Borrar
Salto desde el alto de una roca.
Paraíso entre rocas y agua

Paraíso entre rocas y agua

Barranquismo en Huesca. El río Aragón Subordán, en el valle de Hecho, permite a los menos expertos disfrutar del deporte de descender por su cauce entre saltos, toboganes y remolinos.

JAIME ONTOSO

Lunes, 16 de marzo 2015, 07:39

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Mientras nos abrochamos el traje de neopreno una sensación de hormigueo recorre nuestro cuerpo. Hemos decidido atravesar la Boca del Infierno, una hoz en el río Aragón Subordán encajada en el Valle de Hecho, en el parque Natural de los Valles Occidentales. Un barranco de nivel II, que «entraña cierta dificultad, pero se puede hacer con guía titulado, sin tener experiencia previa». Eso nos da tranquilidad. Nunca antes hemos hecho barranquismo, pero tenemos la suerte de que nos guíe Patxi Ibarbia, de Val d"Echo Activa, que lleva más de 20 años bajando este cañón. Tan solo somos cuatro, así que la aventura será muy familiar.

Cuando llegamos al inicio del recorrido, la imagen cambia. Nos encontramos ante un caudal cristalino rodeado de abundante y fresca vegetación salpicada con rocas calizas coloreadas de tonos rojizos. Nos adentramos en el agua. Parece gélida, pero los trajes hacen su efecto y el frío se va disipando. De hecho, este cañón solo puede hacerse en verano, pues en otras épocas el caudal es muy fuerte y el agua está muy fría. Aún nos quedan alrededor de un kilómetro y medio de caminata y la emoción inunda nuestros sentidos.

A medida que avanzamos, intercalamos tramos a pie, nadando o simplemente dejándonos arrastrar por la corriente. Incluso saltamos a pozas desde diferentes alturas. Todo según el terreno que nos encontramos. Cada vez los saltos son un poco más altos, pero vamos equipados con sólidos cascos que nos ofrecen seguridad. Además, en la etapa inicial tenemos la alternativa de rodear el tramo por las paredes del río. A lo largo del recorrido nos encontramos también con auténticos toboganes de agua. Y con algún remolino. Notamos cómo esta garganta del infierno nos va tragando poco a poco. Hay momentos en los que rapelamos. Llevamos con nosotros arneses que enganchamos en los puntos destinados para ello en la pared de roca. Cogemos altura. La adrenalina nos sobrecoge. Al echar la vista hacia el inmenso cielo azul, las copas de los árboles nos arropan en la cavidad de la montaña como un manto protector. De pronto, llegamos a una colosal roca encajada entre las dos paredes que se estrechan. Son doce metros de altura. Un salto peligroso. Como no tenemos experiencia, lo mejor es que bajemos con ayuda de las cuerdas. Enganchadas a modo de ascensor , descendemos en rápel uno a uno. Después de estar un rato al aire, el agua, que poco a poco se ha ido volviendo terrosa y parduzca, vuelve a refrescar todos los poros de nuestra piel. Hay que nadar un poco y continuar la singladura. Cada vez estamos más cerca del final.

Inesperadamente, llegamos a una roca que brota entre las paredes a una altura de siete metros. El salto no es complicado, pero también tenemos opción de improvisar una sencilla tirolina. Una vez abajo y casi sin darnos cuenta entramos en una especie de cueva en la que las paredes casi se besan. La estancia se oscurece y se aprecia una luz al fondo. Al nadar de espaldas se pueden observar los rayos de sol, que entran en la boca de la gruta y tiñen el agua de rojo. Realmente parece el infierno. Pero dentro del paraíso. La imagen se graba a fuego en nuestras retinas. Solo existe la calma, el sosiego. Nos serena. Después de unas tres horas de ejercicio, salimos a una zona llana del río en la que apenas cubre. Mientras subimos por la ribera hacia los coches pensamos en un plato repleto de boliches de Embún, unas sabrosas alubias pequeñas que germinan en este acogedor pueblo de Hecho, el primero del valle si vienes de Jaca. O por lo menos un refrigerio en el bar de Begoña, vecina del mismo enclave jacetano. Nos lo hemos ganado.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios