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La maternidad no concede la santidad

ELENA MARTÍNEZ DE MADINA SALAZAR

Miércoles, 23 de agosto 2017, 08:55

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Los últimos acontecimientos acaecidos a cuenta de una mujer-madre, sus hijos, y el padre de los mismos, están provocando una oleada de juicios, prejuicios, y sentencias. No citaré el nombre, pues no es mi intención enfocar el tema en esa persona concreta, y mucho menos juzgar su caso. Pero este asunto, y otros diarios, me llevan, una vez más, a reflexionar sobre los estereotipos de mujeres y hombres.

Los movimientos a favor de la igualdad entre hombres y mujeres en todos los ámbitos, las reivindicaciones para poder ser mujeres libres, adultas, sin tutelajes y con total capacidad de decisión, han conseguido a día de hoy (y siempre circunscritos a nuestro contexto) avances notorios en marcos tan importantes como el jurídico o de política social, impensables hace unos años. Sin ir más lejos, ahí tenemos a Emakunde-Instituto Vasco de la Mujer, que tal y como se define, diseña, impulsa, asesora, coordina y evalúa (condición esta última indispensable para poder seguir avanzando) las políticas de igualdad y sensibilización a la sociedad para conseguir la igualdad real y efectiva de las mujeres y hombres. Tarea bien difícil, añadiría yo. Y, realmente, las campañas que impulsa, con mayor o menor éxito, dotan, sin ninguna duda, de la visibilidad necesaria a desigualdades reales, y que existen, pero que quizá no para todas las personas son tan obvias. Que sirva como anécdota un comentario que he oído recientemente a unas mujeres jóvenes, chavalas más bien: «Yo no sabía que tocar el culo (sin tú consentimiento) era una agresión sexual». Inmediatamente pensé en lo acertado de la campaña 'Beldur Barik' (Sin Miedo) y en cuan interiorizado tenemos las mujeres muchas actuaciones irreverentes (a mí también me gusta la canción 'Despacito', pero bromas aparte, ése no es el quid de la campaña, no nos perdamos en la lírica).

Es decir, las mujeres queremos ser individuos libres e independientes en cualquier aspecto de nuestra vida. Y, por supuesto, también en lo que atañe a la maternidad y su entorno. El objetivo prioritario de una mujer no es ser madre, ni mucho menos. Atrás queda, o eso quiero por lo menos, aquello de que «una mujer sin hijos es una planta sin flores». ¡Por Dios! ¡Me cuesta hasta escribirlo! Pero si se es madre, como personas de pleno derecho que somos también tenemos que asumir las responsabilidades y consecuencias de nuestros actos, sean estos acertados o no. Y esto no quiere decir que se vuelva a criminalizar a la mujer si sus proyectos no salen bien, pero tampoco que se le exima por su condición de madre. Si somos libres para elegir cuándo, dónde, y con quién vamos a tener hijos, si decidimos dar forma a un proyecto familiar, y ese proyecto se viene abajo, por las razones que sean, también tendremos que asumir la parte de responsabilidad que nos toca, en mayor o en menor medida, y no tirar todos los balones fuera. Porque a tenor de las voces que defienden a las mujeres-madre, temo que otra vez volvamos a viejas estructuras basadas en que «ser madre es más que ser padre», o «los niños tienen que estar siempre con las madres» o, como remate «no es buena madre porque tiene un amante», pongamos por caso, aunque la lista de sentencias es interminable. Estaríamos, o estamos, repitiendo otra vez, todas las aseveraciones que han hecho que no seamos ni libres ni independientes, pues tal parece que recurrimos a dones divinos cuando la realidad nos abruma. No se puede defender siempre a las mujeres solamente por el hecho de serlo.

Es por lo que intuyo, y solo eso, que está retornando la idea, si es que alguna vez se fue tal y como yo creía, de que ser madre, o mejor dicho la maternidad en sí, implica la cualidad y calidad de la santidad. Vamos, que si eres madre eres santa per se. Según la definición del término como adjetivo (aplíquese también para el masculino), Santa significa 'perfecta', 'libre de culpa', 'de especial virtud y ejemplo', entre otras acepciones. Pues no. Ni santas ni vírgenes (esto último es más difícil, pero como es un misterio...). Está claro que si alguien se ha equivocado en elegir a la persona adecuada para tener hijos, no debe cargar con toda una vida de sufrimiento, como en el pretérito, y disponga de una serie de mecanismos y vías legales que ayuden a salir de tal situación. Pero es obvio, también, que serán unos terceros, ajenos al ámbito familiar, con más o menos acierto e irremediablemente con cierta frialdad (me refiero a los juzgados) los que resuelvan esa situación, que las personas implicadas no han podido o sabido solucionar. Y no se puede entonces, a mi entender, lanzar todos los tiros en una única dirección y excluir del análisis la libertad y la independencia de cada individuo y, por lo tanto, la responsabilidad de sus actos y sus consecuencias, sea hombre o mujer. Me disgustan las actitudes 'maternalistas' con las mujeres ejercidas por las propias mujeres. Los nuevos tutelajes, con cambio de mano, de masculina a femenina. Bien cabría aquí lo que María Zambrano (en su 'Horizonte del Liberalismo', 1930) reflexionaba, aunque en otro ámbito político y contextual: «Es posible llegar a destruir un orden y establecer otro, con la consiguiente aureola revolucionaria, en nombre de una tendencia conservadora [...] La revolución es un procedimiento que tanto puede efectuarse para abrir paso a una política revolucionaria, como a otra de la más hermética esencia conservadora». No nos pasemos de frenada y acertemos en el semáforo.

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