Bruce Springsteen en su noche más oscura
La película 'Deliver Me From Nowhere' se queda a medio camino en su intento de capturar la crisis del músico que le llevó a grabar 'Nebraska'
Cuando Bruce Springsteen empezaba en la música, un día intentó colarse en Graceland, pero fue interceptado por un guardaespaldas. «Poco tiempo después, Elvis murió y ... nunca entendí como podía haber acabado tan solo alguien que había cantado aquellas canciones de amor», contó el propio rockero años más tarde. Al acabar en 1981 la gira 'The River', Spring-steen es una bomba emocional de relojería, cebada por una infancia traumatizada, una irreprimible tendencia a huir del compromiso y un vértigo ante el abismo de convertirse en una megaestrella en manos de la industria y sin ningún control sobre su imagen y su carrera.
En este punto arranca 'Spring-steen: Deliver Me From Nowhere', la película escrita y dirigida por Scott Cooper a partir del libro homónimo que Warren Zanes escribió sobre la gestación de 'Nebraska', uno de los artefactos discográficos más disruptivos de la historia del rock. El filme cuenta con el aval del propio Springsteen, al que en su séptima década de vida ya todo parece darle un poco igual, sin más aspiración que dar a sus fans todo lo que quieran.
Todo lo contrario que aquel treintañero que, a comienzos de los ochenta y tras una creciente trayectoria a base de una discografía maravillosa y unos conciertos apabullantes, comenzó a decir 'no' y no paró. Dijo 'no' a los seguidores, que esperaban en 1982 ese disco que lo que no les llegaría hasta 1984; dijo 'no' a la rutinaria secuencia de componer, grabar y girar; y dijo 'no' a una industria para la que una carrera coherente no significa gran cosa, en su búsqueda de combustible para las emisoras de radio.
Se ha dicho que no lo es, pero sí que reúne todos los elementos del género en el lapso temporal de dos años
De 'Springsteen: Deliver Me From Nowhere' se ha dicho que no es un biopic al uso, cuyo argumento recoge el auge, caída y redención del protagonista en cuestión, sino que se concentra en un momento determinado de la carrera de un músico, en este caso, el rockero de New Jersey. Es una verdad a medias: todas esas etapas están concentradas en un período de dos años, con todas las licencias narrativas y omisiones que el director y guionista ha considerado oportunas.
El esquema narrativo habitual
Comienza la película con un Jeremy Allen White metido en la piel de Springsteen e interpretando una incendiaria 'Born to Run' al término de aquella gira. Y aquí surge el primer problema de la película que ya no le abandona en todo el metraje y que, por otra parte, es inherente al género biopic: a estas alturas del siglo XXI todos hemos visto demasiadas imágenes de conciertos de aquel tour como para abstraernos de la incuestionable verdad de que no estamos viendo a Bruce, sino a un actor. Con unas prestaciones muy por encima de las de Manel Fuentes, pero trabajando con exactamente los mismos materiales. Por fortuna para el filme, apenas hay más escenas de conciertos, más allá de un par de actuaciones en el club Stone Pony.
Pese al trabajo de Allen White, cuesta ver en el actor a alguien tan reconocible como Springsteen
El segundo problema de 'Springsteen: Deliver Me From Nowhere' es que acaba siendo lo que menos debía: una película academicista en la forma y en el fondo, plegada a todas y cada una de las exigencias del género, y sin un ápice de riesgo, ortodoxa con los esquemas narrativos del cine industrial estadounidense. Lo que podía haber sido un paseo por el alambre se convierte en una caminata por el jardín y aunque duela reconocerlo, a la hora de metraje puedes perfectamente descubrirte aburrido. El tercer –aunque quizás no último–, problema es el atropellado e innecesario 'final feliz', con su mensaje redentor de rigor. Aquí sí que se puede decir aquello tan manido de «me gustó más el libro», por cuanto el trabajo de arqueología que realiza Warren Zanes en 'Springsteen: Deliver Me From Nowhere' (Editorial Neo Person) es sencillamente impecable.
Lo más rescatable de la propuesta de Scott Cooper son las escenas protagonizadas por un Jon Landau, interpretado sin mácula por Jeremy Strong, al que retrata como el representante y sumo intérprete del 'Boss' en la Tierra –lo que al parecer sí es– y la relación amorosa que ilustra el funcionamiento emocional del músico durante muchos años: aproximación y posterior alejamiento. Todo, sin mayor motivo que el de ser una persona con el núcleo averiado.
Se trata, en definitiva, de un nuevo producto de esta insaciable factoría del 'biopic' que se alimenta de la nostalgia por un pasado sometido a los filtros embellecedores y que, como plaga cultural, no parece que vaya a remitir a corto plazo. Ya se anuncia la película que cuenta cómo Sylvester Stallone consiguió contra viento y marea sacar adelante el guion de 'Rocky'.
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