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AIENDE S. JIMÉNEZ
Martes, 18 de abril 2017, 17:04
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¿Quedamos para tomar un café? Es una invitación que habremos tanto lanzado como recibido un millón de veces. Aunque después, sentados a la mesa del lugar escogido para dicho encuentro, uno pida un té y otro un refresco. O si la conversación lo requiere, un par de cervezas. El café, generalmente, es la excusa necesaria para que dos personas se citen para charlar sobre temas tan mundanos como cruciales. ¿Qué hubiese sido de la serie 'Friends' sin sus quedadas en el Central Park? Ahora bien. Hasta hace bien poco, la mayoría de los guipuzcoanos se hubieran citado en un bar para sentarse en torno a una taza. Hoy en día, en cambio, la apertura de decenas de cafeterías en el territorio refleja un cambio de modelo social en un país que ha explotado sus necesidades sociales en torno a una barra.
Y sin embargo, nada es nuevo. Las primeras cafeterías comenzaron a abrir en Estambul en el año 1550, y eran puntos de encuentro para los turcos, que se reunían a discutir temas de hombres y escapar así de la vida cotidiana. En España, a finales del siglo XIX y principios del XX, los intelectuales comenzaron a reunirse en cafeterías para debatir. Hoy en día, el ritual de tomar café sigue estando soldado al acto de socializar. No solo eso, si no que en los últimos años la aparición de nuevos conceptos y espacios cafeteros han dibujado un nuevo mapa callejero, en el que no cabe una vía o avenida sin un espacio donde poder sentarse a degustar esta bebida estimulante. En Donostia, por ejemplo, el Ayuntamiento tiene 73 cafeterías registradas.
Y, ¿por qué siguen siendo lugares que nunca se pasan de moda? Precisamente, porque el ser humano se considera por encima de todo un ser social, que necesita de la relación con otros para su completa realización. El sociólogo inglés Anthony Giddens, premiado con el Premio Príncipe de Asturias en 2002, señaló en uno de sus estudios que tomar esta bebida «tiene un valor simbólico como parte de unos rituales sociales cotidianos. Con frecuencia el ritual al que va unido el beber café es mucho más importante que el acto en sí. Dos personas que quedan para tomarse un café probablemente tienen más interés en encontrarse y charlar que en lo que van a beber».
Y en ese aspecto, la mujer tiene una capacidad de socializar mayor que el hombre. Es por ello que lo que comenzó siendo un lugar de encuentro para hombres, pasó a ser un espacio principalmente feminizado. «Yo recuerdo que mi abuela quedaba a tomar café con las amigas, pero mi abuelo no, él se iba a la sociedad o a 'txikitear'», cuenta Juan Aldaz, sociólogo y profesor de la Universidad del País Vasco.
Para Aldaz, existe un perfil claro de los habitantes de las cafeterías. «Por lo general son mujeres, muchas de avanzada edad. No existen datos empíricos, pero a lo que nos evoca es a un espacio feminizado». «Desde la época de nuestras amonas las mujeres quedaban para tomar un café, charlar, compartir y hacer su red social. A día de hoy ese poso todavía existe en estos espacios», señala.
El hecho innegable de la capacidad de las mujeres para conversar y confesarse entre sí es para el sociólogo otra de las razones para que sean ellas las que copen las cafeterías. «Entre las mujeres sigue extendida esa capacidad de poder compartir sus sentimientos, que me parece una virtud maravillosa. Y para eso, tenemos una cultura del café como excusa o condimento indispensable para compartir esos momentos».
Por otro lado, el profesor también relaciona la realidad del mercado laboral con la mayor participación de las mujeres en estos lugares. «Aunque estemos avanzando, es absurdo pensar que la nuestra es una sociedad igualitaria. Puede resultar un discurso chapado a la antigua pero quienes tienen una mayor incorporación a la vida laboral siguen siendo los hombres. Ante la tesitura de muchas parejas heterosexuales de tener que dedicarse exclusivamente a la crianza, como generalmente el varón suele tener un sueldo mayor, la mujer se dedica a la logística del hogar».
Individualizarse
Otra de las explicaciones al auge de establecimientos cafeteros en las ciudades tiene que ver con la economía. «El café es un producto relativamente accesible y te lo puedes tomar en un espacio cerrado, en el que puedes estar un buen rato. Es una modalidad de ocio barato».
Como todo, las cafeterías han ido cambiando a lo largo de los años. Pocas quedan de las más antiguas, triunfan las panaderías-cafeterías y las más modernas y conceptuales se abren cada vez más paso entre un público más joven y heterogéneo. «El de consumir es el mayor acto ideológico o político que podemos hacer, aunque muchas veces lo hagamos inconscientemente», comenta Aldaz.
«Queremos mostrar que tenemos un perfil concreto, y vamos a lugares donde van personas de nuestro mismo perfil. Eso tiene que ver con un proceso de individualización, de una manera de querer diferenciarnos del resto. En nuestro consumo proyectamos una imagen de lo que somos, de nuestra personalidad», asegura el sociólogo. «Por ejemplo, ahora hay ciertos establecimientos que ofrecen un producto cuidado, de producción sostenible. Son espacios nuevos, cálidos y modernos, que atraen a un perfil concreto de gente», comenta Aldaz. «Pero muchos de los que consumen allí lo hacen mucho más por dar una imagen que realmente por tener una conciencia sobre la procedencia del café o de lo que tomen».
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