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ÁLVARO VICENTE
Sábado, 10 de noviembre 2007, 12:42
ALICANTE. DV. No se podía esperar otra cosa de dos plantillas físicas, atléticas y profundas. Ganó quien más corrió, pero también quien supo templar el ir y venir de la primera parte. Alicante se calzó los tacos. Impuso un ritmo de keniano y Bruesa en la piel de europeo blanco que aguanta, pero que en lugar de ceder en el último repecho, en el último cambio de ritmo, decide la carrera a su favor.
Ambos técnicos desplegaron todas sus armas. No se dejaron nada en el vestuario. Plantearon el partido a mano tendida. Sin protecciones, a pecho descubierto.
El Alicante, exceptuando los primeros minutos de la representación, nunca pudo con el ansia del Bruesa, con sus ganas de vencer, con su actitud. Hubo pensamiento colectivo, respuestas a tiempo, predisposición al sudor y capacidad de mando. Menuda actuación la de Sala. El Bruesa, entero y compacto, se evadió de tan dañina atmósfera. Continuó a lo suyo; a jugar. Y eso que enseguida se vio que de la pareja arbitral no se podía esperar nada. Enviaron al banco con dos faltas a Faverani y Sala nada más arrancar. Eran los que peor estaban siendo digeridos por el respetable. Bordaron el bloqueo y continuación. En cinco minutos el brasileño se colgó tres veces del aro.
Eso permitió al Bruesa enchufarse al ritmo frenético del partido. Imposible soportar durante cuarenta minutos. Alguien tenía que templar el juego. Laso entendió que Nocedal podía hacerlo. La jugada le salió porque el argentino despidió el primer acto como máximo anotador. No jugó más.
En el Alicante aportaban casi todos en pequeñas dosis, al menos hasta que surgió Bennerman en el segundo acto. Fue quien rompió la igualdad. Autor de 13 de los 26 puntos de su equipo su aparición en escena coincidió con los minutos menos brillantes del Bruesa.
Alicante candó su aro. Puso los centímetros que no había tenido en el primer acto con Waleskowski y Coppenrath. Bruesa necesitó entonces de un ataque agudo e incisivo repleto de tantos matices como fuerza para superar a su rival. Le costó. Luego lo bordó, pese a que a que fue volver de vestuarios y Alicante alcanzar su máxima desventaja (50-40, m.21). Ahí se fijó el punto de inflexión. También ayudó Quim Costa. No se explica cómo dejó sin jugar ni un minuto en el tercer cuarto a Bennerman. El caso es que el rebote ofensivo empezó a ser del Bruesa. Faverani y Hopkins hicieron diabluras. El estadounidense anotó 21 puntos en la segunda parte, 17 de ellos en el tercer cuarto.
A partir de ahí, sustentado en una defensa numantina y en unas manos de carterista, el Bruesa sometió a su oponente. Ora fuera con su presión tras tiro libre -esta vez rematada con unos '2 contra 1' fundamentales al hombre con balón-, ora con una intensidad sobresaliente. El vendaval se le venía encima al Alicante. Era cuestión de tiempo. Amparado en una defensa aguerrida, y con la aparición sensacional de Hopkins, el Bruesa selló su aro y comenzó a castigar a su rival.
El pabellón pasó de la indignación, la había tomado con los árbitros porque a su juicio sólo veían camisetas blancas, al estupor. Ante ese poderío, el Alicante se fue consumiendo de modo progresivo. A cada intentona local le respondió una jugada definitiva dentro de un marco cabal. La soga del segundero comenzó a apretarse sobre el Alicante, que se sentía incapacaz de recuperarse.
Al Alicante no le quedó otra que ordenar la táctica del garrote y el tentetieso. Bruesa ni inmutarse. Cogió el mando en el minuto 34 (73-74) y ya no lo soltó. Sonreía porque aunque resten infinidad de batallas antes de la disputa por las cumbres, siempre viene de maravilla para la autoestima un resultado de esta índole. Por la forma y por el fondo.
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