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Cuando el sí es no

La falta de ilusión y la sobra de intereses contradictorios es donde radica la precariedad de un proyecto que no tiene en absoluto asegurada su estabilidad

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Domingo, 3 de junio 2018, 09:43

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Lo primero es lo primero. Y, en mi caso, lo primero es reconocer que no acerté el domingo pasado al predecir -por qué hacer de augur en tiempos tan inciertos- que la moción de censura del PSOE, tal y como estaba planteada, no llegaría a buen puerto. No sirve de consuelo que fueran legión los analistas que me acompañaron en el error. Debí tener en cuenta que el rechazo es más fuerte que la adhesión. Pues fue, al final, el intenso sentimiento de repulsa que Rajoy provocaba lo que prevaleció sobre el poco atractivo que la propuesta de Sánchez inspiraba. Lo dijo Tardà con la cruda sinceridad que le caracteriza: «Mi sí a usted, señor Sánchez, es un no a Rajoy». Y muchos de los que apoyaron la moción pensaban lo mismo sin atreverse a decirlo. Lo admitió hasta el mismo Pedro Sánchez al rogar vergonzantemente al censurado a dimitir antes de que la moción se votara y hacerse él a un lado declarándole su único promotor.

En el grupo de censores merecen comentario aparte los nacionalistas vascos. Resulta paradójico que sobre los hombros de cinco diputados, sólo interesados, según dicen, en lo que a su propio terruño concierne, se hiciera caer, en todos los medios, la responsabilidad de mantener incólume la estabilidad de todo el Estado. «En manos del PNV» ha sido la frase por todos pronunciada en vísperas de la moción. Recuerda a lo que hacen las empresas demoscópicas cuando, para disimular su ignorancia, dicen, justo antes de las elecciones, que el resultado final está en manos de los indecisos, obviando que los indecisos, al igual que los cinco diputados del PNV, sólo adquieren esa supuesta responsabilidad decisoria por ser los últimos en sumarse al grupo de los ya decididos. En la censura, los jeltzales se vieron arrastrados al sí, no por sentir especial atracción hacia Sánchez, sino por el pánico que les entró al tener que apoyar a Rajoy con la sola e incómoda compañía de Ciudadanos y después de que casi todos los demás, y en particular los soberanistas catalanes, hubieran dado ya el paso. Era, tras la sentencia 'Gürtel', una opción obligada, de las muchas que, en política, se halla uno en el brete de adoptar.

Quizá fuera por eso por lo que el portavoz del grupo, Aitor Esteban, en vista del halo de impostado moralismo que estaba apoderándose del debate, tuvo la honradez de bajar los humos éticos de los censores -y de algunos no censores, por supuesto- y denunciar lo que de interés puro y duro se ocultaba en todo ello. No era, en efecto, sólo noble indignación lo que en el Congreso dominaba ni sólo dignidad democrática lo que a los parlamentarios movía, sino que, bajo la grandilocuencia de las palabras, se dirimían intereses partidarios y ambiciones personales de la más común estofa. Nada que condenar, por supuesto, con tal que la hipocresía no disfrace de celestial lo que la política y la vida misma tienen de terrenal.

En esa falta de ilusión por la iniciativa y esa sobra de intereses contradictorios es precisamente donde radica la precariedad del proyecto. Los que, por querer decir no a Mariano Rajoy, dijeron sí a Pedro Sánchez no se hicieron por ello socios de éste, sino que siguen siendo sus rivales y adversarios. No tardarán en exigirle lo que no puede dar, y la falsa adhesión de hoy será mañana abierta hostilidad. Unos, porque compiten con él por idéntico caladero de votos; otros, porque persiguen objetivos que le son inasumibles. Quizá los escépticos, esos que no alardearon en el debate de ética ni dignidad, sino que reconocieron lo que de banal había en todo ello, sean, al final, los más beneficiados. Se quedarán como estaban, que es lo máximo a lo que aspiran.

La situación se había hecho insostenible tras la sentencia 'Gürtel'. La indolencia y el aturdimiento de Rajoy hicieron la moción inevitable. Pero la inestabilidad no está por ello superada. La convocatoria anticipada de elecciones es la amenaza que pende sobre la precariedad del nuevo Gobierno. Y, si en la censura jugó un papel la presión de una opinión pública hastiada, no es de excluir que, más pronto que tarde, termine también por forzar su adelanto. Pero no volveré a hacer de augur.

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