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Cartas

Crítica a los obispos

Juan Mari Madinazkoitia

Lunes, 5 de noviembre 2007, 01:27

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El pasado domingo se beatificaron a 498 cristianos que fueron asesinados (martirizados dice la Conferencia Episcopal). Dos lo fueron en el año 1934, 489 en 1936 y 7 en 1937. Este dato, el de los años en que sucedieron los hechos, es importante porque desde la Conferencia Episcopal se argumentaba por su portavoz, J.A. Martínez Camino, que fueron asesinados todos en la persecución religiosa de octubre de 1934, cuando la realidad es otra. Dato con el que quería justificar la culpabilidad de la República.

Parecen olvidarse del apoyo de la Iglesia a la «Santa Cruzada» y del asesinato por parte de los rebeldes al orden establecido tras elecciones democráticas, de otros sacerdotes o religiosos que no eran de su ideología. Y que si no se hubiera producido el levantamiento contra la República, la guerra no hubiera existido ni se hubieran desatado los odios que acabaron en tantas miles de muertes.

Desde nuestro grupo Bakearen Alde, no entendemos la postura de la Conferencia Episcopal en el momento que vivimos, tan tibia en dar pasos para ayudar a la Paz y la Reconciliación en el Pueblo Vasco y tan beligerante en determinados momentos en los que sale a la palestra cuando hay otros hechos políticos con los que parece quiere enfrentarse, pero casi siempre mirando solo desde uno de los posibles puntos de vista.

El cristiano no ha de hacer distinciones entre pensamientos e ideologías, el mensaje de Jesús fue para todos, sin discriminaciones. ¿Qué bien le hace al cristianismo, a Jesús y a Dios el que haya 500 o 50.000 beatos más? El Cielo lo tenemos que crear en la Tierra que pisamos, con los valores humanos del Evangelio.

Para ello, todos hemos de poner en nuestro corazón y en nuestro cuerpo unos enormes deseos de dar pasos hacia la mejora de todas las relaciones y olvidarnos de tantos partidismos egoístas que lo único que consiguen es que cada vez estemos más alejados y distantes de lo realmente importante. Y esto vale tanto para los cristianos como para los que no lo son: aspirar a experimentar personal y colectivamente la plenitud de la vida.

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