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Camposanto de San Pedro.
Cementerios extramuros

Cementerios extramuros

El rey Carlos III ordenó que los enterramientos se hicieran fuera de las iglesias. Ahora, el teólogo Gerhard Müller ha recordado la prohibición católica de aventar las cenizas de los muertos

Begoña del Teso

Lunes, 31 de octubre 2016, 21:02

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Casas de los vivos y de los muertos llamaban los médicos del Siglo de las Luces a iglesias como la de Amezketa donde el pueblo sepultaba a sus muertos. Clara conciencia tenían de la insalubridad de tal rito pues los humores y sustancias emanadas por los cadáveres se mezclaban con los restos de la cera ardiente y debido a la humedad y a veces a la mala ventilación causaban vapores que propagaban hedores pestíferos y, volátiles, esparcían, en tantas ocasiones, la muerte roja.

Los tribunales no cuestionaron la creación de cementerios más allá de los muros de las parroquias y los pueblos pues entendían que así lo exigía la razón científica y la racional y además no iba en contra de la moral cristiana. Pero bien preveían tres problemas fundamentales que ya habían causado gran revuelo y malestar: la ubicación de los nuevos enterramientos, el perjuicio a los intereses económicos de los eclésiásticos y los derechos de los propietarios de las sepulturas. Como imaginaban fiscales y consejeros, largo duró el litigio. Tanto que si la epidemia que desde la parroquia de la Villa de Pasage en Guipúzcoa había estallado en 1781, no fue hasta el 87 cuando se firmó la cédula. Porque el asunto afectaba directamente a las creencias del pueblo, los erarios municipales y el poder de la Iglesia que detentaba la posesión y administración del destino del cadáver.

Sobre antiguos templos

Fuese como fuera, la real norma acabó cumpliéndose en lo que por aquel entonces se llamaban Las Españas. Algunos lugares se resistieron tanto que el cementerio extramuros no se hizo realidad hasta el reinado de Carlos IV. En otros sitios y dado que la misma cédula recomendaba usar fondos eclesiásticos en desuso, los camposantos se edificaron sobre templos desafectados, utilizando parte de su arquitectura o en terrenos propiedad de la Iglesia.

Pero para entonces e incluso mucho antes de que el mismo rey ordenara construir (en 1783) el equivocadamente considerado cementerio civil más antiguo de los Reynos, el de la Granja deSan Idelfonso, ya Elgoibar tenía el suyo alejado mil pasos del centro de la villa y edificado sobre la antigua iglesia parroquial de San Bartolomé. De ella conserva su impresionante pórtico. Corría el año de 1777 cuando el cementerio Olaso abrió sus puertas y excavó sus tumbas en terreno espacioso y abierto, rodeado de montes. Hoy, protegido por muros hipereforzados sigue siendo lugar abierto, casa de muertos y solaz de vivos situado en una enredadera de carreteras, industrIas y queserías lejanas.

Lo mismo sucede con el camposanto de Pasai San Pedro al que se accede desde la plaza por unas escaleras. Está construido sobre los restos de la antigua iglesia de 1450, edificada a petición de los lugareños, que hasta entonces pertenecían a la parroquia de San Vicente de San Sebastián.

El cementerio, cuyas tumbas desprenden olor a historias y genealogías marineras, conserva de ese templo los devastados elementos de su puerta románica hoy tapiada pero protegida por hermosos árboles. Consta de 4 arquivoltas de baquetón, cuyos arcos nacen de columnas a modo de capitel. La superior a modo de guardapolvo tiene en sus dos extremos una cara humana. No se entra por ella al camposanto de San Pedro sino por otra, gótica y sencilla.

