chavales encarcelados, muchos víctimas del 'caballo' y de sus consecuencias, se pegaban para conseguir que Isabel entrara en su 'chabolo'. Las celdas estaban empapeladas de pósters de chicas desnudas o de fútbol. La simpatía de Isabel se los ganaba a todos; yo era un crío, con mi cuaderno, preguntando cosas a gente con mi edad pero que había vivido ya el doble. También encontramos a un preso, Marcelo Calzada, que decía que era el hombre que más años de cárcel había vivido en España. Aquel reportaje lo vendimos también a la revista Tiempo.
Luego llegó el cerrojazo informativo a las prisiones. Años después pedí permiso para entrar a Martutene a otra entrevista. «El periodista Mitxel Ezquiaga solicita permiso para entrevistar...», escribí a la dirección de Instituciones Penitenciarias. «Sentimos comunicarle que no hay autorización para entrevistar al recluso Mitxel Ezquiaga», me respondió un funcionario no demasiado atento.
También fui con Isabel a algún circo, y también de eso hay en la exposición. La Azkarate hizo luego otros tipos de fotografía, no tan cinvinculados a la actualidad pero igual de buenos. Esa muestra, que pronto tendrá ampliación en el Museo San Telmo, es un estupendo paseo por nuestra guerra y nuestros artistas y conciertos, por Nueva York, por el mundo y por nuestro pequeño mundo. El gran mérito de la exposición es que podemos reconstruirnos, como un rompecabezas, armando sus piezas.
mezquiaga@diariovasco.com
El Tambor de Oro de Isabel Verdiniy 'la Donostiade la inclusión'
El Tambor de Oro ha cambiado tanto de filosofía y orientación a lo largo de los años que ya no sabemos bien qué candidato es bueno. Más allá de las discusiones teológicas sobre el galardón, tan donostiarras, es un premio muy valorado por los ciudadanos, pero no siempre mimado por los responsables municipales, que a veces dan la sensación de querer quitarse la cuestión de encima sin generar demasiados problemas.
Cada uno recuerda sus tambores favoritos (muchos los he vivido a pie de Ayuntamiento como Tribulete): yo disfruté con los de mis admirados Gabriel Celaya o Iñaki Gabilondo, o con mis amigos Martín Berasategui, Ainhoa Arteta, Pedro Subijana e Iñigo Argomaniz, o con el de La Oreja de Van Gogh, que tan bien respondía al espíritu del galardón: premiar a quien lleva por el mundo el nombre de la ciudad.
Este año el Tambor genera muy buen rollo: Isabel Verdini ha consagrado su vida a eso que llamamos «la inclusión» a través del grupo de danza Verdini Taldea, un colectivo en el que se mezclan bailarines con síndrome de Down con danzantes que no lo tienen, con el lenguaje común del arte. Quienes hemos conocido de cerca el trabajo de Verdini sabemos que es un estupendo Tambor de Oro, porque como dice ella, es el de «la Donostia de la inclusión». Y eso también es glamour.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión