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La huelga bastante salvaje convocada por el sindicato V.erdi en el transporte público de Berlín no paralizó la edición septuagésimo quinta de su festival ... de cine, sino que incluso sirvió para que los organizadores se saltaran la sacrosanta regla que en todos los certámenes del planeta impide la entrada a la proyección después de haber dado comienzo la sesión. Desde el escenario de una de las salas más interesantes, cálidas, vivas (y vividas) de la ciudad, la Haus der Berliner Festspiele, cercada por el hielo y el frío viento berlinés (el famoso 'Berliner Luft' que incluso se enfrasca y vende como souvenir), se anunció que, sabiendo como todos sabíamos que era difícil llegar a tiempo, se permitiría el acceso durante la proyección del bravísimo documental My Undesirable Friends: Part 1 - Last Air in Moscow, realizado por Julia Loktov, estadounidense nacida en Moscú.
Con una duración de cinco horas y 24 minutos, y un descanso donde el público pasó al bar para tomar bretzel, rica sopa de remolacha, café de barista y servirse de una jarra de leche fresca, esta gran obra analiza con una cámara incansable, que se mueve sin agobios en espacios estrechos llenos de gente, copas, más cámaras y mesas de DJs, las turbias maneras de Putin y los suyos para intentar acabar, sin lograrlo, con la libertad de expresión de los más bravos, que en muchos casos son jóvenes y periodistas.
El público entraba y salía de la proyección (sin molestar), pues había que calcular los tiempos de llegada a otras citas de programación, pero la mayoría perdió sus conexiones porque esos 'indeseables amigos' del título no solo merecen la pena como tales, sino que también lo son como criaturas que habitan espacios de cine radiante y rabioso.
Los grandes festivales suelen dar para mucho. Sobre todo, los que ya no cumplirán ni 70 ni 75 años, pero siguen buscando y metamorfoseando su identidad, como es el caso de la Berlinale, que en esa alteración actual de su estado hacia un presente con interrogantes y un futuro pleno de incertidumbres geopolíticas, se ha atrevido a lo que ni Cannes ni Venecia osarían jamás.
Para 2025, Berlín ha dedicado su retrospectiva, titulándola Wild, Weird, Bloody - Wild, Schräg, Blutig - Salvaje, Raro, Sangriento, al morrocotudo cine de género alemán de los 70, lleno de monstruos, detectives, chupasangres, inmortales, hombres lobo, atrevimientos erótico-musicales, un Orfeo que lleva a Eurídice en su moto tras arrebatársela al amo del Hades y otras maravillas que, por mucho que lo sean, nunca tienen cabida en los auditorios de la Costa Azul o los de las orillas del Lido.
Envuelta en una conferencia-mesa redonda tan churruscante como llena de contenido filosófico, político y social sobre la atracción que los espectadores y los lectores sentimos hacia el vampiro y su espectacular transformación como leyenda de celuloide desde Nosferatu (1922) hasta el de este 2025, acompañada por un seminario sobre el body horror, que venía muy al caso dado el abismal éxito de La sustancia tanto en taquilla como en festivales y premios, esta retrospectiva, entre juguetona y cuidada, rindió homenaje a esos directores que solo aparecen en las enciclopedias malditas pero tenían genio y oficio.
Además, rescató del olvido, maravillosamente restaurado, un título que, aunque no en tan buenas condiciones, sigue vagando por YouTube: Lady Dracula, de Franz-Joseph Gottlieb. Berlín, 1977: una mujer vampiro, de la que se enamora un jefe de policía con gabardina y ayudante que parece tonto pero no lo es, viste de amarillo y, oh genialidad, es maquilladora de muertos en una funeraria.
Berlinale, 75 años y aún con ganas de broma para calmar su intenso pavor de resbalar en la estrecha y resbalosa cuerda de la equidistancia entre los imperios y sus víctimas. Berlín, la huelga sigue, las elecciones se acercan y el frío ronda por las esquinas.
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