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Semana Santa, entre la devoción y la vacación

Semana Santa, entre la devoción y la vacación

En la actualidad no se observa únicamente desde la perspectiva religiosa, sino que se ha adaptado a las nuevas formas de ocupación de ocio y tiempo libre

Jesús Prieto Mendaza

Jueves, 29 de marzo 2018, 09:54

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El cristianismo ha modificado anteriores fiestas que tenían como marco referencial los ritmos de la naturaleza y las labores agrícolas, y que estaban asociadas a rituales paganos. Quizás ahí debamos encontrar la explicación de por qué la Pascua no es fijada por el calendario civil, sino que, tras el Concilio de Nicea (siglo IV), se ha de buscar el primer domingo tras la luna llena del equinoccio de primavera (en el hemisferio norte). Desde esa fecha se contarán los 40 días anteriores para determinar el comienzo de la Cuaresma («cuadragésima», es decir cuadragésimo día antes de Pascua), tiempo de expiación y oración que precede a la Semana Santa que, iniciada por el domingo de Ramos finalizará el domingo de Resurrección.

La Semana Santa es, para el mundo cristiano, aun con las notables diferencias existentes sobre su consideración cronológica o teológica entre ortodoxos, protestantes y católicos, un tiempo fundamental que recuerda la pasión y muerte del hijo de Dios. Incluso Gandhi reconoció este hecho al afirmar que «un hombre, completamente inocente, se ofreció a sí mismo por el bien de los otros, incluidos sus enemigos, y asumió así la redención del mundo. Fue un acto perfecto». Este sacrificio de Cristo, por la salvación de los hombres, es el que aglutina toda la representación cristiana en un signo de radical fuerza identificadora: la cruz. Y, precisamente por su condición especial, es este un tiempo de abstinencia, de oración, de introspección y de lucha contra el mal, representado por el pecado. Los tiempos de ayuno, de reencuentro interior, de reflexión o ‘limpieza’ no son exclusivos de la fe cristiana, son muy comunes en numerosas expresiones religiosas; así el Ramadán para los musulmanes, Tishá y Iom Kipur para los judíos, el Uvapasa en el hinduismo o el ayuno de Ska Wada para el mundo budista.

Para quienes vivimos los últimos años del llamado ‘tardofranquismo’ Semana Santa era un periodo oscuro y gris marcado por la agobiante presencia de la religión en todos los órdenes de la vida social. El ‘nacionalcatolicismo’ hacía que resultara obligatoria la participación en los rituales de Semana Santa, bien por un auténtico sentimiento de fervor o porque no quedaba otro remedio, pues el régimen se encargaba de anular cualquier otra posibilidad de diversión. Así, de Jueves Santo al Domingo de Resurrección, las discotecas, el teatro, los cines e incluso la música de los bares desaparecían de nuestras vidas en ese periodo marcado por la liturgia católica. Hasta la televisión, de forma machacona, nos invitaba a ver una y otra vez películas como ‘Ben Hur’, ‘Barrabás’, ‘La túnica sagrada’, ‘Rey de reyes’ o, como mucho, algún ‘péplum’, eso que llamábamos «una de romanos». No había posibilidad alguna de ver en televisión a Pepe Legrá boxear, ni de cantar con ‘Los Chiripitifláuticos’, ni de suspirar enamorados contemplando la hermosa figura (en blanco y negro evidentemente) de Marisol. Tampoco la radio emitía otra cosa que no fuera música clásica o religiosa ¡nada de nada! En esa situación, nuestra Semana Santa, y particular Viacrucis, estaba marcada por la ausencia de carne en las comidas y el empacho de liturgias y rosarios. Asistir a interminables oficios religiosos y acompañar a nuestros padres, de iglesia en iglesia para rezar ante los ‘monumentos’ allí colocados, eran las actividades habituales.

Afortunadamente la transición democrática y la secularización de la sociedad española ha permitido oxigenar nuestros sentimientos religiosos, y hoy en día quienes se acercan desde la fe a la Semana Santa son quienes debieran haber estado siempre ahí: los creyentes. Pero no son los únicos, pues hay un buen número de ciudadanos que viven la Semana Santa, y soy de los que cree que esto no solo es legítimo sino saludable, desde una perspectiva meramente cultural. En la actualidad, como no podría ser de otra manera, la Semana Santa no se observa únicamente desde la perspectiva religiosa, sino que se ha adaptado a las nuevas formas de ocupación de ocio y tiempo libre, incluso en tiempos de crisis económica. Como muy bien destaca el experto en Estudios de Ocio de la Universidad de Deusto, Roberto San Salvador del Valle (2000), «en este contexto de profundo cambio, la dinámica social planteada provoca la profunda transformación del fenómeno del ocio, a lo largo de este último siglo, en el mundo occidental. La creciente demanda de un permeable derecho al ocio es puesta en cuestión por la crisis aludida, que afecta a las conquistas básicas alcanzadas por la justicia social y la solidaridad dentro de la sociedad de bienestar». Hoy en día la Semana Santa es una posibilidad, sobre cualquier otra alternativa, fundamentalmente vacacional, y como tal es contemplada por los ciudadanos. Tras meses de duro trabajo, quien más y quien menos desea descanso, relax, sol, playa o montaña. Unos días con amigos o familia, disfrutar de la gastronomía y los caldos del país, conocer pueblos ciudades y paisajes de nuestro país o de otros es factible por un precio accesible. Incluso el espectacular desarrollo de los medios de transporte nos permite pasar una semana en lugares recónditos o alejados. Y es que las actuales generaciones han cambiado la obligatoriedad del templo y el recogimiento, por la opcionalidad del apartamento, el hotel, el automóvil o el avión. Ante este panorama, las procesiones, maravillosas y excepcionales en mi opinión, de Sevilla, Córdoba, Málaga, Zamora, Valladolid, Murcia o San Vicente de la Sonsierra (la lista podría ser interminable) no son sino otra interesante oportunidad de complementar turismo, ocio y cultura. Esa es la gran diferencia, que la Semana Santa, incluso para los cristianos, puede ser vivida también sin teñirla de coacción o tristeza. El papa Francisco I lo dijo en la homilía del Domingo de Ramos de 2013: «No seáis nunca hombres y mujeres tristes, un cristiano nunca puede serlo».

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