Sin adjetivos

Y todo por eludir las dos condiciones básicas del toro de lidia; su bravura o su mansedumbre. Parece verdad de perogrullo, que tanto el ganadero, el aficionado, o el espectáculo en sí, lo que busca es el toro bravo. Pues miren ustedes, no.

Todavía el invierno pasado, en una entrevista a un ganadero al que indultan multitud de reses, se permitía la arrogancia de señalar que él no sabía determinar qué es un toro bravo. Que la bravura es una condición que se manifiesta hasta un momento durante la lidia. Acabáramos. Es decir bravo hasta que se vuelve y camina hacia las tablas. Bravo hasta que se encuentra con el 'quitamanías' del caballo y picador.

Fíjense qué sencillo. Como en el boxeo. El que se pone en el centro del ring, pide batalla, dice aquí estoy para pelear y sigue ahí los doce asaltos: bravo. El que se apoya en las cuerdas baila alrededor del ring y espera que vayas a su terreno: manso.

Los dos pelean y ambos pueden presentar una batalla cruenta, y ahí entramos con los adjetivos, dura, entregada, pero por encima de todo: bravo o manso. Lo que se busca es la bravura y esto exige al torero valor y después técnica. «Dios te libre de un toro bravo» decía Belmonte. Sin embargo, el manso es el que abunda y lo adornan alabando la nobleza del toro, la durabilidad y la clase. No se engañen; alaban al manso y muestran su admiración por las figuras lidiadoras que se inventan faenas. Y luego dicen que tenemos que reinventarnos; que tenemos un espectáculo muy monótono.

Les animo nuevamente a ir a los toros; no a los toreros. Así no vamos a hacer ni un solo aficionado más. Enseguida está Azpeitia. Es posible que haya más de uno de los del centro del ring.