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Sesión de cine al aire libre. / Archivo
Una butaca bajo la luna
Una mirada al pasado

Una butaca bajo la luna

Desde la década de los 50 y 60 las plazas de los pueblos y de los barrios se transforman en verano en cines. El más antiguo lo gestiona la familia Navarro y está en la localidad valenciana de Serra

EDURNE TAPIA

Domingo, 11 de agosto 2013, 13:27

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Desde que los hermanos Lumiere inventaron el proyector cinematográfico en el siglo XIX, la forma de disfrutar del séptimo arte ha cambiado mucho. Ahora las películas son en color y con sonido, y cuentan con efectos especiales. Sin embargo, la magia y el misterio que envuelve a cada fotograma siguen siendo los mismos, y con la llegada del verano es posible transportarse a la década de los 50 o 60 gracias al cine de verano. Durante unos meses, los parques, las playas, los patios o los museos se transforman y se llenan de cinéfilos que acuden son sus sillas, sus bolsa de pipas y una buena compañía dispuestos a revisionar clásicos de toda la vida, el estreno de la temporada o el cine de autor. Todo ello a un precio bastaste asequible y bajo las estrellas.

Herederos directos de aquellas proyecciones ambulantes al aire libre que se llevaban a cabo en los barrios y zonas rurales, el cine de verano fue una evolución esencial que permitió disfrutar del séptimo arte en épocas de verano. Y es que cuando las salas de proyección no contaban todavía con un sistema de ventilación y de aire acondicionado que permitiera refrigerar las salas cubiertas, instalar un proyector de películas y una sábana blanca era la mejor solución. De esta forma tan simple y a la vez tan práctica, cientos de cines al aire libre se fueron creando por toda la geografía española. Era una época en la que Charlton Heston, John Wayne o Paco Martínez Soria llenaban las plazas de los pueblos de familias que acudían a ver los largometrajes que habían sido estrenadas en la capital hacía un año.

Hasta la década de los 70 el cine de verano fue uno de los mayores entretenimientos. Sin embargo, las ciudades empezaron a sufrir cambios urbanísticos y las grandes salas fueron contando con tecnología que permitía realizar proyecciones en espacios cerrados y con altas temperaturas. Muy pocos pudieron sobrevivir y solo algunos han aguantado el paso del tiempo.

La familia Navarro sigue manteniendo vivo el espíritu que envolvía al séptimo arte que empezó a proyectarse sobre una sabana en 1958. Gracias a Vicente Aliaga, párroco del pequeño municipio valenciano de Serra, los campos donados por la parroquia han servido desde entonces como enclave para mantener con vida el cine más antiguo de toda España. Los habitantes del pueblo comenzaron a disfrutar de él con la proyección de 'El puente sobre el río Kwai'.

Desde entonces y durante casi cuatro décadas, la familia Navarro ha mantenido con vida el espíritu y el ambiente que envolvía al cine de la década de los 50 y 60. Con tan solo 16 años Ramón Navarro empezó como aprendiz de cabina, y ahora su hijo es quien ha tomado el relevo. En una época en la que cada vez más salas comerciales están bajando la persiana, el éxito de este cine puede que radique en la tradición familiar y en la cercanía con los habitantes y veraneantes de la zona. Y es que, sin subvenciones ni ayudas públicas, los únicos ingresos son los procedentes de la taquilla.

Han pasado años desde que los primeros cines de verano llegaran a los pueblos y barrios, pero el paso del tiempo no ha hecho que desaparezcan las pantallas gigantes donde se proyectan los grandes clásicos del séptimo arte y los últimos estrenos. Bilbao, Sevilla, Madrid, Barcelona o Badajoz son solo algunas de las ciudades, que si el tiempo lo permite, ofrecen al espectador una manera única e inolvidable de ver el cine.

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