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Aventurero. Andrés Espinosa, pertrechado con sus abarcas de goma.

La larga marcha de Andrés Espinosa: desde Morkaiko al Himalaya

El montañero de Amorebieta se impuso en la I Vuelta a Elgoibar disputada en 1927

AITOR ZABALA

Sábado, 13 de mayo 2017, 00:09

En 2017 se cumplen 90 años de la I Vuelta a Elgoibar, prueba que vivirá un nuevo capítulo hoy coincidiendo con el Morkaiko Eguna. Aquella primera edición se disputó el 7 de agosto de 1927 y se saldó con la victoria del montañero de Amorebieta Andrés Espinosa. La prueba se gestó con el objetivo de saber en cuánto tiempo podrían recorrerse los límites del termino municipal de Elgoibar, que en aquella época incluían también a Mendaro. Unos apostaban porque serían necesarias más de doce horas. Otros, sin embargo, creían que la vuelta podría llevarse a cabo en menos tiempo. Al final, Espinosa terminó dando la razón a estos últimos, completando el recorrido en ocho horas y seis minutos. Tras el montañero de Amorebieta, llegaron los eibarreses Bergareche, Santamaría y Echeverría (8:33:00), los elgoibartarras Teodoro Barrenetxea (8:44:00), Lorenzo Gárate (8:46:00), Félix Oteiza (8:48:00) y Demetrio Unanue (9:20:00).

El nombre del ganador de aquella primera edición nos sitúa ante uno de los pioneros del montañismo vasco y las ascensiones a las grandes cumbres. Su andadura está vinculada a las cimas más emblemáticas del territorio español, pero también a cumbres míticas como el Mont Blanc, el Cervino, el Kilimanjaro o el Toubkal. Espinosa también sintió la llamada del Himalaya y llegó a estar a los pies de sus míticas cumbres, abriendo un camino que muchos años después terminaron siguiendo otros montañeros vascos.

Espinosa suplió la falta de medios con una gran pasión por las cumbres. El equipo con el que afrontó esos desafíos tiene poco que ver con el actual. En 1928 coronó el Teide en una marcha en la que gastó tres pares de alpargatas y un año después llegó a lo más alto del Mont Blanc equipado con abarcas de goma. También hubo ocasiones en las que lo exiguo de su calzado llegó al mínimo, como en la ascensión al Naranjo de Bulnes que protagonizó en 1928. Espinosa alcanzó la cima calzado únicamente con unos calcetines y, además, lo hizo en solitario, marcando un hito en la escalada de la época. «Eran las cuatro de la tarde y el guía que me tenía que acompañar no llegaba hasta el día siguiente. Me quité las botas y empecé a tantear la subida en calcetines. Como no me pareció difícil, seguí adelante hasta que llegué a la cima», explicó el propio Espinosa tras coronar el Naranjo de Bulnes.

Era un solitario vocacional atrapado por lo que él mismo definió como 'la fiebre montañera'. Este espíritu le llevó a afrontar en solitario las ascensiones al Mont Blanc y al Cervino en 1929. «Sin haber pisado antes un glaciar, corona el Mont Blanc (4.807 m.) con abarcas, pasando tres noches entre las nieves perpetuas. Seis días después escala el imponente Cervino (4.478 m.). Ya se había subido en solitario, pero no existe constancia de que alguien lo lograse antes sin utilizar cuerda», se recoge en el libro 'El montañero y aventurero Andrés Espinosa (1903-1985)' escrito por Luis Alejos.

Impulsado por la consigna 'Solo, loco, libre, por el mundo adelante, que es muy grande' que definía su carácter, vendió parte del negocio de tejidos heredado de sus padres para financiar sus aventuras. No sin pasar muchas penurias llegó a Egipto y, allí, inició una marcha que le llevó a coronar el Monte Sinaí y el Jebel Katherin, la cumbre más alta de Arabia. Tras recorrer a pie 120 kilómetros, llegó a Suez para coger el barco que le llevaría a Mombasa (Kenia), camino de su siguiente desafío, el Kilimanjaro (5.891 m.). Una vez más, Espinosa compensó con su arrojo la falta de medios y logró hollar la cumbre del gigante africano.

Este logro no sólo no apagó su pasión por las montañas, sino que le hizo posar su mirada en el Himalaya. En 1931, inició un largo viaje que le llevó a la India tras 22 días de navegación. Su intención era incorporarse a una expedición alemana, pero el retraso en el viaje le impidió unirse a ella. Pese al traspiés, se aferró al objetivo de ascender alguna cumbre de más de 6.000, pero sus esfuerzos cayeron en saco roto ante la negativa de las autoridades coloniales británicas a concederle un permiso. Espinosa no se dejó amilanar por esta mala experiencia y regresó a su hogar animado por la idea de retomar la aventura del Himalaya años después. Por desgracia, nunca cumplió ese sueño: la Guerra Civil y el paso por la prisiones franquistas supusieron un cambio en el rumbo de su vida. El montañero de Amorebieta no dejó de acudir a la montaña, pero atrás quedaron los grandes desafíos que le convirtieron en un referente montañismo vasco, y pasó a ser un montañero anónimo más, ajeno a los homenajes y a los reconocimientos públicos que su trayectoria vital hubiera merecido.

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