Crítica de 'Queer': El marica incorpóreo

Podríamos enzarzarnos en reyertas sin fin que acabaran jugando todos a lo que llevó a Burroughs a matar a su esposa con una pistola Star360 fabricada en Eibar mientras se divertían no con la ruleta rusa sino imitando a Guillermo Tell y la manzana.

Pero sería una pérdida de tiempo y energía imperdonable porque lo que hemos de hacer es rebozarnos en las luces, las oscuridades, el olor a sexo, el calor de la cuchara calentada para meterse la heroína, en el frío del 'pavo', en el agobio del sol sin tamiz de esa Latinoamérica donde holgaban y se ayuntaban tantos gringos. Es húmeda esta película. Es sucia. Rezuma líquidos, fluidos, sudor, tequila, mezcal, tabaco, restos de bismuto. Se le desprenden olores a 'Bajo el volcán' y se impregna de humedades que podrían recordar cualquier noche de la iguana. A ratos sabe a Kerouac y otros a filme sobre agentes dobles refugiados o retirados con un puñado de dólares en lugares donde alguien les contará que la planta yagé (es decir, la ayahuasca, la 'soga que permite al espíritu salir del cuerpo sin que este muera') aumenta el poder telepático de quien la consume.

Podríamos discutir si hunbiésemos creído nunca que el Guadagnino de 'Call Me by your Name', aquella moñoñada que tanto sugestionó al mundo, llegaría a filmar esto que hasta se parece a 'Fritzcarraldo'. Podríamos. Pero mejor es hundirse hasta los lomos en su belleza cenagosa.