Tres décadas de lucha legal
Tomás Tueros y David Morín, dos de los principales artífices del sindicalismo vasco, rememoran sus experiencias con motivo de la celebración el martes del cumpleaños de Comisiones Obreras
J. L. GALENDE
Domingo, 30 de marzo 2008, 15:26
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David Morín y Tomás Tueros son parte viva de la historia del sindicalismo vasco. El aforismo de 'los viejos rockeros nunca mueren' parece hecho a medida para ellos. A punto de cumplir 80 y 76 años, respectivamente, son los supervivientes de una pléyade de luchadores antifranquistas que hicieron posible la creación de lo que es hoy Comisiones Obreras de Euskadi. Se mantuvieron en la ejecutiva de la central desde su creación en 1978 hasta 1992 y serán dos de los principales protagonistas el próximo martes, 1 de abril, cuando el sindicato celebra su 30 cumpleaños con un gran encuentro para 2.000 personas en el Palacio de Euskalduna de Bilbao. Parapetados en la cortina de humo que forman su cachimba y cigarrillos de rubio americano, evocan sus experiencias de la clandestinidad con una lucidez infrecuente en su edad y con la claridad de ideas fruto de décadas de reflexión política y doctrinal.
Auténticos iconos de la lucha obrera, son dos militantes respetados y queridos en CC OO de Euskadi, sindicato que Tueros dirigió entre 1978 y 1987, y a cuya creación dedicaron los mejores años de su vida. Una de las consecuencias, años de cárcel y destierro e «incontables detenciones», experiencias que rememoran divertidos cuatro décadas después.
Aunque parezca increíble, los dos pertenecieron al sindicato vertical del franquismo, desde donde, al igual que el resto de lo que más tarde sería Comisiones Obreras, organizaron la central en Euskadi y el resto de España de la mano del Partido Comunista (PCE). Ambos coinciden en que la lucha desde dentro contra el sistema fue una «decisión acertada». «No había forma de avanzar en la organización de un sindicato desde la ilegalidad -recuerda Morín-, por lo que optamos por aprovechar la estuctura del sindicato vertical». La prueba de que se eligió el camino correcto, agrega Tueros, es que «en las últimas votaciones ese organismo estaba, desde arriba hasta abajo, en manos nuestras». Esa operación, añade, benefició también al PCE, que tenía así una sólida cobertura para sus militantes y dirigentes.
Primeras conquistas
Morín, con unos años más que Tueros, evoca los tiempos de lucha sindical de la posguerra y los avances «arrancados al más duro franquismo». Cita, por ejemplo, «la huelga de 1947» en Vizcaya, en la que «asustamos a la oligarquía vasca, que le pidió a Franco que hiciese concesiones». Fruto de aquella protesta, subraya, fue la decisión del régimen de celebrar el Primero de Mayo, aunque como fiesta religiosa (San José Obrero), y de poner en marcha la Ley de Jurados de Empresa. También surgió entonces, apunta, la ley de Convenios Colectivos, aunque tardaría nueve años en ser aplicada. Estas medidas legales son el esqueleto sobre el que las comisiones obreras comienzan a organizarse, bajo la dirección del PCE, para terminar convirtiéndose en lo que hoy es Comisiones Obreras.
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A juicio de Tueros, el caldo de cultivo del nuevo sindicalismo se encontraba en los «70.000 u 80.000 obreros» de la Margen Izquierda del Nervión y el Gran Bilbao y el impulso que supuso, pocos años después de los hechos relatados por Morín, que las decisiones se adoptaran en asambleas. «Vizcaya era entonces la punta de lanza del sindicalismo en España», asegura, y «sólo CC OO defendía esa fórmula».
La patronal
Al recapitular sobre esos años, Morín rinde tributo al papel jugado por organizaciones de corte católico como las JOC, que fueron «aliados» en la lucha sindical y en «el avance» de los movimientos obreros. Y añade que cuando los sindicatos nacionalistas comenzaron a trabajar en serio a mediados de los años sesenta, las comisiones obreras se dieron cuenta de que «o nos organizábamos seriamente en un sindicato o perdíamos la batalla».
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«La oligarquía española ha sido muy dura con los trabajadores», juzga Morín al hablar de la patronal del franquismo, pero precisa que la mayoría de los empresarios vascos respondían, como los catalanes, a una educación de influencia francesa, de «talante más liberal». Y así, recuerda, ello hizo posible que en 1962 se firmara en la empresa Beltrán y Casado, de Bilbao, el primer convenio colectivo de España en el que se reconocía que la mujer cobraría el mismo salario que el hombre para igual trabajo, «que ya entonces era una consigna del PCE».
Tomás Tueros cree que ahora hay mejores condiciones para contactar y negociar con los empresarios y que «la patronal irracional de antes» ha dado pasos hasta situarse en posiciones flexibles, desde las que sabe «ceder y dejar pelos en la gatera». «Entonces eran radicales», sostiene.
