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Pasaje al Titanic

Pasaje al Titanic

Una empresa privada fletará un sumergible tripulado para llevar ante el icónico pecio a 54 ‘turistas’ en una misión científica. Renata Rojas ya ha hecho la reserva

ICIAR OCHOA DE OLANO

Lunes, 1 de mayo 2017, 12:15

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Cuando Renata Rojas era una niña y algún adulto tanteaba sus ensoñaciones profesionales, replicaba del tirón: «Oceanógrafa», como quien dice futbolista. La segunda respuesta con la que noqueaba al desconcertado interlocutor era su favorita: «Para encontrar el Titanic». No se trataba de una fantasía pueril pasajera. Su padre, instructor profesional de buceo, le inoculó el veneno por las profundidades marinas en las aguas de Cozumel, en México, su país natal. Desde entonces, no tuvo otra cosa en la cabeza que aprender todos los secretos del mar para localizar los restos de la llamada diosa del océano. Su anhelo lo hizo trizas el doctor Robert Ballard, de sopetón, en 1985, cuando halló el legendario pecio en el fondo del Atlántico. Hacía 73 años que el mayor transatlántico del mundo había naufragado con 2.223 personas a bordo, tras colisionar con un iceberg en su viaje inaugural entre Southampton y Nueva York, llevándose la vida de 1.514 pasajeros. Rojas sintió que su brújula se desintegraba. «Fue una decepción tremenda. Ya no tenía sentido para mi estudiar Oceanografía». Dio un golpe de timón, se licenció en Finanzas y emprendió una trayectoria ligada a los números. Sin embargo, nunca se olvidó del coloso hundido. Tanto es así que esta ejecutiva del Banco Sabadell en la Gran Manzana posee uno de los 54 pasajes al Titanic que la empresa Ocean Gate ha puesto a la venta para cofinanciar una expedición científica a los restos del naufragio. «Va a ser el momento más emocionante de mi vida. Es un barco místico. Lloraré, seguro», confiesa al otro lado del teléfono de su despacho, en el Rockefeller Center.

Desde que Ballard localizó su tumba, a 595 kilómetros al sur de Terranova, el cadáver en descomposición de la icónica nave ha recibido la visita de varias misiones exploratorias. La mayoría de ellas, vehículos operados mediante control remoto. Solo en unas pocas se han utilizado sumergibles tripulados. Una de las más notables fue, precisamente, la que dirigió James Cameron para la producción de la aclamada película Titanic, estrenada en 1997. La razón de que no se hayan aventurado muchos más expedicionarios de sangre y hueso es que apenas un puñado de submarinos en el mundo disponen de la tecnología necesaria para descender los 3.800 metros de la superficie marina a los que se encuentra el pecio: el francés Nautile, el estadounidense Alvin y los dos Mir rusos. Sin embargo, en ninguna de sus inmersiones fueron capaces de capturar un vídeo de alta definición ni de escanear en tres dimensiones lo que queda del naufragio. «Todo esto ha hecho que, en total, apenas sean doscientas las personas que han tenido la oportunidad de ver con sus propios ojos la tumba del Titanic. Esas son muchas menos de las que han estado en el espacio o en la cumbre del Everest», destaca a este periódico Stockton Rush, director ejecutivo y cofundador de Ocean Gate Expeditions.

Esta firma cuenta con el primer submarino tripulado de propiedad privada preparado para soportar la enorme presión de navegar a cuatro kilómetros de profundidad. Construido en titanio y fibra de carbono, el sumergible mide menos de siete metros de largo por apenas tres de ancho y de alto, ofrece un diámetro de visión del exterior de 53 centímetros, tiene una autonomía de 96 horas en caso de emergencia y una capacidad para cinco ocupantes, incluido el piloto.

Bautizado como Ciclops 2, protagonizará el primer viaje turístico al Titanic el 26 de mayo de 2018. Ese día arrancará la primera de las siete misiones iniciales en cada una habrá varios descensos programadas por Ocean Gate que pondrán a 54 intrépidos frente a frente con la emblemática nave. A cambio de ello, pagarán 97.670 euros, la suma que costaría hoy hacer la travesía entre Gran Bretaña y los Estados Unidos, en primera clase, a lomos del Titanic, según explican los promotores. En 1912, cuando se botó y se hundió, ese pasaje se despachó a 4.350 dólares.

Esta vez, 105 años después del siniestro, la tarifa tampoco garantiza un viaje apacible. «No va a ser un tour pasivo», avisa Rush. Lejos de limitarse a observar, los visitantes harán las veces de colaboradores del equipo de oceanógrafos y biólogos que lidera una expedición alumbrada con un objetivo netamente científico. Ocean Gate se propone, en concreto, documentar las condiciones en las que se encuentran los restos del buque, así como la flora y la fauna que habitan en ellos para compararlas con los resultados que arrojaron expediciones anteriores. La razón es que el proceso de descomposición del Titanic amenaza con que desaparezca hasta el último rastro del transatlántico en unos cuantos años.

Amenaza de desaparición

Los estudiosos han detectado que, pese a la escasa proporción de oxígeno en esas frías aguas, la velocidad de corrosión se ha incrementado de forma preocupante. El deterioro parece obedecer a las fuertes corrientes imperantes, como la de Loreley, que recorre todo el fondo marino del sector y, también, a la Halomonas titanicae, la bacteria que se identificó en 2010 en los restos y que parece estar fagocitando a marchas forzadas el navío británico. Los científicos quieren evitarlo, pero no saben cómo. El papel de los 54 turistas es cofinanciar la nueva expedición y ayudar en las inspecciones in situ, las evaluaciones ambientales o el manejo del sónar para los trabajos cartográfico.

«Eso hace que este viaje sea aún mucho más excitante e interesante», certifica Rojas, una avezada buceadora que cada fin de semana patrulla la costa Este en busca de restos de barcos de guerra de la Primera y Segunda Guerra Mundial. Cuando le llegue por fin el turno al Titanic, la ejecutiva financiera se desplazará hasta la isla canadiense de Newfoundland. Allí empezará una aventura inolvidable de ocho días que compartirá con otros ocho turistas. Todos ellos recibirán un entrenamiento físico y técnico antes de subirse al helicóptero que les trasladará al barco desde donde se realizarán las inmersiones. El descenso a bordo del Ciclops 2 durará unos noventa minutos. Una vez que lleguen a la tumba marina, la recorrerán a lo largo de tres horas. Durante el hundimiento, el barco se partió en dos secciones y muchas piezas del casco y todo tipo de objetos quedaron repartidos en el fondo del mar. La mayoría, en torno a la popa: toneladas de carbón, botellas de vino intactas pese a la presión, jarras, bañeras, espejos de mano... La empleada de la entidad crediticia catalana sobrevolará todo eso. «¿Miedo? Estos sumergibles son más seguros que un avión», asegura.

Oean Gate ya ha puesto a la venta otra remesa de pasajes al Titanic para 2019. Y el 30% ya tiene dueño.

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