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Montserrat. Un grupo de monjes se manifiesta con carteles de 'Volem votar'.
El Vaticano repiensa la autodeterminación

El Vaticano repiensa la autodeterminación

Procesos como el de Cataluña preocupan «mucho» a la Santa Sede y la obligan a revisar su Doctrina Social sobre el derecho a decidir

PEDRO ONTOSO

Domingo, 19 de octubre 2014, 08:44

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El proceso soberanista que enfrenta a Cataluña con España, la experiencia de Escocia y los movimientos independentistas que se atisban en el horizonte en Euskadi, Flandes o la Padania han desatado las alarmas en el núcleo duro del Vaticano, donde el secesionismo no tiene cartel. El compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, fruto de largos años de sedimentación de documentos y discursos, aborda la cuestión del derecho de autodeterminación, pero en la 'intelligentsia' pontificia avanza la posición de que necesita ser reactualizada, acotada y clarificada, al ser fruto de situaciones geopolíticas que ya han sido superadas, para estrechar el margen de su distorsión. Y, según refieren personas cualificadas que han frecuentado los despachos de Roma, están en ello.

Este mes se cumplen diez años de la presentación del 'Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia', un voluminoso documento de 500 páginas en el que el Vaticano recoge su magisterio sobre los asuntos más importantes que pueden preocupar a la sociedad, desde la ley natural y la vida política a la pena de muerte, el terrorismo y la guerra, pasando por el medio ambiente, el matrimonio o la homosexualidad. La síntesis doctrinal, conocida como el 'Catecismo social', asienta la posición sobre el nacionalismo y los derechos y deberes de las minorías, basada, sobre todo, en textos de Juan Pablo II, del Concilio y de algunos dicasterios romanos.

El caso es que muchas de esas argumentaciones tienen su origen en situaciones especiales, muy ligadas a la propia biografía del Papa ahora beatificado, como la caída del bloque comunista en Europa o los procesos de descolonización de muchos países a partir de los años 60. La mentalidad polaca se aprecia, por ejemplo, en las presiones diplomáticas del Vaticano para que la comunidad internacional reconozca a Croacia, cuando este país de los Balcanes rompe en 1991 con Yugoslavia, y la Santa Sede da cobertura a un estado católico, defendiendo que su independencia «nace de legítimas aspiraciones expresadas democráticamente». El caso de Timor Oriental, en 2002, que se había independizado de Portugal en 1975 y fue invadido por Indonesia poco después. Karol Woyjtila visitó la isla en 1989 y en 1999 se celebró el primer referéndum por la secesión, ahogado en sangre por el Ejército. También ha habido guiños a países como Namibia, en África, o a enclaves del Cáucaso.

La globalización ha cambiado muchas cosas y ha sacudido no pocas identidades. La Iglesia ha permanecido muy cauta ante procesos como los de Quebec, en Canadá, o Escocia, donde la jerarquía católica ha recibido instrucciones muy precisas para evitar manifestar sus preferencias. Es lo que ha pasado ahora en Cataluña, donde los obispos han publicado una carta muy comedida, con un lenguaje codificado, en el que defienden que todas las opciones son asumibles desde la ética, pero en la que no se pronuncian sobre la dirección que tiene que tomar el pueblo catalán. La declaración del abad de Montserrat, Josép María Soler, -hace varios meses- de que el Vaticano reconocería un hipotético estado catalán, fue rápidamente desautorizada por el nuncio -embajador- de la Santa Sede en España.

Las delegaciones españolas que han pasado en los últimos meses por el Vaticano -los obispos en sus visitas 'ad limina', los políticos en viajes oficiales o los personajes de peso que tienen contacto con la esfera del Papa- han constatado la preocupación que existe en Roma por el caso catalán y por el auge del nacionalismo en Europa. En los palacios apostólicos y en los dicasterios se habla mucho de los procesos de secesión. Y se hila fino a la hora de elaborar los discursos públicos que puedan afectar a los procesos en marcha para que no puedan ser interpretados como una legitimación.

Una pista. El mismo Papa realizó unas declaraciones sobre esta cuestión, muy matizadas, cuando habló sobre el soberanismo en Cataluña. Francisco deja claro en la primera línea que «toda división le preocupa». Y distingue entre independencias por emancipación y por secesión, lo que le sirve para traer a colación el caso de la antigua Yugoslavia y observar que «hay pueblos con culturas tan diversas que ni con cola se podrían pegar». Luego se pregunta si en otros casos la situación es tan obvia, y a renglón seguido se refiere a otros pueblos «que hasta ahora han estado juntos». Ahí está el matiz y el mensaje: «Habrá casos que serán justos y casos que no serán justos, pero la secesión de una nación sin un antecedente de unidad forzosa hay que tomarla con muchas pinzas y analizarlas caso por caso».

