Crítica de 'El secreto del orfebre': Nietzsche y el eterno retorno

A fuer de ser sinceros, los primeros compases de esta propuesta de Olga Osorio, directora gallega cuyo corto 'Einstein-Rosen,' se ha paseado por 300 festivales (300, sí), da un poco de susto. Más aún, sospechas que va a ser, sencillamente, horrorosa. Planos sin profundidad, ambientación demasiado superficial y una luz tan poco matizada que hiere. No, pinta de bazofia no tiene pero tampoco parece nada más que una peli de esas que cuando llegan a plataformas la gente se las pone de fondo (sic) visual para una tarde tonta.

Pero poco a poco 'El secreto del orfebre' va ganando hondura cinematográfica, cierta densidad fílmica que te despierta del estupor primero. Sabe jugar la película con las elipsis, usando los trenes como herramienta. Se siente a gusto, cómoda, entre dos dimensiones (incluso tres) temporales, distintas pero bien engarzadas por un montaje inteligente. No suenan mal en boca de ese Mario Casas que no deja de madurar elegantemente en la pantalla las palabras de Nietzsche sobre el eterno retorno (planteado ya por los estoicos como la repetición de este mundo, que se extingue para volver a crearse) y sobre la posibilidad de alterar eso que vives una y otra vez, en bucle.

Parecía, sí, que iba a ser horrorosa pero va ganando credibilidad porque sabe jugar sus bazas; las del realismo fantástico, el costumbrismo agridulce de los años 50 y 70 y la de una Nochevieja en el hotel Chelsea. Además, una película 'vestida' por Alberto Valcárcel nunca puede ser bazofia. A sus pies, señora.