Crítica de 'The Brutalist': Cine a lo grande

Con su tercer largometraje como realizador, el antes actor Brady Corbet se sitúa en la liga de 'Érase una vez en América' o 'Pozos de ambición' pero mantiene su capacidad de sorprender. Por ejemplo, introduciendo en la película un inusual discurso acerca de la arquitectura como arte para hacer la vida cómoda y bella (aunque las construcciones en hormigón del estilo brutalista no nos lo parecieran).

Sorprende también la mirada pesimista, desesperanzada y crecientemente turbia del (falso) arquitecto László Toth (Adrien Brody en su punto), que se lleva las heridas de la Segunda Guerra Mundial en su exilio a los Estados Unidos del desarrollo, aún dejando atrás a su esposa (Felicity Jones), y nunca conseguirá deshacerse de esas heridas ni integrarse en el sueño del capitalismo.

Mima 'The Brutalist' su aspecto sonoro y estético, usando el viejo formato de VistaVision, el que empleaba Hitchcock, por ejemplo, en 'Vértigo'. Cada imagen está meditada, tiene un sentido y ese plano en que László abandona la oscuridad del barco con el que ha cruzado el Atlántico y vemos la Estatua de la Libertad boca abajo ya ha pasado a la historia.

León de Plata en Venecia, ganadora de tres Globos de Oro (película, director y actor) y candidata a diez premios Oscar (acaso sea la única que pueda hacer sombra a 'Emilia Pérez'), llega a nuestras pantallas 'The Brutalist' como una de las películas imprescindibles del año.