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Don Juan Carlos.
Juan Carlos I, el Rey de la democracia y la concordia

Juan Carlos I, el Rey de la democracia y la concordia

El reinado de Juan Carlos I permanecerá en el recuerdo de los españoles a través de los siglos como uno de los más brillantes de nuestra Historia

César de la Lama | Primer biógrafo autorizado de S.M el Rey Juan Carlos I

Lunes, 2 de junio 2014, 11:03

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A veces la historia nos sorprende con su relativismo. Y también porque nos demuestra que todo tiene un principio y un fin. El reinado de Juan Carlos I permanecerá en el recuerdo de los españoles a través de los siglos como uno de los más brillantes de nuestra Historia. Los acontecimientos que han configurado la realidad española de estos últimos 39 años han sido preceptivos y constitutivos del pensamiento de un Rey que ha engrandecido a España, sin inclinación o tendencia partidista hacia un régimen político determinado, ejerciendo como un monarca constitucional que se ha guiado por la Carta Magna. Siempre ha repartido ecuanimidad, consejo equilibrado y justo porque ha mantenido el privilegio real, como recoge San Isidoro en sus etimologías: Rex eris, si recte facies; si non facies, non eris. Y ha buscado el interés del Reino y de sus súbditos, aunque no gobernara.

Don Juan Carlos protagonizó días de gloria para España. Aunque no todo fueron luces, también hubo sombras. Y aquel Rey que trajo la democracia y la concordia al pueblo español, sufrió la mayor crisis de su reinado en los primeros meses del año 2013. Una serie de acontecimientos relacionados con la recesión económica, la corrupción y la descomposición política y social que vivió el país sirvieron de telón de fondo a una feroz crítica al Rey y la Institución monárquica. Una corriente desestabilizadora --favorecida por la aguda crisis económica y la actuación de su yerno Iñaki Urdangarin en el caso Nóos-- salpicó la buena imagen de don Juan Carlos y pretendió juzgarle de forma injusta no por su obra benefactora durante más de tres décadas y media, sino por las intrascendentes veleidades de su vida privada que se convirtieron en razón de Estado hasta poner en tela de juicio la vigencia de la monarquía. Fue entonces cuando se fragmentó la opinión pública y perdimos sus valores; se frenó el desarrollo y se mermó nuestro prestigio en el exterior. En determinado momento todos estuvimos contra todos. La acritud entre los partidos políticos y las ideas soberanistas hicieron un daño irreparable. No es válido por tanto en este caso aquello que dijo Napoleón de que la altura del Soberano, es la altura de su pueblo. El Rey Juan Carlos ha estado a mayor altura que su pueblo. ¿Qué hicimos de aquel país equilibrado y floreciente que nos legó el monarca los primeros años de la democracia? Veamos cuales han sido los hechos más destacados a lo largo de todos estos años, encarnados en su persona.

Si es cierto que el camino del joven Príncipe hacia el Trono estuvo sembrado de dificultades y obstáculos que superó con éxito por su coraje y el decidido deseo de reinar, también lo es que la familia Borbón vive acontecimientos inesperados desde que el Infante nace en Roma el 5 de enero de 1938. Son muchos los retos que don Juan Carlos tiene que afrontar antes y después de su coronación. Es un muchacho obediente en su infancia, tímido y apocado cuando vive en el exilio. Un joven que quiere conocer su futuro y se deja manejar; un infante valiente y confiado bajo la tutela del general Francisco Franco que en su deseo instauracionista busca un heredero para su reino; un Príncipe decidido que quiere cambiar el destino de la dinastía Borbón y luchar contra una herencia adversa. Un Rey esperado y deseado que instaura la democracia y la concordia entre los españoles, y que permanece fiel junto a su pueblo en la España incierta del siglo XXI.

