Lechugas de salón
BORJA OLAIZOLA
Miércoles, 27 de mayo 2009, 09:58
DV. Adiós a los geranios, los claveles y las alegrías. Las macetas son para los pimientos, los calabacines, los tomates o las lechugas. El cultivo de hortalizas en entornos urbanos ha empezado a adquirir un ímpetu insospechado en las últimas temporadas. Viveristas guipuzcoanos reconocen que la demanda de planta de hortaliza, especialmente de tomate, ha desbordado este año todas sus previsiones. «Estamos vendiendo casi dos veces más que la pasada primavera», dice el propietario de un vivero de San Sebastián. ¿Lo más demandado? «En primer lugar el tomate, aunque también está saliendo muy bien el pimiento y la lechuga».
Hay quien piensa que un piso no es el mejor lugar para ponerse a cultivar patatas. La falta de espacio puede echar atrás a más de un aspirante a horticultor. «Siempre vamos a poder encontrar un sitio para colocar una maceta; lo que importa es dar el primer paso y ponerse a ello», dice Jabier Herreros, un abanderado de la agricultura ecológica que es coautor junto a Gabriel Vázquez del libro . La obra, que fue presentada ayer en San Sebastián, aspira a convertirse en una herramienta de apoyo para todos aquellos urbanitas que sientan inquietudes por la horticultura.
Herreros concibe el huerto urbano como una pequeña contribución a hacer algo mejor el mundo. Habla del elevado impacto que tiene la agricultura industrial -uso de fertilizantes y pesticidas, coste energético por la maquinaria y el transporte- y evoca el enorme potencial que tienen las ciudades para la producción de alimentos ecológicos. «Se abandonan huertos y terrenos antes productivos en las proximidades de las ciudades mientras las grandes cadenas nos traen alimentos que han dado la vuelta al mundo antes de llegar a nuestras mesas. Hay que aprovechar los jardines, las terrazas y las azoteas para promover una nueva cultura que recupere los lazos con la naturaleza, la diversidad alimentaria y la calidad nutritiva de los alimentos».
Sostenibilidad
Aunque la producción sea testimonial, piensa Herreros, el simple gesto de cultivar una tomatera en la ventana de la cocina constituye ya toda una declaración de intenciones. «Autoproducir nuestros alimentos en los balcones es una herramienta de sostenibilidad que genera salud no sólo hacia las personas, sino también hacia el planeta», sostiene.
El libro tiene una vocación eminentemente práctica. Además de marcar las pautas sobre los cultivos más adecuados en pequeñas superficies, ofrece soluciones técnicas para abordar el proceso de producción en su integridad. Explora las posibilidades que brindan los espacios reducidos invitando a descubrir la «dimensión vertical» de las paredes, muestra cómo hacerse los recipientes para las plantas y enumera con precisión aspectos que van desde la producción del compost al mejor aprovechamiento de los ciclos lunares.
Uno de los capítulos más curiosos habla de las combinaciones entre plantas y recuerda, por ejemplo, que el perejil estimula el crecimiento de los tomates o que las lechugas hacen que los rábanos sean más tiernos. Una sabiduría antigua que los autores del libro han sabido rescatar.