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La censura subrogada

Alberto Moyano

San Sebastián

Sábado, 10 de agosto 2019, 10:27

Cuando se censura un concierto no se impide al cantante cantar, sino al espectador escuchar. Y el censor siempre encuentra buenas y nobles razones, vinculadas a su preocupación por los demás: ahorrarles tentaciones e influencias perniciosas innecesarias. Por supuesto, en el terreno de los resultados ... prácticos nada de esto funcionará y para evaluar las fiestas de Bilbao desde una perspectiva de género habrá que esperar a que terminen. En cuanto a la pornografía que prolifera a un clic de distancia, se situará a dos clic y una contraseña; las apuestas deportivas continuarán funcionando a toda máquina; y los hijos escucharán la música que les dé la gana, como ya dejó escrito Elliott Murphy en la carátula del '1969 Live' de la Velvet. Por supuesto, a los censores todo esto les da completamente igual porque el tema no va tanto de erradicar el pecado como de exhibir en público la virtud, que para unos se encarna en el «Sistema Moral Español» y para otros, en la infumable prosopopeya de campus. A estas alturas, aún es necesario recordar a doctos adultos que no es lo mismo rodar un asesinato que cometerlo, cantar a la velocidad que ir a 200 por hora, narrar en primera persona una relación tóxica que mantenerla, interpretar a un yonki que drogarse. Estamos en la abolición de la imaginación, el único territorio de libertad absoluta del que dispone cualquier hombre, rico o pobre, así se halle en la Estación Espacial o en la más profunda de las mazmorras. Lo que pasa es que ya de niños, cuando jugábamos a policías y ladrones había algunos que voluntariamente se apuntaban a lo primero y, como era previsible, ahora se han hecho mayores y exigen que la canción sea un discurso y si es posible, un sermón.

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