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Luchas internas
CC OO, tanto en Euskadi como en el resto de España, se ha caracterizado desde su origen por periódicas luchas internas por el poder. Tras la Transición, el problema llegó cuando el PCE «fracasó» en las elecciones e «hicimos el análisis desacertado de culpar al 'carrillismo'», confiesa Tueros. El partido se dividió y eso se reflejó directamente en el sindicato. «La discordia fue brutal y nos hicimos enemigos», evoca con cierta amargura. Los enfrentamientos más duros dieron como resultado, precisamente, su sustitución como secretario general de CC OO de Euskadi, para lo que se buscó a Santiago Bengoa, un joven con bagaje de neutralidad entre las principales tendencias. Lo que no impidió que, doce años más tarde, fuera a su vez objeto de otra maniobra para desalojarlo del poder, ante la tentación de «algún sector de querer imitar ciertas tendencias del sindicalismo nacionalista».
«Nunca nos aferramos al sillón, pero pese a todo acabaron por echarnos al creer que seríamos incapaces de hacer el relevo generacional», apostilla Morín, quien defiende que CC OO apostó siempre por el sindicalismo de clase, «frente al espacio restringido de los nacionalistas, que, para nosotros, internacionalistas, es inaceptable».
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Tueros recuerda que CC OO estuvo abierta a todas las tendencias, «se esforzó por ser un sindicato plural, que no quería ser correa de transmisión de nadie». Por esa puerta abierta «de par en par», confiesa casi cuarenta años después, entraron militantes «de todas las ideologías, y también de ETA, que se dio cuenta de que tenía que aprovechar ese movimiento». «Todos los grupos que apoyaban a ETA se volcaron en CC OO -habla de los años de clandestinidad-. Pero era muy difícil mantener a esa gente dentro del sindicato, hasta que finalmente fueron derrotados democráticamente en el congreso».
En la cárcel
Los dos sindicalistas pagaron en las mazmorras franquistas su liderazgo obrero -cinco años Tueros y seis Morín, con incontables detenciones-. Ambos refrescan ese periodo de su vida con la misma vitalidad que entonces pusieron en la defensa de sus ideas. «Estábamos entrando y saliento continuamente del calabozo», recuerda Morín. Hasta tal punto, evoca divertido, que «un día en que tuve una reunión hasta altas horas de la madrugada, mi mujer creyó que me habían detenido y me llevó una manta, que siempre llevaba conmigo cuando me arrestaban, a la comisaría».
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Tueros sólo quiere relatar una de las docenas de anécdotas que atesora de su periodo de activista. «Un día regresaba a casa de una reunión clandestina, a las tres de la madrugada, y, al llamar al timbre, mi mujer me respondió por el telefonillo: 'tienes visita'. Enseguida interpreté que la Policía me esperaba y salí corriendo a refugiarme en casa de mis suegros. Pero como estaban algo sordos, no pude despertarlos, por lo que hube de recurrir a la casa de un amigo para pasar la noche».
Tiempos modernos
Tomás Tueros y David Morín se sienten protagonistas y artífices, en la «modesta parte» que les pueda corresponder, de la Euskadi y la España de hoy. Y aún aportan ideas para lo que debe ser un sindicalismo moderno. «Tenemos una cierta deficiencia -señala Tueros-. Ahora que estamos construyendo Europa, el movimiento sindical debe recorrer ese mismo camino». «Es nesario un salto, una organización europea que vaya más allá del papel que está desempeñando la Confederación Europea de Sindicatos (CES)», sostiene. Más teórico, Morín cita a Marx, pensador al que no parece haber renunciado, pese a que su doctrina no tenga hoy la vigencia de antaño: «El explotado, el trabajador, no tiene patria -cita de memoria, con más o menos fidelidad-, su patria es el mundo».
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Desunión sindical
Ambos militantes llevan como una pesada losa la falta de unidad sindical en Euskadi. Para Morín, la desunión ha sido «endémica» en el País Vasco. La competencia entre las organizaciones hacía necesaria la confrontación entre ellas, explica. «Hoy, el terrorismo y la actitud pequeñoburguesa de las centrales nacionalistas, que tienen que elevar su concepto de sindicato de clase, nos divide», critica.
Hay momentos en que «la unidad es imprescindible en el mundo laboral», defiende Tueros, lo mismo que es esencial entre los partidos en la lucha contra el terrorismo. Añora la «respuesta unánime» de antaño «ante cualquier atentado de ETA», al igual que la unión en las reivindicaciones sindicales. «No hay capacidad de movilización, y eso es algo imprescindible. Hemos dejado la calle en manos de los 'borrokas'», se lamenta.
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Precisa que en los años setenta llegó a ser cuestionada por sus compañeros una crítica suya contra las acciones de ETA. «Entonces dije que el terrorismo empezaba matando a policías y a empresarios pero que terminaría matando a trabajadores. Y eso es exactamente lo que pasó el día siete de marzo con el asesinato de Isaías Carrasco en Mondragón».
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