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Grande-Marlaska: «No imagino otro lugar donde se asumiera tan rápido ir con escolta»

L. P.

Lunes, 7 de noviembre 2016, 07:18

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Fernando Grande-Marlaska coincidió con José María Lidón la tarde anterior a que lo mataran. Tenían los ritmos de trabajo cruzados: mientras Lidón siempre paraba a mediodía para comer con su mujer, profesora en un colegio, él prefería el horario intensivo para irse a casa antes. El entonces magistrado de la sección sexta de la Audiencia recuerda a su compañero de toga cargado como siempre con sus coleccionables, «que le encantaban. Creo que aquel día llevaba un libro de Paulo Coelho». Lo siguiente que supo de Lidón fue poco después de las ocho de la mañana, cuando al regresar de pasear a su perra escuchó la noticia del asesinato. Grande-Marlaska, que había hecho alguna práctica de Derecho con él en Deusto, recurrió a Lidón para que le recomendara un tutor «no muy convencido» todavía de querer ser juez. El interpelado le encaminó hacia Juan Alberto Belloch. Y un mal día, aquel magistrado «afectuoso» y de «fácil estar», que siempre tenía un rato para explicar lo que fuera si se lo pedías, fue tiroteado hasta morir a la puerta de su casa. Era una víctima sencilla: se limitaba a intentar vivir su vida sin prevenciones. «Es curioso, porque él se dedicaba al Derecho Penal, a la vulneración de derechos humanos, pero era tan buena gente que nunca se vio como un objetivo», constata Grande-Marlaska.

El hoy magistrado de la Audiencia Nacional y miembro del Consejo del Poder Judicial acababa de desprenderse de la escolta -lo que son las cosas- justo antes de que ETA atentara contra su colega. Llevaba un año protegido y le resultaba «tan incómodo» que prefirió renunciar. «Ninguno queríamos ver la amenaza. Era como si hubiera una niebla, como si no quisiéramos ver que estábamos en la diana», confiesa. «Por desgracia», añade, la Judicatura vasca asumió con prontitud que tenía que ejercer blindada por los guardaespaldas. Una normalidad forzosa que atribuye a «la patología» que se había adueñado de Euskadi por efecto de la violencia. «No me imagino ningún otro lugar del país asumiendo tan rápida y disciplinadamente que teníamos que llevar escolta. No queríamos verlo, pero lo sabíamos. Y cuando ocurrió, nos quitamos la venda».

Grande-Marlaska no está seguro de que sea un juez distinto por haber percibido la amenaza a flor de piel. La vivencia cotidiana del terror «nos iba conformando a todos en lo negativo. Y eso no hace mejor a la gente». Pero sí cree que la Magistratura vasco no necesitó «reafirmarse»; que el asesinato de Lidón le ratificó en que su «trabajo» seguía siendo aplicar la Constitución y las leyes. Y la vocación de resolver el crimen contra su compañero es «la misma» que en todos los demás pendientes de sentencia. «El cese de la violencia no nos lo han regalado. Les hemos derrotado», concluye.

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