Borrar
Las 10 noticias clave de la jornada

La vida pública ya no perdona

josé ignacio calleja

Lunes, 25 de junio 2018, 06:12

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Cuando la política se convierte en un plató de televisión, parece mentira que gente con aspiraciones y experiencia no sepa lo que puede hacer y lo que no. Por ejemplo, aceptar un cargo o aspirar a ejercerlo. En una sociedad transparente en lo secundario, o casi, es imposible evitar que algo no se sepa si el sujeto se expone al ejercicio de un cargo público o adquiere reconocimiento mediático en sus opiniones éticas y políticas. Es imposible evitarlo. De hecho, uno sabe lo que importa su trabajo a los demás, por las críticas. No hay otra medida más clara. El aplauso lo dan los amigos, las críticas, los adversarios. Porque colarse en unas declaraciones es fácil y cualquiera puede decir, lo siento, me he equivocado y rectifico. Casi nunca las palabras torpes son insalvables cuando detrás de ellas vienen las disculpas, a menos que se trate de una barbaridad o haya hábito de engaño. Pero los hechos, las actuaciones del pasado planificadas y mantenidas con voluntad turbia, no hay quién los borre del currículo. Hay que operar con ellos como precipicios que cortan el paso. Sucede con las aguas y con la vida pública de las personas, es así. Y esto es lo que llama la atención en la sociedad que he dicho transparente en lo banal, o casi, que los profesionales de la vida pública no reconozcan fácilmente lo que no pueden hacer, los caminos que les han quedado vedados para el futuro en ese espacio de lo público.

Ahora bien, ¿es lógico que esto suceda? Sí, es lógico. Si fuera que obedece a una perversión de la democracia en cuanto tal, sería un problema absoluto, pero no es eso, o no principalmente. Los instrumentos de poder en la sociedad de la comunicación son así: viven del error del adversario. Con esto hay que contar. Pero, en el caso español hay más. Sucede que ha habido una conciencia generalizada en todos los ámbitos, y en el político en particular, de que el pasado no cuenta; mejor aún, de que el espacio público tiene unas reglas donde vale casi todo y que, con alguna facilidad, el poder cubre a los suyos y pacta hacer lo propio con sus adversarios. Todo esto con niveles y prácticas distintas según lugares, grupos y sociedades, pues las comparaciones son odiosas y las generalizaciones, más.

Pues bien, dentro de esta conciencia extendida, en la sociedad española se ha ido más lejos de lo que aguantan las costuras de un sistema democrático y social del siglo XXI en Europa, y, así, la situación es insostenible. Los unos, patrimonializan el poder político con el «¡aguanta!», los otros amojonan su territorio empresarial con privilegios adquiridos en la energía, las comunicaciones, la construcción, la banca y no pocos servicios público; los de más allá, ven la oportunidad de establecerse como un Estado más rico y por su cuenta, los de más acá, devuelven cantidades de dinero ridículas en relación al desfalco del que se beneficiaron o compran un Banco en ruina por un euro y ofrecen nuevos productos de ese mismo Banco que «siempre ha pensado en usted».

Me abstengo de citar partidos, empresas y personas, el lector lo sabe, pero no se puede estar haciendo las cosas peor desde hace muchos años. Por tanto, la vida pública la tienen que mejorar otras generaciones que la protagonicen desde todos los ámbitos y posiciones. Voy a repetir, hablo de la vida pública como política y economía y, en su medida, como vida social y moral. Por supuesto que no todo el mundo es igual en cualquier ámbito, tampoco en la política, pero los ciudadanos de cada generación coheredamos un tejido de prácticas sociales fraudulentas y opacas, y es otra generación la que tiene que ser protagonista principal de la mejora en los hábitos democráticos y éticos. Luego es doloroso sí, porque pagan justos por pecadores; y del mismo modo que todo el mundo parece utópico si vivió en el 68, o si fue cristiano en el postconcilio, así sucede que hay que venir de la periferia de la periferia del sistema para parecer hoy digno de confianza en la vida pública, social y moral. La desconfianza se ha instalado en la retina del ciudadano medio como una lentilla colocada en el ojo del miope. Por eso hay que ser exactos en el juicio de lo público y pacientes con lo que nos atribuyan como generación. Todo es personal en la responsabilidad última, desde luego, pero la historia y la sociología nos interpretan mediante tipos o conjuntos. Y el conjunto de las generaciones españolas que protagonizan la política, la economía, la cultura y la moral en los últimos 40 años, es negativo.

Parece mentira que gente inteligente y capaz, cuando tiene oportunidades en la vida pública, olvide que en una sociedad casi transparente no puede disponer de las opciones que sus errores, ¡más aún si son delitos!, recortaron. La vida personal y familiar siempre se puede rehacer de cualquier error, desde la conciencia arrepentida y el perdón mutuo; la vida pública, no, la vida pública como persona con autoridad política, económica, social y moral ante los otros no puede recomponerse definitivamente. Y eso es lo que cuesta comprender: que no lo sepan los que aspiran al liderazgo social en la España de hoy es increíble. O en realidad, lo saben, pero el poder en cualquier ámbito para mucha gente es irresistible. Así que la lección que reciben es la que se merecen. Poco a poco, esta sociedad va a mejorar, pero los nuevos valores y hasta los líderes han de venir de la periferia de la periferia para contar con todos. Yo así lo defiendo a la medida de la realidad. No somos dioses.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios