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LUIS ALFONSO GÁMEZ
Sábado, 14 de marzo 2015, 17:14
Álvaro Arrizabalaga, profesor de Prehistoria de la Universidad del País Vasco y exsecretario de la Fundación Barandiaran, desgrana en esta entrevista algunas claves de la personalidad de un sacerdote, antropólogo y arqueólogo que dedicó sesenta años a desenterrar el pasado.
- ¿Qué buscaba Jose Miguel Barandiaran a lo largo de todos esos años?
- Buscaba, sobre todo, dejar un registro antes de que desaparecieran una serie de evidencias de la cultura tradicional vasca que consideraba muy amenazadas por los cambios sociales de principios del siglo XX. Trabajaba en dos frentes: la etnografía -la actual antropología cultural- y la arqueología. Estableció unos vasos comunicantes muy interesantes entre ambas disciplinas, pero priorizaba la etnografía porque los testigos estaban todavía vivos.
- ¿Pretendió, en algún momento de su trabajo, buscar las señas de identidad de los vascos en la prehistoria?
- Barandiaran no realizó una conexión explícita entre la prehistoria más antigua del País Vasco y la cultura de su tiempo; pero sí fue la primera persona consciente de que aquí se daban una serie de circunstancias que resultaban muy poco usuales, que ya habían desaparecido en otras culturas europeas. Concretamente, se fijó en que los topónimos de los dólmenes hacían referencia a personajes mitológicos que, cuando se ponían en el contexto de una leyenda popular, narraban historias que hacían pensar en un tiempo anterior. Eso le permitió establecer un cierto hilo entre el folclore, la etnografía y la arqueología del mundo de los dólmenes.
- ¿Cómo afectó el sacerdocio a su modo de ver el pasado?
- Antes de la Segunda Guerra Mundial, las prehistorias francesa, alemana y española están plagadas de sacerdotes que han llegado al área a través del estudio de las culturas y de la antropología. Ahí están Teilhard de Chardin y Henri Breuil, entre otros. Todos salieron malparados y no precisamente por parte de los evolucionistas o de quienes tenían como soporte de su pensamiento el materialismo histórico, sino de la Iglesia.
- ¿También Barandiaran?
- Sí, so pretexto de una serie de cuestiones ideológicas que faltan absolutamente a la verdad. Cuando se va al exilio en 1936, lo hace pensando que va a volver en unos meses sin ningún tipo de problema y no por razones ideológicas. En los pocos momentos en los que explicita una ideología, es la de alguien conservador, tradicionalista. Esa definición de Barandiaran que hizo en 1937 un falangista, de que era un francmasón separatista, no encaja en absoluto con él. En realidad, lo que le mantiene al otro lado de la frontera hasta 1953 es el estudio de la cultura, algo que tampoco se entendía muy bien aquí en aquel momento y que se identificaba con unas corrientes ideológicas determinadas.
- ¿Cómo encajó la teoría de la evolución alguien tradicionalista que, además, era clérigo?
- Le supuso problemas, aunque no por él, que asimilaba que no había una religión única, sino varias. Se trataba de un hombre que era extraordinariamente moderno. En los años 30, impartía una asignatura de historia de las religiones en el seminario, donde también daba clases de prehistoria y geología. Es más, publicó un manual de geología en el que decía que el mundo tenía varios millones de años. Realmente era una rara avis en su generación.
- Tradicionalista por un lado, pero muy avanzado por otro.
- No llegué a conocerle por una cuestión de edad, pero todo el mundo que le trató coincide en que era muy abierto de mente y siempre lo fue. Yo transcribí sus diarios de los años del exilio y por su casa pasaban republicanos, comunistas, anarquistas; algunos muy conocidos y otros no. Su casa de Sara es un continuo tránsito de gente que le visita, cena y al día siguiente se va. Desde el punto de vista ideológico, a partir de la Guerra Civil moderó muchísimo sus planteamientos y tampoco se le puede considerar ya claramente conservador.
- ¿El relato prehistórico de Barandiaran está desfasado?
- Su trabajo antropológico es único para entender la cultura tradicional vasca y también desde el punto de vista europeo, donde hay muy pocos precedentes. En lo que respecta a la arqueología, quizás la huella se pierda un poco más porque ha habido otras generaciones de investigadores recuperando material e interpretándolo de otra manera. Además, hay algo epistemológico: Jose Miguel Barandiaran resultaba terriblemente positivista y no era muy partidario de interpretaciones. Al final, siempre volvía al dato, siempre publicaba la información concreta porque decía que eso en el futuro se podía interpretar desde otras perspectivas. Era muy prudente en la interpretación de las pruebas.
- ¿Cuál considera que fue el principal logro que tuvo como arqueólogo?
- Hablaría de dos. Para el Paleolítico, el mundo de los cazadores recolectores, sus trabajos de preguerra, con Aranzadi y Eguren, y de posguerra todavía constituyen la columna vertebral. Los yacimientos que excavó siguen siendo claves. Siempre hay que volver a Bolinkoba, Santimamiñe, Ekain... A partir del Neolítico y el mundo de los dólmenes, intenta ver cómo se relacionan esos grupos que vienen con el ganado y la cerámica con la cultura tradicional vasca, y quizás incluso con el origen del euskera.
- ¿Qué hubiera pasado de no haber existido Jose Miguel de Barandiaran?
- Desde el punto de vista de la antropología, hubiera sido una auténtica catástrofe. No me cabe ninguna duda. Desde el punto de vista de la arqueología, hubiera faltado el hilo conductor que da continuidad al trabajo de pre y posguerra. Además, el Jose Miguel Barandiaran que vuelve del exilio, ya con 65 años, lo hace con un discurso muy enriquecido por influencia de la arqueología francesa y mete en los yacimientos especialistas en fauna, polen, sedimentología... Esa visión multidisciplinar es pionera en España.
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