Una ventana al mundo

No hay quien haga entender a mi hijo de cuatro años que en la televisión ponen «lo que quieren ellos». Su mente i-nfantil no concibe un medio en el que hacer zapping es el summum de la soberanía del espectador. Acostumbrado a ver «lo de niños que me gusta» cuando quiere, vía APP, su interés se circunscribe al consumo activo de contenidos. Lo que tenga que ver con esperar a que le propongan algo de su interés le parece casi tan incomprensible como que en Youtube -que percibe como una especie de Gran Hermano de la realidad en diferido- no esté el vídeo de algo que él ha visto. «Ama, busca bien el desfile de los cabezudos de Lezo. ¡Si estuvimos ayer!» Yo niego con la cabeza, le miro de soslayo y, mientras a la desesperada opta por intentar razonar con Sari -«Cariño, que es Siri» «Es que no tenemos tanta confianza, mamá»- , pienso en el futuro, en cuánto me gustará ver cómo son capaces de adaptarse al mundo estos pequeños cerebros 3.0, o en cómo el mundo cambiará para amoldarse a ellos.