En su juventud se somete a una disciplina muy estricta porque él es el elegido. Antes de su llegada a España estudia en el colegio Suizo de Rolle, en Friburgo. Un año después de que Italia entre en la guerra europea y muera Alfonso XIII (1941), la familia se traslada a Lausana (Suiza) La reina Victoria Eugenia vivirá en Vieille Fontaine hasta su muerte en 1969. Se instalan en Les Rocailles, junto al lago Lemán. Cuatro años después se trasladan a Estoril (Portugal) En 1946 alquilan Villa Papoila, hasta que terminan de construir Villa Giralda. Su padre don Juan quiere que su hijo sea Rey, pero nunca lo tiene muy claro y renuncia de iure al Trono en 1977, cuando considera que la Corona se ha consolidado en su hijo. En 1961 se instala con su familia en el Palacio de La Zarzuela definitivamente.

En la entrevista que mantienen su padre el Conde de Barcelona y el general Francisco Franco a bordo del yate Azor frente a la costa de San Sebastián el 25 de agosto de 1948, acuerdan que el Infante curse sus estudios y se forme en España. Cuando don Juan sale del camarote del yate del dictador nace un Rey en el horizonte marino y muere otro. Tiene 10 años. Franco consigue imponer su ego sobre el heredero de la Corona Borbón al que ignora. Y en cierto modo desprecia. Pues no olvida la crítica que hace don Juan de su Gobierno a través de dos manifiestos, el primero desde Lausana el 19 de marzo de 1945. Y un segundo escrito desde Estoril el 7 de abril de 1947. Rechaza el proyecto de Franco sobre la Ley de Sucesión por la que España se convierte en Reino el 26 de julio de 1947. Y le exige una rectificación de su política. El dictador no se lo perdona. Pero rehabilita la figura de Alfonso XIII. Esta jugada le permite prolongar su dictadura 28 años más. Un segundo encuentro el 29 de diciembre de 1954, en la finca extremeña de Las Cabezas, tiene por objeto que inicie su formación en las Academias Militares. Visita a Franco en El Pardo vistiendo el uniforme de cadete de la XIV Promoción (1955), que muestra su satisfacción. Y en una tercera reunión, el 29 de marzo de 1960, deciden su incorporación a los estudios universitarios. Se aloja en el palacete del Infante, en San Lorenzo de El Escorial. Franco tenía especial afecto por el joven Borbón. Era para él algo así como el hijo que nuca tuvo y tanto deseo. El general se siente monárquico en esta etapa de su vida. Alfonso XIII permanece en su recuerdo desde la campaña de África. El viejo monarca le había envido desde el exilio un millón de pesetas para su campaña en la guerra civil.

El Infante don Juan Carlos pisa suelo español por primera vez en un tren especial guiado por el conde de Alcubierre. Cuando luego llega a Madrid de forma oficial el 9 de noviembre de 1948, se muestra muy preocupado por su situación de provisionalidad. Y también triste por separarse de sus padres. Es solo un proyecto para Franco y un Infante ignorado para los españoles. En 1958 se reafirma la monarquía con la proclamación de los Principios Fundamentales del Movimiento que no admiten la revisión de la Institución. Franco cita al Príncipe en El Pardo el 10 de julio de 1969. Le comunica su sucesión a la Jefatura del Estado a título de Rey. Jurará en las Cortes los Principios del Movimiento y la lealtad al Jefe del Estado, el 22 de julio. Es la etapa más interesante y activa para don Juan Carlos. Se da cuenta de que para realizarse tiene que salir al exterior. Y se convierte en el más alto embajador de los intereses españoles. Luego se adelantará a los políticos en el proceso de la transición a la democracia. Y posteriormente se empleará a fondo pese a sus achaques ante la España incierta del siglo XXI, ante la crisis capitalista que acecha a Europa. Ante un nuevo ciclo histórico que comienza en nuestros días y el fracaso manifiesto de la clase política. Y las dificultades del pueblo para encontrar su regeneracionismo. Con el mismo temple sabe afrontar la adversidad familiar de un yerno poco ejemplar, Iñaqui Urdangarin (contrae matrimonio con la Infanta Cristina el 4 de octubre de 1997), por sus negocios mercantilistas y estar imputado judicialmente por presuntos delitos de fraude, evasión de capitales y falsificación de documentos públicos. El Caso Nóos se complica con la declaración de su socio Diego Torres que implica al Rey y la Casa Real en los asuntos del duque de Palma. No conviene olvidar que don Juan Carlos es padre de la Infanta Cristina y por tanto suegro de su marido Urdangarin. Y que las conversaciones familiares que supuestamente podría haber mantenido el monarca como tal nada tendrían que ver con la trama de Nóos. A mediados de febrero de 2013, fuentes de La Zarzuela fcilitan un desmentido de que se vaya a apartar a la Infanta Cristinas de sus derechos dinásticos. Todo este feo asunto significa una mancha en la solapa de su flamante traje de Rey demócrata y cristiano, cuando insiste en que la justicia es igual para todos.

