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Miércoles, 10 de enero 2018, 00:55
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El pasado día 4 fallecía el sacerdote Javier Ormazabal, don Javier para la comunidad parroquial, religioso que de los 50 años de vida sacerdotal, prácticamente 40 ejerció en Ordizia, donde desarrolló una amplísima labor. Bodas de oro sacerdotales que celebró en el año 2006, que no representaron su jubilación sino el hecho de seguir al pie del cañón hasta que hace ya un tiempo el cuerpo le pidió retirarse a la residencia del seminario de Donostia, lo que no le impidió mantener puntual relación con la localidad, en la que deja un sensacional recuerdo.
Nacido en Oiartzun en una familia muy religiosa, con 11 años ingresaba en el seminario de Saturraran. Tras pasar por Vitoria y Donostia, se ordenaba, junto a un centenar de compañeros, en 1956, en la basílica de Loyola, año Ignaciano.
Siempre insistió en que el ambiente de aquella Gipuzkoa de comienzos de los años 40 nada tenía que ver con el que décadas después y ni qué decir hoy, vive y rodea a un niño o niña de 11 años. A partir de ahí, apuntaba, 50 años de sacerdocio testigo, a lo largo de medio siglo de profundos cambios, sociales, políticos y económicos. Y en la vida de la Iglesia, partidario del movimiento aperturista que supuso el Concilio Vaticano II, a su juicio, a un chocante y destacado proceso de secularización, a una drástica disminución de las vocaciones, etc.
Tras 11 años en Zegama, los designios del Señor le traían a Ordizia, comunidad de la que ya nunca se apartó.
En su funeral, misa oficiada por el obispo de la diócesis, José Ignacio Munilla al que en el altar le acompañaban 17 sacerdotes y el diácono ordiziarra, Juan Pablo Aroztegi, más una treintena más de sacerdotes en los primeros bancos de la parroquia, el párroco Jon Etxezarreta destacó del oiartzuarra, su cercanía, incluso con aquellas personas que han sido poco de la parroquia, y en este sentido su capacidad para tejer una gran red de relaciones personales.
Su dedicación y empeño por difundir y vivir el evangelio en el entorno familiar. Su implicación en la Catequesis, de cuya dirección se hizo cargo en 1968 y ni qué decir de todas sus actividades; tamborrada infantil, Cabalgata, etc. Su afán por las misiones, su debilidad por la música, su facilidad para la pintura y el dibujo. «Era para la vida, reseñó. Vivía intensa y profundamente».
Gloria Garmendia, catequista durante más de 40 años, reseña que le conoció a Don Javier nada más llegar, ya que compartían vecindad en la entonces fonda Martínez, de la que el páter hizo su morada durante muchos años de su vida.
Implicado en diferentes facetas desde su primer día de llegada a Ordizia, «le gustaba trabajar de noche», afirma. «En aquellos días en los que las cenas en el restaurante se alargaban y había que esperar a que se retiraran los comensales solía bajar a la cocina, nos hacía compañía, y allí junto a las demás camareras, Benita, Conchi Mujika, etc, teníamos interesantes tertulias».
Como sacerdote y director de la Catequesis era un hombre aperturista. Eso sí, recto, con ideas y objetivos claros. Aunque la Catequesis estaba dirigida a los más pequeños, la clave residía en estar muy cerca de los padres. Ambito de la Catequesis en la que trabajó mucho en favor de las misiones.
«Guardo especial recuerdo de las colonias que en los meses de agosto la Catequesis organizaba en Olite. No me cabe la menor duda de que ha sido un hombre muy querido».
En este sentido Conchita Telleria, alma máter del restaurante Martínez comenta que durante muchos años Don Javier fue uno más en casa, de la que no se olvidó ni cuando la salud le obligó a buscar una casa con ascensor. «Fue un hombre, enfatiza Conchita, cariñoso, entrañable, fiel consejero. Quería mucho y le queríamos mucho».
De aquellos días de la década de los 60 de la pasada centuria, Mariger Usabiaga apunta que junto a otras chicas, con 15-16 años, conformaron la primera promoción de delineantes que salió de la Escuela del Goierri. Un buen día apareció Don Javier, que se incorporaba al centro como profesor, entiendo que de religión, pero enseguida nos pinchó para formar un 'ochote' de chicas y surgía 'Kimu berria'. «Solíamos ensayar en la habitación que tenía en el Martínez. Aquello fue adelante y nos dieron un premio en un festival que tuvo lugar el en cine Trueba de Donostia. Llegamos a ser 12 voces. Grupo al que en su última etapa se sumó Mª Nieves Munduate, otra referencia musical en el municipio.
«Trabajó mucho para adaptar las canciones a las características del grupo. Y circunstancias de la vida, responsabilidades laborales, matrimonio, etc, el grupo acabó por desaparecer. Se llevó un disgusto».
Ana Lekuona, exdirectora de la banda de música Beti Argi, responsable de la agrupación 'Ordiziako Txistulariak' subraya que la pasión por la música y su empeño porque su aprendizaje, hasta entonces reducido a clases particulares, no aptas para todos los bolsillos, estuviera al alcance y fuera accesible a la chavalería del municipio, le llevó a organizar la Academia de música en Torrea, donde al principio únicamente se impartía clase de solfeo para pasar enseguida a ofrecer txistu y guitarra, teniendo como profesores a José Miguel Aramburu, José Manuel Bergara, y Germán Telleria.
«Fue una labor muy importante, base de la gran oferta musical de la que hoy hace gala el municipio».
Inma Goiburu, directora de la coral Santa Ana expone que estando Don Javier en Zegama ya hizo sus pinitos con una agrupación coral. Musicalmente era muy culto. En Ordizia desde el primer momento quiso que las misas tuvieran otro aire y que estuvieran acompañadas por la música. Me regaló la guitarra con la que tantas veces he cantado. Y sin duda fue en alguna de aquellas reuniones en la casa parroquial de la calle Mayor, 14 cuando un buen día de 1979 propuso recuperar la coral Santa Ana; dicho y hecho.
«A veces me han preguntado si no discutía con él. Y aunque reconozco que le gustaba hacer valer lo que opinaba, escuchaba y aceptaba otras opiniones. Para mí no solo ha sido un amigo sino una persona que con aquella frase suya, 'atrévete que puedes', me ha impulsado, con el apoyo de la coral, a asumir y abordar nuevas experiencias musicales, a entablar relación con otros coros, con otras culturas, etc».
Jesús Mari Lariz, alma máter de toda actividad festiva en el municipio expone que entabló relación con el páter, prácticamente desde que llegó a Ordizia. «Día del Niño, Cabalgata, etc, era un hombre comprometido, implicado y volcado al 100% con todo lo que hacía. No faltó a una reunión en las que siempre llevaba a cabo un pormenorizado análisis de cada actividad con ánimo de mejora».
Dotado a su vez, de una habilidad natural para la pintura y el dibujo, tenía decidido ir ordenando y mirando la amplia obra que conserva al objeto de ofrecer una exposición en el palacio Barrena.
Sin duda alguna, además de un sensacional recuerdo deja un extraordinario legado.
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