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Los vecinos de la bahía de Pasaia están acostumbrados a ser protagonistas. La foto que les retrata siempre está asociada a los proyectos de regeneración y a ser calificado ese rincón del mapa como «una de las zonas más degradadas de Gipuzkoa». Es, a su pesar, el invitado con el que nadie quiere bailar, la fruta fea que nadie comprar. ¿Por qué? Ocurre lo mismo que cuando el cliente se planta frente al mostrador y elige las piezas más brillantes, redondas y coloridas. Comemos con los ojos. Y en realidad vivimos con los ojos, en una sociedad donde todo va demasiado rápido y son las imágenes las realmente poderosas. En la bahía pasaitarra, esa fruta fea han sido los pabellones industriales, algunos en desuso, los solares de edificios derribados donde lo único que ha crecido es la vegetación, y la chatarra amontonada a dos metros de los balcones. Durante años, para rematar esa imagen industrial, circulaban además los camiones por la antigua N-1, cosida como una herida en el asfalto. Estéticamente, gran parte de la bahía no entra por los ojos, salvando las postales del puerto pesquero de Pasai San Pedro y el histórico distrito de Donibane. Pero la bahía es mucho más y su problema traspasa la piel que la recubre, porque por debajo de esa costra herrumbrosa está el paro, las desigualdades y una hilera de problemas sociales y económicos, el verdadero lastre. Pero la metamorfosis prometida con la regeneración tiene que empezar por algún lado. No basta con que la bahía se haya convertido en el centro de los proyectos de transformación (la pasarela de Trintxerpe a Herrera, el futuro centro de envejecimiento Adinberri), también hay que aparentarlo. Y la celebración del Festival Marítimo de Pasaia encaja en esa proyección merecida, un impacto que debería ser de largo recorrido para mostrar al exterior una fotografía con una perspectiva diferente a los titulares que lleva años protagonizando. Que ese viento en contra por el retraso en la llegada del barco 'L'Hermione' no sea una metáfora de los tiempos que le esperan.

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