Actuar en familia

Y le ha quedado muy bien. Porque ni siquiera el acto suena a impostura o apropiación, Kore-eda es demasiado humilde y honesto para caer en esas prepotencias. Y eso que el filme trata precisamente de la simulación y la apariencia, de mantener el tipo de los afectos y simpatías cuando la realidad es otra, o de los momentos en que uno no actúa tan genuinamente como se piensa.

El director que tanto asociamos a la familia japonesa se sitúa en un escenario tan habitual del cine francés como una casa familiar donde se reúnen distintos miembros, y ahí están películas de Louis Malle y Olivier Assayas como representantes del género en el que Kore-eda introduce un juego con el propio cine y el arte mayor de la apariencia: el de una actriz, con los divismos propios de una septuagenaria de vuelta de todo y aún envanecida, en manos de una adecuadísima Catherine Deneuve. Hasta Juliette Binoche se sitúa en un segundo plano, pero igual de acertada, para la réplica jugosa de una hija con cosas que reprochar, pero también mucho que reconocer. Kore-eda no carga las tintas del dramatismo, y ahí permanece una de sus virtudes; también la de fijarse en el punto de vista de la niña, fundamental en la cadena generacional de un filme con protagonismo femenino, aunque un Ethan Hawke que parece hacer de sí mismo, o del padre de 'Boyhood', aporta un risueño contrapunto que completa ese discurrir delicioso y cargado de detalles sobre las relaciones en la familia y la dificultad de encontrar la verdad. Muy propio de Kore-eda.