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El punto azul pálido en la franja marrón superior es la Tierra vista por la ‘Voyager 1’ desde 6.000 millones de kilómetros en 1990.
Hasta el infinito y más allá

Hasta el infinito y más allá

Las enormes distancias cósmicas son una barrera para los viajes interestelares, pero permiten a los astrónomos estudiar el pasado del Universo

LUIS ALFONSO GÁMEZ

Domingo, 2 de agosto 2015, 09:45

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Viajar de una estrella a otra es sencillo y rápido en el cine y la televisión. Han Solo y la tripulación del 'Halcón milenario' saltan al hiperespacio en cuanto sienten en el cogote el aliento de Darth Vader. Algo más les llevan los viajes a los tripulantes de la 'Enterprise' comandados por James T. Kirk, pero, como mucho, es cuestión de días. Y la astrofísica Eleanor Arroway viaja en 'Contact' entre sistemas estelares instantáneamente. En 'Star wars', el Universo lo empequeñece el hiperespacio; en 'Star trek', la propulsión a curvatura; en 'Contact', los agujeros de gusano. En el espacio real, no existe, que sepamos, nada parecido.

El espacio real es algo difícilmente asumible para cualquiera de nosotros. Es grande, inmensamente grande. Tanto que las distancias se miden en años luz. Un año luz es la distancia que recorre la luz en un año a 300.000 kilómetros por segundo: equivale a 9,4 billones de kilómetros. El sistema estelar más cercano, Proxima Centauri, está a 4,2 años luz. Es decir, si tuviéramos una nave que viajara a la velocidad de la luz el máximo posible, según la física, tardaríamos 4,2 años en llegar a allí. Pero no la tenemos.

Demasiado tiempo

La nave 'New Horizons' de la NASA acaba de sobrevolar Plutón, que está en los confines del Sistema Solar. Más allá se encuentran el Cinturon de Kuiper y la Nube de Oort, y más allá todavía el espacio interestelar. A unos 55.000 kilómetros por hora, velocidad que la llevaría hasta la Luna en menos de ocho horas, la 'New Horizons' ha tardado ocho años y medio en llegar hasta Plutón, que está a cuatro horas y media luz de nosotros. La pequeña sonda es rápida, aunque no la más veloz de las naves humanas. Ese título lo ostenta la 'Voyager 1', que despegó el 5 de septiembre de 1977 y se aleja de nosotros a unos 61.000 kilómetros por hora. Si la 'Voyager 1' fuera en dirección a Proxima Centauri, tardaría en alcanzar su destino 76.000 años. Y estamos hablando de la estrella más cercana.

Para astros más lejanos aunque no mucho, los tiempos de viaje a la velocidad de la nave humana más rápida se disparan. Kepler 452b, el planeta un poco más grande que la Tierra descubierto recientemente en la zona habitable de su sol el anillo imaginario alrededor de una estrella en el que puede haber agua en estado líquido, está a 1.400 años luz. Podría ser un mundo vivo o no, pero mandar una nave a averiguarlo sería tirar el dinero: la 'Voyager 1' tardaría en llegar allí 25 millones de años. Aunque 1.400 años luz puede parecer mucha distancia, es poca a escala galáctica.

Nuestra galaxia, la Vía Láctea, tiene un diámetro de unos 100.000 años luz sí, ha leído bien, la luz tarda 100.000 años en atravesarla y está compuesta por entre 100.000 millones y 400.000 millones de estrellas. Para que nos entendamos, nos tocaría entre 14 y 55 estrellas por humano vivo. Además, los astrofísicos calculan que en el Universo hay cientos de miles de millones de galaxias como la nuestra. ¿Mareado? Seguro. Así que quedémonos en nuestra galaxia y olvidémonos de la más grande del vecindario los astrófísicos lo llaman el Grupo Local, que es Andrómeda y está a 2,5 millones de años luz, y del resto de galaxias. Nosotros vivimos cerca del extremo de uno de los brazos espirales de la Vía Láctea. Si quisiéramos ir al otro lado de la galaxia cruzando el centro, el viaje de ida y vuelta nos llevaría 200.000 años, el tiempo que lleva nuestra especie, 'Homo sapiens', sobre la Tierra.

Los imperios galácticos de la ciencia ficción nacieron cuando a Isaac Asimov se le ocurrió en 1942 trasladar a un ambiente espacial la caída del Imperio romano. Así nació la saga Fundación. En el mundo real, un imperio galáctico es inviable con los medios de comunicación y de transporte que conocemos: a la velocidad de la luz, el aviso por radio de un ataque o rebelión podría tardar siglos o milenios en llegar a la capital, y las naves milenios o millones de años en acudir a una llamada de socorro. Precisamente, el larguísimo coste en tiempo y energía del viaje interestelar es lo que desde el principio hizo increíbles las visitas alienígenas a bordo de platillos volantes. Y más cuando los extraterrestres se limitaban muchas veces a aparecer en descampados ante individuos solitarios, asustarles y salir pitando. ¿Merece la pena cruzar media galaxia para eso?

Mirar al pasado

Si mira al Sol no lo haga sin protección especial, estará echando un vistazo al pasado, viajando 8 minutos atrás. Porque el Sol está a 8 minutos luz de la Tierra y eso significa que lo está viendo como era hace 8 minutos. Así que pudiera ser que el Sol ya no existiera que una civilización alienígena lo hubiera destruido hace unos minutos para quitarnos del medio y usted estuviera viéndolo. Con la Luna, ese viaje al pasado es de solo un segundo está a unos 400.000 kilómetros, pero con Saturno el más lejano de los planetas visibles a ojo desnudo es de 80 minutos.

Cuando los astrónomos ven, por ejemplo, la explosión de una supernova, están observando algo que ocurrió hace muchos años. El 18 de septiembre de 2006 se detectó la segunda explosión de una estrella más violenta registrada hasta la fecha. Se trataba de un astro de unas 150 masas solares que estaba en la galaxia NGC 1260, situada a unos 238 millones de años luz. Esto último significa que esa estrella murió en realidad hace 238 millones de años, antes de la aparición de los primeros dinosaurios y la luz de su estallido ha tardado todo ese tiempo en llegar hasta nosotros.

El hecho que, cuanto más lejano esté algo, más antiguo sea ha posibilitado a los científicos viajar en el tiempo hasta casi el Big Bang, la explosión con la que nació el Universo. Calculos a partir de datos del 'Hubble' han permitido precisar que el Big Bang sucedió hace unos 13.800 millones de años. El Sol, la Tierra y el resto del Sistema Solar se formaron hace unos 4.500 millones de años. En mayo, un grupo internacional de astrónomos identificó en una imagen del veterano telescopio espacial una galaxia cuya luz ha tardado en llegarnos 13.000 millones de años; es decir, brillaba cuando el Universo tenía sólo un 5% de su edad actual. Y la semana pasada el telescopio ALMA captó la luz de una galaxia de esa época, lo que permitió a un grupo de investigadores empezar a ver cómo se formaron las primeras galaxias y cómo despejaron la niebla cósmica que hasta entonces dominaba el Universo.

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