Los expertos de la Santa Sede han construido un texto muy pensado, primero, para justificar posiciones anteriores y, después, con vistas al futuro que viene. Esta declaración del Papa, en la que diferencia los pueblos que históricamente han tenido una independencia de los que mantienen unos vínculos históricos de unidad, es muy importante, y ya ha sido incorporada a los principios que sedimentan la Doctrina Social de la Iglesia. Los estrategas del Vaticano se mantienen vigilantes «para no perder el carro si se avanza en una dirección. Alguien podría decir luego que la Iglesia no estuvo en el hecho fundacional, que se opuso. Pero la Iglesia no está por la secesión», apunta un vaticanista.

¿La religión une?

Otras señales de la revisión de los postulados han llegado de la mano de hombres con mando e influencia en la Iglesia. Es el caso del cardenal Reinhard Marx, presidente de las Conferencias Episcopales de la UE. El purpurado, miembro cualificado del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, no solo es una de las máximas autoridades eclesiásticas en Doctrina Social, sino que, ahora, pertenece al poderoso G-9 que asesora al Papa en el gobierno y las reformas de la Iglesia. El teólogo alemán viene advirtiendo en distintos foros de que «un nuevo nacimiento de nacionalismos y populismos sería terrible para Europa y para la convivencia».

El arzobispo de Münich es autor de un documento sobre la Iglesia y la globalización en el que sostiene que hay que relativizar las patrias y las naciones, porque todos somos hijos de Dios. A su juicio, la identidad nacional es la segunda, la primera es ser cristiano. Y si la Iglesia está llamada a jugar un papel crucial en la contribución del nuevo orden mundial, el criterio básico es el criterio humano. Marx, Premio de Economía Social de la Fundación Konrad Adenauer, -es poco frecuente ver a un obispo en este palmarés- aplica sus teorías de no exclusión y del bienestar general a la de los egoísmos políticos, que identifica con los nacionalismos.

Esto conecta con la doctrina tan extendida de que la religión es un vínculo de unión. El filósofo catalán Eugenio Trías escribe en su libro 'Pensar la religión' que «si los vascos fueran hugonotes y los catalanes chiítas, hace siglos que serían independientes». En realidad, lo que afirma Trías es que el verdadero hecho diferencial no es la lengua, sino la religión. «También afirma que los caracteres de la escritura son más importantes para crear hechos diferenciales que la lengua hablada, y se refiere a los caracteres cirílicos y latinos. Podía haberse referido a los caracteres hebreos de la Torá y a los árabes del Corán. En cambio los cristianos, desde el principio, se desvincularon de unos caracteres determinados, no los consideraban sagrados, y usaban para sus Escrituras el latín, el griego, el siríaco o lo que fuese», interpreta un biblista.

La identificación de la unidad de España con un bien moral, un concepto que atraviesa toda la Doctrina Social de la Iglesia, ha sido desarrollada en la jerarquía española para disgusto de la mayoría de los obispos vascos y catalanes. El gran muñidor fue Eugenio Romero Pose, obispo auxiliar de Madrid ya fallecido, y un gran intelectual, que tenía en su casa una de las mejores bibliotecas sobre la autodeterminación. Su mano fue una pieza clave en el documento de la Conferencia Episcopal sobre los nacionalismos, bendecido por los cardenales Rouco Varela y Antonio Cañizares. En la toma de posesión de este último como arzobispo de Valencia, el pasado fin de semana, insistió en que España es «un proyecto que hay que llevar adelante entre todos a través de una visión unitaria, como dice el Evangelio».

Al igual que en el Vaticano, en la Conferencia Episcopal Española la cuestión de Cataluña preocupa, y mucho. El arzobispo de Barcelona nunca había hecho tantas visitas, y tan seguidas, a Roma. La información se actualiza al minuto. En la última nota conjunta de los obispos catalanes la apelación es al bien común. Cañizares y Rouco siempre han sostenido que la secesión afecta al bien común, si bien el texto sobre los nacionalismos de 2002 -una instrucción y no un documento doctrinal- no fue avalado por todos los obispos: ocho votaron en contra y cinco se abstuvieron. Pero si hay una discurso sobre el nacionalismo democrático que ha tenido peso en la jerarquía española es el alumbrado por monseñor Fernando Sebastián, en su día arzobispo de Pamplona y hoy flamante cardenal por deseo expreso del Papa con quien comparte consultas.

