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El referéndum kurdo

carlos larrínaga

Viernes, 10 de noviembre 2017, 06:29

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Ha concluido octubre con la dimisión de Masud Barzani, el presidente de la región autónoma del Kurdistán iraquí, efectiva desde el 1 de noviembre. Al carismático político que impulsó el referéndum de independencia le ha costado el puesto. No tanto por el número de votantes (78%) y los síes emitidos (92%), sino por las consecuencias que se derivaron de unas elecciones consideradas ilegales por el gabinete de Bagdad. Como en la mayoría de las constituciones en vigor, la Carta Magna iraquí no contempla que una fracción de su jurisdicción pueda escindirse del modo pretendido por las autoridades kurdas. De forma que, aparte de su no admisión, la consecuencia ha sido un conato bélico que se ha saldado con el control gubernamental de la provincia de Kirkuk, después de haber enviado al Ejército. Justamente, ésta era una de las áreas en disputa por unos y otros, fundamentalmente por la riqueza petrolera existente en su subsuelo. Con un ejecutivo central debilitado, los peshmerga kurdos pudieron llegar a controlarla en tiempos del Estado Islámico. No obstante, las cosas han cambiado enormemente en Irak en los últimos años. Por un lado, el Dáesh es ya casi historia y, por otro, las tropas regulares, entrenadas por Occidente y con ayuda de Irán, han aumentado considerablemente su eficacia. Nada que ver con aquella vergonzosa huida de Mosul de 2014. Ahora están preparadas y han logrado con poco esfuerzo hacerse con la disputada Kirkuk, una localidad de gran mezcla étnica.

Aunque, sin duda, un elemento clave en el abandono de la primera línea política de Barzani ha tenido bastante que ver con la reacción internacional. Cuando se planteó la votación, las cancillerías mundiales, excepto la israelí, le dieron la espalda, insistiendo en que no era el momento, precisamente cuando el EI estaba a punto de ser eliminado. En segundo lugar, ninguna potencia ha reconocido al nuevo país, suponiendo, a todas luces, un auténtico fracaso, ya que la viabilidad de una independencia se basa, en gran medida, en la aceptación de los demás. Ahí están los estados parias de Transnistria, Abjasia y Osetia del sur como claros ejemplos. El enfrentarse a semejante realidad puede servirnos de explicación de la espantada del dirigente kurdo, que ansiaba un Kurdistán independiente en el nuevo concierto de naciones. De hecho, la reacción, no sólo de Bagdad, sino, sobre todo, de Turquía y, en menor medida, de Irán, es un buen ejemplo de que los principales actores en la región no estaban dispuestos a hacer viable la nueva entidad. El cierre de la frontera turca implica una amenaza demasiado pesada como para tomar riesgos. Por ella se exportaba el crudo controlado por Erbil y servía de puerta de entrada para un buen número de víveres, razón por la que una clausura de la misma acarrearía severas restricciones para la población kurda, suceso que, a la postre, podría poner en peligro su capacidad de resistencia y, al final, dirigir sus protestas contra los mandatarios locales. Indudablemente, ni Ankara ni Teherán están dispuestos a tolerar un Kurdistán iraquí independiente que sirva de ejemplo para sus propias comunidades kurdas. En el caso turco, muy numerosa.

Es obvio que Barzani ha sido consciente de todo ello. Quizás un poco tarde, pues no calculó adecuadamente las consecuencias de unos comicios no consensuados con Bagdad. Durante varios lustros venimos hablando de Irak como un estado fallido y resulta que bajo la Administración del primer ministro al-Abadi la situación ha mejorado. Evidentemente, las divisiones entre sunitas y chiítas están presentes, mas las acusaciones de sectarismo son menos frecuentes que con Nuri al-Maliki (2006-2014). También hay que hablar del apoyo de Teherán, si bien no únicamente, pues EE UU y sus aliados han contribuido no poco a su fortalecimiento militar. Una vez superado el problema del ISIS, todo apunta a que Irak está inmerso en la recuperación de la normalidad. Algo que le va a llevar todavía décadas, claro está, pero que, frente a determinados cálculos, no parece que sea el cadáver que muchos pensaban. A este respecto, no debemos olvidar asimismo que la ONU siempre se ha posicionado, como suele ser habitual en ese organismo, a favor de su integridad territorial. Por lo que la aventura kurda no contaba con su respaldo, a pesar de la supuesta deuda histórica esgrimida por Erbil y entendida exclusivamente por Tel Aviv, cuyo interés tiene más que ver con la misiva «divide y vencerás» que con cuestiones meramente comprensivas o de otra índole.

Por último, tampoco ha ayudado la división existente en el propio panorama político. Mientras el Partido Democrático del Kurdistán (PDK), fundado por Mustafá Barzani, padre de Masud, y la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK), la formación socialdemócrata escindida del anterior en 1975, son firmes defensores de la independencia, Gorran, segunda fuerza del Parlamento kurdo, es contrario a la misma y venía exigiendo la dimisión de Barzani. Su objetivo es la organización de un gobierno de salvación nacional ante la grave crisis en que se encuentra esa autonomía tras los acontecimientos de las últimas semanas. Este cúmulo de circunstancias ha terminado por abocar al líder kurdo a dejar su puesto y tratar de despejar el panorama mediante la convocatoria de nuevas elecciones. Habrá que ver entonces cómo se puede articular un acuerdo entre Erbil y Bagdad que dé una salida satisfactoria a ambas partes.

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