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Eduardo Ruiz de Erenchun, abogado del acusado, atiende a los periodistas al término del juicio. /ARIZMENDI
El jurado cree que Nagore no se hallaba indefensa cuando Yllanes la mató
TRIBUNALES, JUICIO POR EL CRIMEN DE NAGORE LAFFAGE

El jurado cree que Nagore no se hallaba indefensa cuando Yllanes la mató

Sostiene que la víctima se defendió y que incluso agredió al acusado. Considera no probado que fuese la joven quien llamó pidiendo ayuda

JAVIER PEÑALBA

Sábado, 14 de noviembre 2009, 03:31

DV. El jurado hizo suyos buena parte de los argumentos que la defensa de José Diego Yllanes esgrimió durante el juicio, aunque también admitió algunas de las tesis de las acusaciones que, no cabe olvidar, alternativamente calificaron los hechos de homicidio. El tribunal estimó que la muerte de Nagore fue precisamente eso, un homicidio y no un asesinato. No obstante, lo más llamativo fue que el jurado apreciara las cuatro atenuantes propuestas por la defensa.

El objeto del veredicto da por probados los hechos y consideraciones siguientes:

Llegada al piso. El tribunal estimó que Nagore y el homicida no tenían ninguna relación personal, que coincidieron en la calle y que llegaron al piso donde se perpetró el delito entre las 8.05 y las 10.00 de la mañana del 7 de julio de 2008 y no a las 07.00 como concluyó la investigación realizada por la Policía Foral. Asimismo, determinó que ya en el ascensor comenzaron a besarse y abrazarse y a tener contacto físico de manera «apasionada». Por siete votos a favor, el jurado llegó a la conclusión de que «José Diego Yllanes pensó erróneamente que Nagore Laffage quería una relación apasionada, por lo que procedió a quitarle la ropa de forma brusca, rompiendo la trabilla del pantalón, un tirante del sujetador y el tanga por tres sitios». También concluyó que Nagore «interpretó erróneamente la actuación violenta del acusado como un intento de agresión sexual y como reacción amenazó a José Diego con destruir su carrera y denunciarle».

Agresión. El jurado afirma que la «reacción airada de José Diego Yllanes consistió en taparle la boca para evitar que gritara y en golpear de manera deliberada y repetida a Nagore en diversas partes del cuerpo». Asimismo, precisa que la agresión se produjo durante «un lapso de tiempo indeterminado» y considera que la víctima se defendió de su agresor, a quien dice causó algunos arañazos y dos equimosis. No obstante, rechaza por seis votos contra tres que Nagore «quedase aturdida y sin posibilidad de defenderse frente al acusado y, por lo tanto, sin riesgo para él». Entendió, por el contrario, por seis votos a favor, que el acusado «tratando de evitar que Nagore gritara, tras golpearla, a continuación presionó con su mano el cuello de Nagore, produciéndole su asfixia y muerte».

Llamada al 112. El jurado consideró también por seis votos a favor y tres en contra que no se ha probado que fuera Nagore la persona que a las diez de la mañana del día de autos telefoneó al 112 en demanda de auxilio. En consecuencia, rechazó que fuera esta circunstancia la que desencadenó que el acusado la estrangulara. La defensa sostuvo en la vista que no había una prueba fonográfica que confirmase que la voz fuese de Nagore y manifestó que dicha llamada bien la pudo hacer su cliente. El jurado considera que si Nagore hubiese llamado por teléfono después de haber sido golpeada, «necesariamente deberían haber quedado restos de sangre en el teléfono móvil».

Traslado del cuerpo. Para el jurado, Yllanes intentó descuartizar el cuerpo y llegó a cortarle el dedo de la mano. También considera probado que envolvió el cuerpo en bolsas de plástico y borró las huellas del piso limpiándolo, para después ir a la Clínica Universitaria para buscar el teléfono de un compañero, a quien llamó y le relató lo que había hecho. Tras el encuentro con su compañero, y al no contar con su ayuda, el jurado indica que Yllanes fue a casa de sus padres, cogió el coche, lo llevó al garaje del piso y metió el cadáver de Nagore Laffage en el maletero. Posteriormente, añadió el jurado, se desplazó a Olondritz, donde dejó el cadáver «semioculto a unos metros del camino».

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