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Gigantes, mujeres barbudas y gente rara

‘Handia’ nos recuerda que todavía hoy, mucho más que en el siglo XIX, sigue siendo una tarea fundamental visibilizar la vulnerabilidad de todas las personas rechazadas y marginadas

santiago eraso

Viernes, 16 de febrero 2018, 07:39

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Hace unas semanas Paul B. Preciado escribió un bellísimo artículo donde nos contaba que había vuelto temporalmente a Burgos, su ciudad natal, para cuidar de su madre: «La habitación de hospital -decía- se vuelve un teatro público en el que mi madre y yo luchamos, no siempre con éxito, por restablecer los roles. Para presentarme, mi madre dice: ‘Es Paul, mi hijo’. La respuesta es siempre la misma: ‘Yo pensaba que tenías solo una hija’. A lo que mi madre contesta, mientras mueve los ojos hacia arriba y hacia la derecha intentando imaginar una solución en medio de un callejón sin salida retórico: ‘Sí, tenía solo una hija y ahora tengo un hijo’». El filósofo feminista, destacado por sus aportaciones a la teoría queer (término que se utiliza en la cultura anglosajona para denominar lo raro), concluye el texto diciendo: «No es nada fácil ser madre de un hijo trans en una ciudad profundamente conservadora donde tener un hijo maricón es peor que tener un hijo muerto».

Salvando las distancias, a mediados del siglo XIX, en plenas guerras carlistas (Dios, Patria y Rey), algo parecido debió sentir Miguel Joaquín Eleizegi Arteaga, el mítico personaje guipuzcoano conocido como el Gigante de Altzo, sobre el que ahora tanto se habla gracias al éxito cosechado por la película ‘Handia’ (grande en castellano) en los recientes premios Goya.

En algunos de sus escritos llegó a autocalificarse como «engendro o aborto de la naturaleza». Su monstruosidad, una vez convertido en moneda de cambio por mor de la economía del mercado, le llevó a viajar por toda Europa para exhibir ese cuerpo deforme que, para mayor rareza, se expresaba en euskera, una lengua tan extraña como su peculiar y singular condición biológica. En la película, además del idioma propio del personaje, se escucha el español, inglés, francés y algunas frases en portugués y árabe en una acertada metáfora sobre las paradojas y contradicciones de la diversidad. La escena en la que la jovencísima reina de España Isabel II se mofa del gigantismo y de la forma de hablar de Miguel Joaquín nos ayuda a comprender las dificultades de vivir con una doble excentricidad, a la vez cultural y natural. En aquella época, siguiendo la moda importada de EE UU, las discapacitadas y monstruos eran exhibidos en ferias, de la misma manera en la que se mostraban los animales exóticos en los zoológicos. El Gigante viajó de ciudad en ciudad, mostrando los límites entre cuerpo normal y deforme, adaptado e inadecuado, válido e inapropiado, normal e insólito. Aquellos cuerpos extraños, fuera de la normalidad naturalizada, representaban los límites con el mundo animal.

En el libreto que Koldo Izagirre escribiera para la ópera infantil ‘Altzoko handia’, del músico David Azurza -obra de arte tan notable como la premiada película- (producida en el marco de la Capitalidad Cultural por el TOPIC, el excepcional Centro Internacional del Títere de Tolosa) Miguel Joaquín se convierte en un luchador que combate con gigantes de otras ciudades europeas. En Liverpool, durante su última pelea, poco antes de que la melancolía y la nostalgia de una vida más tranquila le hiciera regresar a Altzo, se desvela que su contrincante era una mujer barbuda que se hacía pasar por hombre.

‘Handia’ aborda la historia de un personaje que, desde su monstruosidad, se enfrenta a un profundo proceso de transformación vital en un tiempo en el que cualquier excepción es segregada y marginada o, como en su caso, convertida en espectáculo y mercancía. Quienes le conocieron resaltaban su carácter afable y bonachón, pero también la tristeza que emanaba de él y, sobre todo, su profunda soledad, seguramente derivada del convencimiento de que, por su condición abyecta, nunca podría ser aceptado tal como era sin tener que pasar por múltiples calvarios de desprecio, repulsa y rechazo social.

Josemari Alemán Amundarain

En el texto ‘Crítica feminista de la discapacidad: el monstruo como figura de la vulnerabilidad y exclusión’, la tolosarra Isabel Balza, profesora de Ética, Teoría Feminista y Bioética en la Universidad de Jaén, hace referencia a cómo la manera en que históricamente ha sido concebida y tratada la discapacidad nos permite comprender mejor las razones por las que se ha convertido en un sistema estigmatizador de exclusión de todas las diferencias humanas. Para corroborar su tesis, menciona el célebre ensayo ‘Poderes del horror’. Sobre la abyección de Julia Kristeva, en el cual se menciona que estos mecanismos psicológicos de rechazo a lo diferente son también el fundamento de la constitución de las fobias sociales, como la misoginia, el racismo, la homofobia y el rechazo a los sujetos discapacitados.

Huyendo de miradas románticas o de lecturas mitológicas y, más allá de estos merecidos premios Goya, tal vez la mejor lección que podemos extraer de ‘Handia’ sea la potencia poético/política que la película encierra: frente al binarismo capaz/discapaz, normal/anormal se trataría de denunciar y poner en primer plano -nunca mejor dicho- los procesos de segregación subjetiva que la actual sociedad normativizada y codificada aún impone a todos los cuerpos deformes o discapacitados, a las minorías sexuales, los cuerpos no-blancos, los transexuales, intersexuales o transgénero que siguen reclamando el derecho a vivir con dignidad que también se negó al Gigante de Altzo, su contrincante la Mujer Barbuda y a las otras gentes raras que les acompañaban en su exilio social. En definitiva, ‘Handia’ nos recuerda que todavía hoy, mucho más que entonces, sigue siendo una tarea fundamental visibilizar la vulnerabilidad de todas las personas que han sido y siguen siendo rechazadas y marginadas, así como pensar una ética comunitaria que dé cabida a todos los cuerpos biológicos y subjetividades culturales posibles, para que puedan tener un lugar simbólico y un espacio moral justo en nuestra sociedad. El mismo Eneko Sagardoy - Goya al actor revelación- atravesado por esa misma sensibilidad, dedicó el premio a cualquiera que no se sienta entendido, a las identidades incomprendidas y a los cuerpos raros.

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