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Gente

MEMORIA DE UN INCENDIO

Más de 200 miembros de sociedades escenificaron ayer el enfrentamiento entre tropas francesas y anglo-portuguesas en 1813 que terminó con el incendio de la ciudad, salvo la calle 31 de agosto.

M. CORTES

Sábado, 1 de septiembre 2007, 12:27

Con el fusil en la mano algunos, y con tambores otros, las sociedades Kainoieta, Euskal Billera, Ollagorra, Aizepe, Cofradía Vasca de Gastronomía, Kresala, Casa de Álava, Herria, Antiguoko, Real Sociedad Hípica y este año además Amaikak Bat, homenajeada por su centenario, desfilaron ayer por las calles de la Parte Vieja, en la conmemoración de la batalla disputada en 1813 por las tropas francesas y anglo-portuguesas que acabó con la quema de toda la ciudad exceptuando una de sus calles: la 31 de agosto. «Es una pasada pensar que toda la ciudad quedó devorada por las llamas, menos ésta. Es normal que los donostiarras celebren este día todos los años», explicaba Marisa, una logroñesa que se acerca a San Sebastián cada verano.

La tamborrada y el simulacro de la batalla que cada año recuerda el incendio de la ciudad reunió a numerosa gente en la plaza Zuloaga, desde donde partió el desfile. A las seis de la tarde los representantes de las sociedades esperaban, unas enfrente de las otras, el primer cañonazo que marcaba la salida.

«¿Atención, apunten armas... fuego!», fueron las palabras de uno de los soldados que sirvió para que el cañón diera inicio al homenaje. «Nunca consigo darme cuenta de cuándo van a disparar, y siempre me pilla de sorpresa», gritaba Maite a su hermana, dos vecinas de la Parte Vieja que todos los años se acercan al acto. Los miembros de las diferentes compañías tenían unos espectadores de lujo: sus familiares. «Vamos a hacer todo el recorrido para que Pau vea a su padre tocar el tambor», explicaba Sonia mientras esperaba en la plaza a que su marido, junto a los demás miembros de la sociedad, comenzaran a tocar.

Tras abandonar la plaza, tambores, soldados, txaranga y caballos se dirigieron a la basílica de Santa María, aunque antes de llegar hicieron una parada enfrente de la sociedad Amaikak Bat, que este año celebra sus cien años de existencia. Con réplicas exactas de la artillería utilizada en el siglo XIX, los soldados de las compañías perfectamente uniformados se situaron ante la basílica, donde tocaron la Marcha de San Sebastián. «Al final siempre acabamos haciendo todo el recorrido, porque es una celebración muy curiosa», comentaba una de las vecinas de la Parte Vieja. La animada celebración se convirtió en un peregrinaje de gente al paso de la tamborrada por las diferentes calles.

A la llegada al Boulevard la comitiva volvió a disparar los fusiles y se hizo entrega de un ramo de flores y una placa al presidente de la sociedad Amaikak Bat, Josetxo Kintana. Poco después, el cañón volvió a sorprender a los allí presentes. «Hay que dejar bien claro que no es un cañón de verdad es un 'cañón de teatro', un elemento de decoración, que lo único que dispara es un petardo común», asegura Javier Pastor, responsable de las armas de ambos bandos, quien aseguraba por otra parte que los fusiles son réplicas exactas del ejército guipuzcoano de antaño.

Pero el acto más esperado y llamativo llegó cuando los miebros de las sociedades de Antiguoko y Kainoieta, algunos encaramados al tejado del edificio de La Bretxa y otros en tierra, escenificaron la batalla. «La recreación del combate se hace como homenaje para resaltar la recuperación de la ciudad después de la destrucción», comentaba uno de los soldados.

Luces de recuerdo

Después de esta representación, la procesión se dirigió hacia la calle 31 de agosto, donde tuvo lugar el acto más emotivo. Este año, el recorrido sufrió una pequeña modificación y no pasó por la plaza de la Constitución ya que se estaba celebrando un concierto de txistularis. La comitiva desfiló desde los pórticos de Santa Vicente hasta el atrio de Santa María.

A las 21.30, las campanas de Santa María dieron paso al apagado del alumbrado público simulando cómo quedó la ciudad tras la batalla, en tinieblas. En medio de la oscuridad, y con los balcones ataviados con banderas de la ciudad y crespones negros en recuerdo a los donostiarras que perdieron la vida en la contienda, los cientos de personas que abarrotaban la calle fueron encendiendo en silencio decenas de velas. Fue el momento más sobrecogedor.

En medio de la quietud, que se prolongó durante media hora, sólo se escucharon las voces de la Coral Santa Cecilia y el Coro Gaztelupe, que entonaron las canciones que el maestro Usandizaga dedicó a esta fecha. Así se elevó aún más el emocionante y melancólico ambiente que se respira en el acto más importante de este homenaje que terminó en el atrio de Santa María con la llegada allí del desfile de txistularis.

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