¡Feliz año!
SANTIAGO AIZARNA
Martes, 2 de enero 2018, 09:38
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SANTIAGO AIZARNA
Martes, 2 de enero 2018, 09:38
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Con el nonagésimo calendario sobre la mesa, a uno le vienen a la mente algunas como ráfagas de algunos de los anteriores (hechos, gentes, lugares, etc), al mismo tiempo que una como prevención de que se esté tocando el último brocal del pozo (imagen de suma plasticidad que, no se sabe por qué, me traslada a la escena evangélica de la samaritana, último capítulo de las insuperables 'figuras de la Pasión del Señor', de Gabriel Miró, la delicia de las frases desliéndose en boca y lengua gozosamente y en las comisuras de la percepción de maravillas, su contarnos el panorama sin igual y el diálogo no tan veladamente cuasiamatorio y, en cambio, ¡qué prometedor!).
Se me hace recordar al mismo tiempo, por no se sabe qué laberintos del arcano adivinatorio, que han podido ser éstas las últimas navidades que me tocaren vivir ('que no exaltar' por no ser ni haber sido nunca exaltado y más amigo de la templanza que del estruendo, nada afín, como el perro con rabo entre piernas, ante jolgorios y francachelas). Y, mirando un poco más hacia adelante, hacia las guedejas o restos que hayan quedado por esta cabalgata de ilusiones, que ni me interesa saber para quién, observo, como no podía ser de otra manera, que falta aún la venida de esos Reyes Magos (dícese que tres seguramente por ser el guarismo más tranquilizador de toda la numerología, que, también, respecto a estos monarcas de tan distinto sesgo, oigo algo que me es tan inconcebible como que los hayan casado que, según el 'Evangelio árabe de la Infancia', fueron a adorar al rey de reyes y al dios de los dioses en su nacimiento y de los que he leído por ahí, que solamente les hayan asignado tres esposas, tres Reinas, una para cada uno, cuando lo normal hubiera sido que, al menos, les casaran por cuádruple partida y con harenes bien poblados de hermosas odaliscas y debidamente vigilados por los correspondientes eunucos que concuerda este episodio, en cierto modo, con ese otro de haberle desmontado a Olentzero de su condición de reacio mutilzarra y le hayan desposado o esposado (que para el caso puede ser lo mismo) con Mari Domingi. ¡Que tenga cuidado Santa Claus, que la cosa se está poniendo grave!
Pero, en realidad, de lo que yo intentaba hablar no era de las mujeres de los Reyes Magos y de la de Olentzero sino de lo que ocurre cuando en el portal o en el ascensor -ya de las escaleras nada queremos saber por mucho que hasta en los ambulatorios nos aconsejen usarlas- a cierta edad que siempre será tan cierta como incierta, y nos dicen y nos desean que: ¡feliz año! y les remitimos de vuelta ese mismo deseo, todos, ellos y nosotros, sabiendo que mentimos. Una gran mentira, que inmediatamente nos acosa de nuevo, terebrante, espada de miedo que vimos fulgir, asesina, en la calle abierta y sin que pudiéramos dar prisa a nuestros tan pesados pasos, que «pasaron ¡ay, las horas de alegría/ y abre su seno hambriento el ataúd, / y único porvenir, sola esperanza, /la muerte a pasos de gigante avanza» que dejó escrito Espronceda en uno de sus muchos endecasílabos, y esa es la gran verdad que nos acosa estos últimos días del año y todos los que después seguirán que ya sabemos que no muchos. Una patraña de la cortesía que no es otra cosa que la que emana de la civilidad, de la amistad si se quiere, de hasta de la fraternidad de querer seguir más lejos, porque, en realidad, sentirnos hermanados como personas es sentimiento común que nos arrastra y hay que arrostrarlo.
Previamente, aun sabiendo que no tenemos porvenir y en cambio se va ahondando y extendiendo el pozo del pasado, lo que hacemos es adquirir algún calendario. A ese acto podemos llamarlo, sin vergüenza alguna, una chispa de esperanza y, si se quiere, hasta, por mínimo que sea, una migaja, un tenue sentido de deseo de seguir viviendo pese a todo tipo de males en derredor que seguirán aumentando hasta el punto de que hasta los que alimentan en su mente y en sus dolores y varios traumas el deseo del suicidio, hasta ellos lo compran. De conservar todavía algo de memoria con permiso del doctor Alzheimer, muchos recordamos muchos calendarios de tan distintas grafías, y, si a los viejísimos tiempos de Belcebú y sus moscas nos trasladamos, digamos que eran los lugares elegidos por estos dípteros para sus necesidades escatológicas.
Otra cosa fue, siempre, el otro, el llamado 'Calendario Zaragozano El Firmamento' fundado en 1840 para toda España por Don Mariano Castillo y Ocsiero, que, salvando distancias y calidades hace recordar, aunque muy de lejos, aquel llamado 'Calendario de Córdoba', del que cuenta Jonathan Lyons en su estudio sobre 'La Casa de la Sabiduría. Cuando la Ilustración llegaba de Oriente' (Editorial Turner, 2010), que «tuvo una influencia relevante» y era una obra típicamente andalusí que combinaba ricas tradiciones astronómicas árabes y complejos cálculos con información sobre agricultura, predicciones meteorológicas e incluso algunos elementos básicos del calendario religioso de la numerosa comunidad cristiana de habla árabe, los mozárabes.
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