Conozco al infante Juan Carlos en San Sebastián en la primavera de 1952. Es un muchacho obediente, tímido y apocado que ha vivido en el exilio, cuya trayectoria personal va a tener una importancia transcendental para nuestra historia. Se reúne con un grupo de amigos de su misma edad a media tarde para dar un paseo por la ciudad y tomar un refresco en las cafeterías que hay frente a la playa de La Concha, bajo la vigilancia del padre Javier Zulueta. Habita en el palacio de Miramar, propiedad de su abuelo Alfonso XIII, junto a su hermano el infante don Alfonso. Cursan estudios de Bachillerato. No le vuelvo a ver hasta el 13 de junio de 1965. Día en que nace la Infanta Cristina en la Clínica Nuestra Señora de Loreto, de Madrid. Lo primero que hace cuando me acerco a él es pedirme un cigarrillo. Después brindamos con champaña. A partir de entonces pasaré largas jornadas a su lado en los viajes alrededor del mundo. Entonces es un joven con aire deportivo, entre distraído y despistado que mide 1,86 y pesa 77 kilos. Amante de la mar. Y gran aficionado a los deportes de la nieve. Son pródigas las caídas que sufre, las más importantes en Gastad (Suiza) en 1984, y en Vaqueira-Beret en 1990. Y muchos los accidentes que ha tenido en la práctica del deporte. Ha sido operado de un nódulo pulmonar benigno, pero goza por lo general de buena salud. Excepto por sus articulaciones que se ven afectadas por dolencias degenerativas y artrosis. Por lo que tiene que ser aperado de las caderas. En febrero de 2013 se le detecta la reactivación de una antigua hernia discal y pasa por el quirófano a primeros de marzo.

El año 1975 tiene gran importancia en su vida. Es un año caliente para el Rey. Unos meses antes, el 25 de abril de 1974, culmina con éxito el golpe de Estado en Portugal, la Revolución de la Flor. Cae la dictadura salazarista de Marcelo Caetano por un movimiento de las Fuerzas Armadas portuguesas. Y Franco transmite a don Juan Carlos su preocupación, ya que los dos jefes de Estado son los dictadores más destacados de Europa. El 17 de octubre del 75 se decide en el consejo de ministros entregar el Sahara Occidental Español a Marruecos, después de que Franco sufra un infarto y tenga que abandonar la reunión. El Príncipe visita a las tropas españolas destacadas en aquel desierto para darles ánimos, en funciones de jefe de Estado. El 21 de mismo mes se produce la pantomima de la Marcha Verde, orquestada por los Estados Unidos y Francia. Este mismo año el Príncipe heredaba un país que solo tenía pasado. Había que iniciar una obra institucional ingente, la edificación de todo un nuevo Estado de derecho basándose en el consenso de un pueblo inoperante hasta entonces, absentista después de pasar 40 años con la boca cerrada. Su reinado representa un cambio radical en el proceso histórico hacia la democracia, la libertad y el consenso entre los españoles. La historia, la herencia dinástica y su coraje obligan al Rey a seguir adelante. Ir a la democracia constituyente hasta conseguir un país en el que rija el progreso y la concordia nacional, edificar un nuevo Estado de libertades. Y hace su propia monarquía que pone de manifiesto en su mensaje de la Corona: conducir al pueblo español por el cauce del progreso, el desarrollo, la unidad, la justicia, la libertad y la grandeza. Se trata de consolidar una nueva forma para la tradición monárquica de la familia Borbón a través de un Rey impostado en un país dividido por el recuerdo de la guerra civil, con una sociedad dolorida y desconfiada. Pero el Infante llegado del exilio observa los modos y maneras de los españoles y acepta sus vicios y virtudes. En un principio no se puede mover por el entramado franquista. Pero después se revela en contra de una idea política heredada que no acepta y se convierte en el motor del cambio, se adelanta a los políticos y toma la iniciativa. El Rey consigue atraerse al líder comunista de Santiago Carrillo y legalizar su partido, hasta entonces rechazado, después de una entrevista con él en su despacho de La Zarzuela. Se pacifica a los militares franquistas. El presidente Adolfo Suarez templa los ánimos. Y lo más trascendente: la transición es posible gracias a la participación de todos los españoles, sin distinción de clase o color político. Todo es distinto porque el Rey, que un principio hereda el franquismo, renuncia voluntariamente a los poderes máximos recibidos y se convierte en un monarca democrático y constitucional. Jura la Constitución Española, ratificada por referendo popular el 6 de diciembre de 1978, que lo reconoce expresamente como Rey de España y legítimo heredero de la dinastía Borbón. También rechaza desde el primer momento la camarilla de cortesanos que quieren formar en torno a su persona. Pero a cambio tiene que sufrir a los aduladores. La adulatio perpetuum malum regnum: la adulación es el mal perpetuo de los reinos, decía Curcio. El Rey reina pero no gobierna. La Constitución limita y concreta sus facultades en el artículo 64, por el que sus actos tienen que ser refrendados. El pueblo, en algún momento, deseó que don Juan Carlos tuviera un mayor poder de decisión.

