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Hotel Soran, alojamiento de reyesKepa Oliden
Sábado, 26 de abril 2025, 19:59
La próxima reapertura del Hotel Soran, cerrado desde antes de la pandemia, volverá a brindar la oportunidad de hospedarse en este palacio digno de reyes. Construido en el siglo XVI por duques navarros, que se convertía en alojamiento de los reyes a su paso para ir a Francia. Un descendiente de este linaje trasladó a Navarra piedra por piedra la construcción y en su lugar se erigió en el S. XVIII el edificio actual, también de gran belleza.
Una de las fechas más señaladas en la historia regia de este palacio enclavado en la villa de Leintz-Gatzaga aconteció el 30 de octubre de 1615. Un jornada de «enorme expectación y hondos e imborrables recuerdos para los habitantes de Salinas y de los pueblo limítrofes.
El franciscano José Ignacio Lasa, en un artículo publicado en el número de julio de 1950 de la revista Arantzazu, cuenta que ese día llegaban procedentes de Vitoria el rey Felipe III y su hija Ana de Austria, futura reina de Francia.
Aquel día se dio cita en el Alto de Salinas «lo más granado de la Corte española y los elementos representativos de Gipuzkoa». La representación guipuzcoana estaba integrada por el coronel jefe del Ejército Guipuzcoano, cuya designación la hacían los mismos guipuzcoanos, que había acudido, armado de todas las piezas, y con pica al hombro, llevando a sus órdenes 1.000 soldados (7 compañías) lucidísimos en galas y diestros en ejercicios militares; los tres Diputados en nombre de las Juntas guipuzcoanas, ricamente aderezados, con criados de costosas libreas, para dar cumplimiento al complicado ceremonial de usos, estilos y costumbres de la etiqueta española.
La comitiva real que encabezaban el monarca y su hija incluía a príncipes, títulos, condes, duquesas, camareras, pajes.... y el obispo de Pamplona Fr. Prudencio de Sandoval, en nombre del Cardenal de Toledo, por hallarse éste enfermo, con los canónigos de Pamplona.
Unas 300 personas de distinguida alcurnia y la «gente de su gobierno que no se pudo reducir a cuenta», dice Lope de Isasti. Traían también numerosos caballos ligeros, carrozas, literas, carros y acémilas.
Señala el padre Lasa, que alguien creerá que no hubo más motivos de curiosidad. «Hubo otro y muy principal: la indumentaria», afirma. Desde la creación del hombre la moda siempre ha estado de moda, y pocas veces se habrá rendido un culto tan exagerado a la moda como en tiempo de Felipe III. «Era un dicho vulgar: el que comía no vestía, y el que vestía no comía», señala Lasa.
«Trajes que costaban 400 ducados. Toda la pedrería de las Indias era insuficiente. El mismo Rey, asustado de tanto desenfreno, había publicado sus Pragmáticas limitando dobladillos, embutidos, repuntos, picados, recortes, repacejos, perfiles, gorgueras entretejidas de seda, oro, diamantes y otros entes que se multiplicaron sin necesidad. Y todos estos entes, más o menos ridículos, estuvieron de cuerpo presente en el Alto de Salinas».
Y, como apunta este investigador, «no hay por qué decir la impresión que produciría a los sencillos vecinos de Salinas y sus alrededores, que no habían traspasado los estrechos límites del pueblo en que habían nacido, como ocurría a la mayoría de las gentes de aquellos tiempos».
La llegada del Rey en carroza, procedente de Vitoria, fue celebrada con salvas de arcabucería y mosquetería. Los músicos hicieron sonar las chirimías, trompetas y otros instrumentos estridentes.
Luego que se hizo el silencio, el Rey «bajó de la carroza. El coronel le dio la bienvenida en tono sencillo, breve y emocionado, evitando el estilo campanudo y vacío con necias redundancias según los gustos de la época».
El rey le contestó en parecidos términos. Ambos a dos, el Rey y el Coronel, se empeñaron en recordar: el guipuzcoano, lo poco que se hizo por el Rey, y éste lo mucho. Destacó, sobre todo, la «bizarría y orden de los soldados guipuzcoanos. Por el amor que sentía a nuestra provincia, quiso atravesarla, a pesar de las lluvias, a caballo. El Rey dejó bien acreditado este afecto a nuestra provincia prefiriendo para secretarios y otros puestos de confianza a los hijos de Guipúzcoa».
Cumplidas que fueron las etiquetas de saludos y besamanos, se dirigieron a Salinas al palacio de D. Cristóbal Során. En dicho palacio pernoctó el Rey con su comitiva el 30 de octubre.
El día 31 salieron de Salinas para llegar el mismo día a Oñati. Peor antes pararon en Mondragón, donde el Rey visitó, de paso, las fábricas de armas.
«Es de suponer que el Rey estaría sumamente interesado en inspeccionarlas», señala el padre Lasa, pues los mondragoneses «eran conocidos como insuperables artistas en labores siderúrgicas; sobre todo, al acero, que lo trabajaban, dábanle un temple tan especial que lo hacían el preferido para la fabricación de las famosas armas de Toledo».
El Rey vio forjar y barrenar un mosquete, y el capitán Jerónimo de Aibar, veedor de las fábricas de armas, le declaró que tenía en la provincia armas allí forjadas, para 80.000 hombres.
En Oñati pernoctaron en casa de Juan Ibáñez de Hernani, y la comitiva real continuó su viaje por Ordizia, Tolosa, Donostia y el día 8, en Hondarribia, Felipe III despidió «con muestras de tierno cariño y amor, como es natural a todo padre, a su hija Ana, reina de Francia».
El día 11 de noviembre el rey había regresado a marchas forzadas a Oñati, y al día siguiente, bajo una lluvia torrencial, Felipe III emprendió a pie la subida a Arantzazu. Un día después, el día 13, emprendía el regreso y salía de los límites de Gipuzkoa.
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