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Las «brujas mutantes» de Stalin que aterrorizaron con sus bombas al ejército alemán

En 1943, un regimiento de mujeres piloto acosó durante decenas de noches a los germanos con unos pequeños aviones de fumigación

M. P. VILLATORO

Viernes, 6 de mayo 2016, 21:09

«¿Qué voy a hacer con vosotras si, cuando comience el combate, os vais a poner a llorar?». Aunque no exactamente con estas palabras, esto es lo que dijo el comandante de un regimiento soviético de cazas ubicado a las afueras de Stalingrado en el momento en que, allá por septiembre de 1942 (mientras los alemanes trataban de asediar la que era considerada como una de las ciudades más importantes de la URSS), vio aparecer en su campamento a cuatro jovencitas que decían ser sus pilotos de refuerzo. No fue el único. De hecho, esa misma sensación acompañada por una gran dosis de curiosidad- la tuvo también el aviador Stepán Mikoyán cuando vislumbró con sus propios ojos por primera vez a aquellas chicas ataviadas con unos uniformes que les quedaban demasiado grandes y que, en muchos casos, habían tenido que ajustarse con la ayuda de aguja e hilo ellas mismas.

No obstante, lo que no sabían ni el comandante ni el jovencísimo Mikoyán es que esas chicas formaban parte de las decenas de mujeres piloto entrenadas por el ejército soviético a partir de 1942 para detener el avance de los «Fritzs» (el apodo con el que los rusos conocían a los alemanes) y lograr expulsarles de la URSS en nombre del «camarada Stalin». Un reclutamiento que llevaría hasta los azules y gélidos cielos de la estepa rusa a aviadoras de la talla de Lidiya Litviak nombrada Heroína de la Unión Soviética por la cantidad de pilotos de la Luftwaffe (la fuerza aérea germana) que derribó- o a Nadezhda Popova quien realizó 852 misiones de bombardeo nocturno en una unidad exclusivamente femenina llamada las «Brujas de la noche»-.

Ahora, más de siete décadas después del final de una contienda que dejó casi nueve millones de muertos en los territorios rusos, una buena parte de las historias de estas heroínas han quedado recopiladas en «Las brujas de la noche» («Pasado y Presente», 2016), el último libro de Lyuba Vinográdova. Una traductora e investigadora rusa que ya ha colaborado en otras obras de la misma temática con Max Hastings («La guerra secreta») o Antony Beevor («Ardenas»). En este caso, sin embargo, la experta se ha decidido a reconstruir la vida de muchas de estas mujeres usando como base incontables horas de investigación y decenas de encuentros con las aviadoras y mecánicas rusas aún vivas que participaron en la Segunda Guerra Mundial.

Las mujeres en el ejército

Para hallar el momento en el que el Comité de Defensa soviético el órgano encargado de organizar la resistencia de la URSS- llamó a las mujeres a combatir es necesario retroceder en el tiempo hasta 1942. Fue en ese año cuando los alemanes iniciaron la llamada «Fall Blau» u «Operación Azul», un gigantesco ataque del que formaban parte 10 de sus ejércitos y que además de presionar sumamente a las fuerzas soviéticas- pretendía conquistar Stalingrado y los pozos petrolíferos del Caúcaso. El plan fue un éxito parcial para los alemanes en las primeras semanas, pues se plantaron frente a la ciudad causando centenares de muertos, pero no lograron conquistarla rápidamente. «A mediados de 1942, después de que hubiera un número colosal de bajas, se hizo un llamamiento masivo a las mujeres para que entraran en el ejército. No solo para que fuesen pilotos, sino en general», explica Vinográdova.

En palabras de la experta, la URSS fue la primera potencia en reclutar entre 800.000 y 1.000.000 de mujeres para desempeñar tareas «de hombres», como ella misma afirma. «En el ejército soviético las mujeres no trabajaban solo de enfermeras, sino que eran soldados a todos los efectos. Las podías encontrar de observadoras de artillería, o reparando cables en primera línea del frente. Por supuesto que ser enfermera era considerado una profesión de mujer en todos los ejércitos. Pero sí sacabas los cuerpos inertes de la primera línea del frente, como en el caso de las soviéticas, ya era entendido como un trabajo de hombres», determina.

A día de hoy puede parecer algo sumamente llamativo, pero a los soviéticos no les extrañó (más allá de las sorpresas iniciales que se llevaron soldados como Mikoyán) ver a sus «camaradas» femeninas disparando a los nazis. Y es que, las mujeres ya habían participado en Stalingrado en tareas tan varoniles como la construcción del metro o el trabajo en las minas. «No fue rompedor que las mujeres fuesen a la guerra. Al fin y al cabo no era considerado un trabajo mucho más difícil que el que hacían en su vida diaria. Además, la revolución ya había roto todos los esquemas patriarcales. Incluir a las mujeres en masa a la contribución económica era parte de la política de Stalin desde hacía años», destaca Vinográdova. Así fue como, a partir del 42, las mujeres empezaron a ejercer como carristas, fusileras, servidoras de ametralladora y en definitiva- todo aquello que se le pasase por la cabeza a los oficiales que las comandaban.

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