Cuatro de los presidentes que tiene la transición adelantan las elecciones legislativas por distintas razones. Adolfo Suarez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González y Jose Luis Rodríguez Zapatero dejan su sillón antes de tiempo. Don Juan Carlos resulta ser un jefe difícil y poco moldeable que no se deja influenciar, aunque si aconsejar debidamente. Es muy trabajador y además desconfiado. Su mayor problema será a quien poner al frente del Gobierno después de que el presidente Carlos Arias Navarro presente su dimisión para presionar al joven monarca que se queda sólo. Lo nombra de nuevo, hasta que lo cesa por su política continuista. Y elige a Adolfo Suarez el 3 de julio de 1976. Este se deja llevar de su mano e inicia el cambio hacia la democracia con la aprobación de la Ley de la Reforma Política. Hasta que se produce un desencuentro entre ambos. No se aguantaban el uno al otro. Le sucede Leopoldo Calvo Sotelo que pierde su efímera presidencia en las elecciones frente a Felipe González el 28 octubre 1982, cuando el país atraviesa una profunda crisis de identidad después del intento de golpe de Estado del 23 de Febrero de 1981. Este es fiel ejecutor de las directrices del Rey. Y España recupera parte de su perdido prestigio. Los socialistas de González dicen actuar como un partido de la oposición constructiva que busca el consenso, lejos del radicalismo de la izquierda. Aquellos años del 76 y 77 fueron cruciales para la transición. Van surgiendo la amnistía política, la disolución del Tribunal de Orden Público, el derecho a la huelga y la libertad sindical. España comienza a respirar sin ventilación asistida. Y el Rey desea hacer su propia monarquía. Lo que hace posible los pactos de la Moncloa y la elaboración de la Constitución de 1978. Después de trece años y medio en el poder pierde las elecciones en 1996 ante el mal estado del país por la corrupción, el paro (3,5 millones de desempleados), la deuda del Estado y el crecimiento negativo. El líder del Partido Popular José María Aznar asume la presidencia de la VI legislatura. España ingresa en el Euro. Se crean cientos de miles de puestos de trabajo y progresamos pese al terrorismo de ETA. Nos convertimos en una de las cinco primeras potencias mundiales. Aznar muestra una clara tendencia pro-americana. Y España toma parte con Estados Unidos e Inglaterra en la guerra contra Irak; y participa en el bombardeo de la OTAN a Yugoslavia. Deja voluntariamente la presidencia al finalizar su segunda legislatura como había prometido. Es un político moderado y con gran sentido práctico. Pero le falta feeling con el Rey. Le sucede el socialista José Luis Rodríguez Zapatero el 14 de marzo de 2004. Se lleva bien con don Juan Carlos, pero su seunda legislatura es un estrepitoso fracaso. Toma las riendas del gobierno Mariano Rajoy, un pragmático que adopta fuertes medidas de austeridad ante la crisis con vistas al futuro. Pero que sumerge al país en un caos añadido a la recesión económica. Su trato con el Rey es correcto y protocolario de gallego fino. En su etapa comienza a trascender a la calle por primera vez la conveniencia de que el Rey abdique en su hijo el Príncipe Felipe (al estilo de Carlos IV, Isabel II y Amadeo I) Y se plantea la alternativa entre Monarquía y República. No se podía elegir un momento más inoportuno para tratar sobre esta cuestión, dada la aguda crisis económica y política por la que atraviesa el país. El Rey siempre ha tenido más suerte que desdicha. Ha tenido suerte por las circunstancias históricas: la herencia dinástica alterada por las abdicaciones; por el enfrentamiento de su padre don Juan con Franco; por la peculiar idea que tenía el dictador de la Monarquía que pensó instaurar, ya que el Príncipe no hubiera pasado de ser un heredero sin su intervención directa. La suerte le favorece también durante el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 del que sale fortalecido. Y tiene suerte al casarse con doña Sofía de Grecia, una Reina querida y respetada que rehúsa el protagonismo y aparece como víctima en su matrimonio.