Sebastián firmó un epílogo en el libro 'La Iglesia frente al terrorismo de ETA' (BAC) en el que fijó un criterio muy compartido por sus compañeros sobre la autodeterminación. El entonces arzobispo, ante la evidencia de una sociedad vasca dividida en sus preferencias políticas, sostenía que «ninguna solución unilateral que imponga las preferencias de una mitad y desconozca el sentimiento y la voluntad de la otra mitad puede ser justa ni estable. Nadie puede excluir a nadie. Parece que los ciudadanos vascos están histórica y socialmente obligados a adoptar soluciones flexibles y sutiles que conjuguen hábilmente los sentires de todos con las circunstancias históricas y geopolíticas reales, sin apasionamientos ni exageraciones, sin maximalismos que desfiguran y llenan de crispación la realidad social, cultural e histórica», escribía. Era una visión marcada por la actividad criminal de ETA.

Constitución y Estatuto

Monseñor Sebastián defendía (era el año 2001) la Constitución y el Estatuto vasco como «los instrumentos legales que garantizan la convivencia en paz y libertad», pero, al mismo tiempo, sostenía que la paz y la justicia «no llegarán del todo mientras no haya una voluntad política eficaz de encontrar una respuesta razonable a las pretensiones más o menos independentistas de la mitad nacionalista de la población vasca». Hoy, esas posiciones han cambiado y hay una confluencia de intereses entre distintos partidos, aunque con distintos ritmos y calendarios. Y sin terrorismo.

¿Y la Iglesia, por dónde se decantaba? Sebastián señalaba que el magisterio y las sugerencias «solo llegan hasta donde llegan las exigencias morales». «Es evidente -continuaba- que los objetivos de la convivencia y del respeto a la libertad se pueden conseguir de distintas maneras y por procedimientos diferentes. Nada tiene que decir la Iglesia sobre ello. Basta con recomendar y exigir a quienes quieran escucharla que todo se haga con respeto a la verdad histórica, a la libertad real de los ciudadanos al servicio sincero del bien común, sin exclusiones ni discriminaciones, sin recurso algunos a actuaciones ilegales o violentas».

Pero el magisterio de la Iglesia puede tener distintas lecturas. El artículo, casi un pequeño ensayo, de Sebastián tuvo una réplica por parte de monseñor Setién, obispo emérito de San Sebastián y uno de los prelados que más han teorizado sobre la ética del nacionalismo. Primero lo hizo en el libro 'De la Ética y el nacionalismo' (Erein) y después en 'Unidad de España y juicio ético' (Erein), en el que también replicaba al documento del Episcopado.

Setién rechazaba excluir « por razones éticas la realización de un proyecto nacionalista independentista sin violencia», y sostenía que «ni el diálogo ni la consulta popular deben considerarse procedimientos éticamente rechazables». En otro momento, subrayaba la compleja bipolaridad de la unidad de España como un problema político, pero, al mismo tiempo, como un problema ético y moral. Siempre muy alambicado en sus reflexiones, cargaba contra los mensajes subliminales que hacían coincidir la defensa de la unidad de España con la defensa de la justicia, de la igualdad y de la libertad, en contra de las veleidades que, por su misma forma de entender la convivencia nacional, arrastraría consigo al nacionalismo político y, por ello, espontáneamente radical y exacerbado'. En suma, a juicio de Setién, se presenta la unidad de España «como un bien a tutelar frente a un nacionalismo, que por su misma naturaleza y necesariamente, no podría ser menos de ser injusto».

El sociólogo vasco Javier Elzo, católico y nacionalista templado, zanja que hay tantas páginas en la Biblia y en los documentos papales y episcopales que «casi, casi, uno puede encontrar frases para apoyar un planteamiento y el contrario». En efecto, un mismo discurso del Papa puede ser invocado para defender la legitimidad del soberanismo o para cuestionar o bendecir la ilegalidad de la secesión. Muchas veces son pronunciamientos puntuales empujados por la coyuntura y otras, posicionamientos extraordinarios. No pocos expertos que han estudiado y profundizado sobre la Doctrina Social de la Iglesia ofrecen significados distintos sobre el concepto de autodeterminación, que lo mismo es empleado para identificarlo con la independencia, que para aplicarlo a un Estado autonómico o a cualquier otra fórmula, como la federal.

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