Luz sobre las sombras de Arditurri
Nuevos hallazgos desvelan datos de cómo se organizaba la vida en torno al coto minero de Oiartzun durante el Imperio Romano
ELISA LÓPEZ
Domingo, 31 de enero 2010, 04:44
Alrededor de 400 hombres bajan a la mina para trabajar en la extracción de plata, cobre y hierro. La tarea se hace a mano y por esa razón la galería no es muy profunda y las paredes se tallan de manera suave y cóncava. Hace mucho frío y la humedad es insoportable. Esta escena es real, pero no es de hoy, se remonta al siglo I antes de Cristo, cuando los romanos entraron en el País Vasco, en concreto en Gipuzkoa, un asentamiento ideal para llevar a cabo sus actividades agrícolas, comerciales y mineras. Llegaron y se quedaron cinco siglos.
A lo largo de todos esos años Gipuzkoa fue un territorio estratégico para el Imperio Romano. Y una de las pruebas más evidentes son las minas de Arditurri, enclavadas en las entrañas del macizo granítico de Peñas de Aia. Son impresionantes la magnitud y singularidad de este coto minero, uno de los pocos en España que ha sido explotado durante más de dos mil años de manera casi ininterrumpida.
Los romanos construyeron en este paraje una obra inmensa, pero durante mucho tiempo nadie supo de su existencia. Fue en 1983, cuando la arqueóloga Mertxe Urteaga empezó a investigar por los alrededores del coto de Arditurri, que en aquellos años estaba explotado por la Real Compañía Asturiana de Minas, aunque finalmente cerró por falta de rentabilidad. Con la ayuda del espeleólogo Txomin Ugalde recuperó algunas de las huellas del Imperio Romano: descubrimientos arqueológicos, docenas de galerías, mazas de piedra, picos de hierro, restos de comida como huesos de melocotón, avellana, nuez...
Poblados mineros
«De cómo era la vida cotidiana de esos mineros conocemos muy poca cosa», afirma Urteaga, actualmente directora del Museo Oiasso de Irun y del centro de estudios Arkeolan. Reconoce que «sabemos que había poblados mineros pero todavía no los hemos encontrado. Suponemos que vivían cerca del coto, incluso en las propias minas». Tampoco se conoce nada de la condición de estos trabajadores, si eran personas libres, siervas o esclavas; si dependían del ejército o de compañías que habían obtenido la concesión de las explotaciones del estado.
Pero los nuevos hallazgos de Arkeolan y «los más sobresalientes» desvelan que sí existía una preparadísima planificación a la hora de llevar a cabo los trabajos. Tal y como asegura Urteaga, «la mina no era una cosa espontánea, a la que alguien llegaba, se encontraba un filón y se ponía a extraer mineral». La producción industrial minera de aquella época estaba destinada a obtener plata de los minerales de cobre. Y la plata resultaba entonces un metal muy apreciado y estratégico, como el cobre, porque eran monetizables, es decir, servían para hacer monedas.
Para entender mejor «su desarrollo y su explotación a lo largo de los siglos», Urteaga explica cómo era el distrito minero de Aiako Harria, que se extiende por Oiartzun, Lesaka y Bera de Bidasoa. Los yacimientos minerales se originaron cuando la masa de granito surgió abriéndose paso entre estratos de pizarra. Por ello en todo el entorno de la Peña de Aia había filones de cobre, plomo con contenido en plata, minerales de zinc y hierro... Y el foco más importante fue el de Arditurri, con un filón de 12 metros de ancho, que se corresponde con la mina abierta actualmente al público (la más impresionante en cuanto a excavados, volúmenes y vaciados).
Trabajo en equipo
Un grupo de arqueólogos y espeleólogos trabajan a diario, «en condiciones nada cómodas, con frío y mucha humedad», en los hallazgos de la minería romana desde los años ochenta, y de lo que sólo eran unos testimonios aislados y unos pocos objetos, cuentan hoy en día con un total de 51 unidades mineras identificadas y más de cinco kilómetros de recorrido sumando todas las galerías.
Mertxe Urteaga destaca que «conforme hemos ido creando ese conjunto, también hemos obtenido una serie de datos y constantes». Y una de esas constantes es precisamente que los filones no se encontraban al azar, «se trataba de una explotación industrial perfectamente organizada por los romanos, hasta el punto de que construyeron un acueducto subterráneo de más de 400 metros, con el que drenaban la mina y daban salida al agua y a todas las filtraciones. Una obra de ingeniería impresionante. Topográficamente tenía un diseño complicadísimo; es el elemento más importante de ingeniería hidráulica».
Todas estas pruebas dan fe, sin duda, del alto grado de planificación de los trabajos mineros y denota la existencia de un cuerpo de técnicos especializados, topógrafos, ingenieros y geólogos, bajo cuya supervisión se realizaban los trabajos de excavación subtérránea: ellos decidían en dónde se abría una galería, las rectificaciones, los giros o los replanteos topográficos. Este distrito minero aparece vinculado al asentamiento de Oiasso (Irun), es decir, la élite de aquella sociedad tenía su sede en la villa romana, donde desarrollaba su vida cotidiana.
El núcleo urbano
«Las minas eran prácticamente propiedad imperial, se consideraban fruto de la tierra y pasaron a ser gestionadas por un equipo del emperador. Asimismo existía ya la figura del delegado que representaba al estado y cobraba los impuestos y las tasas que debían pagar las compañías por el derecho a explotar las galerías. Y en esta villa se aprovisionaba a la comunidad minera, se organizaba el transporte de metales de interés estratégico como la plata y el cobre y, además, se disfrutaba de este medio urbano con baños públicos y otros servicios, es decir, se ofrecía una sede apropiada a las autoridades», sostiene Urteaga.
La importancia del puerto
El puerto era el otro punto estratégico en el ajetreo de la vida urbana. En gran medida, la población activa de las minas dependía de los suministros exteriores para su suprevivencia. Sin ser la única fuente de abastecimiento, el puerto sí que cumplía con la misión de aprovisionar a la numerosa comunidad minera. Según explica la arqueóloga, «sobre todo era fundamental la entrada de cereal a esta zona, que no permitía el desarrollo de grandes fincas dedicadas a este cultivo. Servía de avituallamiento para la población trabajadora, aunque también daba salida a los minerales. Desde el puerto se importaba y también se exportaba».
Mertxe Urteaga sitúa en el tiempo la presencia romana en Oiasso. «Los primeros datos de esta presencia datan de la época de Augusto -principios del siglo I- y los últimos, de la Guerras Cántabras. Lo interesante es que en Oiasso hay restos de los siglos I y II -época de esplendor-, del III y el IV -en el que se advierten síntomas de decadencia, como el abandono de la necrópolis de Santa Elena, al igual que las termas, reconvertidas en establo- y en el V ya no hay signos de ocupación romana. Sin embargo, en el Cabo de Higuer, los pecios identificados prueban que hay un tráfico naval, por lo menos, hasta el siglo VII. Y estas etapas también nos interesan: la desaparición del período clásico romano y la transición a la Edad Media».
Desde la sede de Arkeolan insisten en que Gipuzkoa ha sido junto con Jaén el territorio estatal que mayor concentración de concesiones mineras ha tenido. Hoy en día todo está cerrado. Por eso, Mertxe Urteaga quiere tirar del hilo para seguir investigando. «¿Quién nos dice que no vamos a encontrar más pruebas de vida romana? Hasta ahora hemos trabajado mucho en el interior de Arditurri y ahora nos toca salir fuera a estudiar sus exteriores».
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