No se puede decir lo mismo a partir del año 2013. Las encuestas indican que don Juan Carlos pierde el apoyo de la ciudadanía. Nos invaden la corrupción, el desempleo feroz, la pobreza y la degradación social. Se viola la Carta Magna en algunas Autonomías y el mal ejemplo de los políticos está a la orden del día. Son males nacionales que galopan a lomos de la crisis económica que nos envuelve y amarga nuestra conciencia hasta el límite de buscar culpables a nuestra desdicha. Esto crea un caldo de cultivo para inculpar a quien creemos que es el máximo responsable: el Rey. Que también es el jefe del Estado. Se pone el acento en medias verdades e interpretaciones subjetivas. La cacería en Botsuana no deja de ser un fallo inoportuno. Por lo que el Rey pide disculpas. En un país en el que nadie pide perdón. Pero esto no significa que se tenga que poner en tela de juicio su reinado. Y en esta ocasión se le implica en devaneos amorosos con la princesa alemana Corinna zu Sayn-Wittgenstein. Bella relaciones públicas de altos vuelos que también se dedica a los negocios y organizar eventos y cacerías para reyes y magnates. Que en esta ocasión se encarga de atender a don Juan Carlos por su dificultad de movimiento. En situaciones normales esto quedaría en una simple anécdota frente a la realidad histórica. El caso es que se le trata como si fuera un monarca absoluto. Cuando no lo es. Y se aprovecha la ocasión para plantear su inviolabilidad, según le corresponde por el artículo 56 de la Constitución: El Rey no puede hacer el mal. Inviolabilidad que mantiene la monarquía inglesa. Y también la doctrina de las Constituciones españolas, incluyendo la de 1812. Es posible que las nuevas generaciones apenas tengan conciencia de lo que fue la dictadura y luego la transición a la democracia. Y desconozcan en su esencia lo que significa una monarquía constitucional y representativa. Y también porque recuerden el protagonismo que tuvo don Juan Carlos el 23-F, cuando las autoridades del Estado estaban secuestradas en el hemiciclo del Congreso de los Diputados, actuando de forma excepcional para evitar una involución inminente y salvar a la democracia. Durante la crisis del 2012 se le exige un comportamiento similar que está fuera de su alcance. El Rey se muestra muy preocupado porque la idea que tenía de su reinado no era coincidente en muchos casos con la realidad que vivía el pueblo español. Y entonces sugiere una revisión de las estructuras del Estado y un ajuste de la Constitución para conseguir mantener una Nación moderna, democrática y social. Teniendo como base los principios más ansiados por todos: la libertad, la igualdad, la justicia, el progreso y el bienestar de la ciudadanía. ¿Con la desaparición del Rey Juan Carlos de la Jefatura del Estado entraremos en un nuevo ciclo histórico de distinto signo político? Todo parece indicar que la inercia de una monarquía constitucional que ha dado tan buenos resultados a España, será el régimen más seguro ante la delicuescencia política y social de nuestra época.

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