'Real cédula del 3 de abril de 1787'

  • El rey Carlos III de cuyo nacimiento se cumplen este año tres siglos, asesorado por ilustres e ilustrados varones tal que el Conde de Floridablanca y preocupado por dictar una providencia general que asegure la salud publica firmaba en esa fecha la Real Cédula que trataba de la Observancia de las disposiciones canónicas para el establecimiento de la disciplina de la Iglesia en el uso y construcción de Cementerios, según lo mandado en el Ritual Romano. Se pretendía establecer los cementerios fuera de las poblaciones o en grandes espacios libres que pudieran existir en su seno, en sitios ventilados é inmediatos á las parroquias. Se instaba a aplicar la medida en primer lugar en aquellos lugares que hubiesen experimentado epidemias en beneficio de la salud pública de sus súbditos, decoro de los Templos, y consuelo de las familias, cuyos individuos se hayan de enterrar en los cementerios. Es en ese momento cuando la Cédula recuerda la epidemia experimentada en la Villa de Pasage, Provincia de Guipúzcoa, el año de mil setecientos ochenta y uno, causada por el hedor intolerable que se sentía en la Iglesia Parroquial debido a la multitud de cadáveres enterrados en ella.

Se adelantaron pues muchos cementerios gipuzcoanos a la Real Cédula de Carlos III, cumpliendo todos antes de tiempo la recomendación de ser construidos en lugares elevados, alejados de la población y abiertos.

En lo alto, entre robles

No lo hicieron por sabiduría científica sino atávica. Los muertos siempre han sido colocados mirando hacia ese infinto que acaso ya hayan tocado. Así, el dolmen de Txoritokieta, el del collado de Ai-tzetako Txabala (229 metros), al NE de la cima, se encuentra en un alto, cobijado por un bosque de robles americanos. Cámara mortuoria y símbolo de cohesión entre vivos y muertos, el dolmen siempre está en lo alto, en abierto y en lugar puro, purificado.

Mil pasos separaban en 1777 el cementerio de Olaso, en cuya verja forjada se descubre la guadaña de la Muerte, de la villa situada en el cruce de Malzaga y los caminos a Bizkaia. Fue muy posterior, sí, la norma real dealejar a los muertos de los vivos.

23,5 metros de desnivel

Abierta estoy siempre al mortal porque la hora de su muerte es incierta proclama en su frontispicio la capilla del cementerio del lugar que fue llamado Villanueva de San Andrés y siempre conocido por Eibar, la villa surgida entre montes y construida entre cuestas. Su camposanto está situado entre Urki y Armagin. Escalonado, salva en terraplén un desnivel de 23,5 metros y parece colgado sobre los vivos. En abril de 2015 el grupo municipal del PNV presentó una proposición para su traslado a los terrenos de Altamira y convertir sus 7.500 metros cuadrados de superficie en zona de ocio. Hoy por hoy, el camposanto eibarrés es muestra fehaciente de cómo muchas poblaciones fueron creciendo, tan rápido y tanto que los vivos y los muertos volvieron casi a tocarse. Alrededor de los enterramientos armeros hay colegios, un frontón-cancha deportiva, la trasera del bar Nuevo, grafittis en sus muros y la angulación de su perímetro de seguridad, inclinada hacia dentro parece querer impedir que los que allí están salgan.

También la casa de muertos de Legazpi da fe de queellos siguen cerca de los asentamientos de los vivos. El anterior estaba a la entrada del barrio de Hegialde pero no pudo ser ampliado por la proximidad de los pabellones de la Corporación Patricio Etxeberria. Fue trasladado a una de las laderas del valle. Sus terrazas contemplan el trajín de los vecinos de los barrios de Itxaropen y San Ignacio.

Columbarios

La Congregación para la Doctrina de la Fe acaba de recordar la prohibición de guardar en casa o aventar las cenizas de los difuntos. Admite sí, su custodia en columbarios como el de Polloe en Donostia o en los 200 nichos habilitados junto el altar de una de las 24 espléndidas capillas situadas bajo el templo catedralicio del Buen Pastor. En Elgoibar se construirá un columbario para guardar los restos de los gudaris sin nombre de la Guerra Civil.

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