«El niño ya no respiraba»
Un ertzaina salva la vida de un menor de dos años en Irun al realizarle la maniobra de Heimlich
JAVIER PEÑALBA
Sábado, 9 de abril 2016, 08:23
Borja es agente de la Ertzaintza. Tiene 31 años y lleva casi diez en el cuerpo. Está destinado en la Unidad de Tráfico de Gipuzkoa, donde desempeña tareas de seguridad vial. Cuando todavía era alumno de la academia de Arkaute recibió una formación específica sobre técnicas de reanimación. Puede que entonces llegase a creer que «no sé para qué nos va a servir esto». Hoy ya no piensa lo mismo.
Recientemente, Borja salvó la vida e Irun a un niño que dos años y medio que tenía las vías respiratorias obstruidas a causa de unas convulsiones febriles. Era miércoles. El reloj marcaba las 13.30 horas. A Borja apenas le quedaban treinta minutos para incorporarse a su puesto de trabajo en la base de Oiartzun. Iba con el tiempo justo para recoger algo en su casa y partir seguido a su unidad. Al volante de su coche, el policía se adentró en la calle Artiga Ibilbidea, en la carretera que conduce a Peñas de Aia. De pronto, su mirada se fijó en una mujer que llevaba a un niño en una sillita. Luego supo que era la abuela del pequeño. «Observé que la señora estaba muy agitada, chillaba... Con ella había otras personas, un señor con una niña y un barrendero», explica.
Borja se aproximó con su coche. «Oí que pedía auxilio y al mirar a la sillita vi al niño que tenía la piel ya de color morado. Ninguna de las personas que estaban allí sabía qué hacer. La abuela le movía la cabeza al niño pero no respondía. La mujer se encontraba en estado de shock y gritaba: 'que no respira, no responde'».
Borja no lo pensó dos veces. Detuvo el coche de forma inmediata y descendió de manera apresurada. La abuela seguía gritando. «Vi que el niño se estaba ahogando y lo primero que le dije fue que lo sacara de la silla. Tenía lo que se denomina convulsiones febriles y la postura en la que permanecía dificultada todavía más que no pudiera respirar», recuerda el policía.
«No se movía»
El agente de la Ertzaintza comprobó que el pequeño no se movía y que tampoco respiraba. «Lo saqué de la silla, lo levanté hasta a la altura de mi pecho, arqueé un poco su cuerpo para abrirle las vías aéreas y por último extraje su lengua, que la tenía enredada dentro de la boca».
Pero el menor seguía sin reaccionar. «Entones, con la otra mano presioné con fuerza sobre la boca del estómago del niño. Es lo que se conoce como la maniobra de Heimlich que se utiliza cuando, por ejemplo, alguien se queda atragantado con un trozo de carne u otra cosa. Y entonces el niño vomitó gran cantidad de mucosa y babas, que era lo que mantenía sus vías respiratorias taponadas. Expulsó una barbaridad».
Borja percibió en aquel instante que un hilo de aire entraba por la boca del pequeño. Sintió cómo la leve corriente pasaba entre sus dedos y se dijo: «ya está».
En los segundos que siguieron el niño comenzó a respirar por sí solo. «Fue poco a poco. Tardó bastante en recuperarse. No le hice nada más, solo dejé que el propio organismo actuara. Le tuve sujeto unos minutos más mientras le mantenía la boca abierta para que continuara respirando», detalla el agente.
Al observar que el niño se restablecía de manera satisfactoria, el er-tzaina dejó que la abuela cogiera al pequeño. «Le dije que lo tuviera ella, ya que estaría más tranquilo con una persona conocida que conmigo».
Finalmente, al lugar acudió una ambulancia que el propio Borja había demandado y que trasladó al menor al Hospital Materno Infantil de Donostia. «La abuela y las personas que estaban con ella habían intentado llamar al 112 pero no habían conseguido comunicar. Les dije que marcaran el número de la comisaría de Irun. Me pasaron el teléfono y hablé con un compañero. Le indiqué quién era, le expliqué lo que había sucedido y le pedí que enviara una ambulancia. Al cabo de unos minutos llegó una unidad medicalizada. Les conté a los sanitarios lo que había sucedido y se lo llevaron».
Tras el traslado, Borja se interesó por la evolución del pequeño. «Conozco a personas que trabajan en el ámbito de la sanidad y me informaron de que se encontraba bien. Con posterioridad, cuando la madre contó en las redes sociales lo que había ocurrido y agradeció públicamente lo que había hecho, supe que estaba fuera de peligro».
Primera vez
El agente reconoce que fueron instantes de mucha tensión. «Duró solo unos minutos, pero cuando el niño comenzó a respirar y vi que se recuperaba, me invadió un sensación de alivio y al mismo tiempo de satisfacción. Fue gratificante».
Era la primera vez que se enfrentaba a una situación así. Hasta ese momento solo había realizado este tipo de maniobras durante su estancia en la academia de Policía. Pero aquello había sido un simulacro con unos muñecos. «Hay un curso en nuestra fase de formación que se llama Reanimación Cardiopulmonar (RCP). Nos enseñan cómo hacerlo sobre bebés, niños y personas adultas. También nos adiestran en el empleo de desfibriladores».
Y gracias ello, Borja supo el otro día cómo debía reaccionar ante la crisis, ya que, según indica, «de lo contrario no sé cuál habría sido mi respuesta. A veces pensamos: 'no sé para qué nos enseñan estas cosas'. Y mira, al final ha servido para algo. Diría que para más que algo, para salvar la vida de un niño».
Padre de una niña de cuatro años el agente admite que tras el episodio, «con posterioridad, cuando iba al trabajo me acordaba de mi hija. Podía haberle sucedido a ella tranquilamente y piensas... ¿Y si en ese momento no hay que nadie que pueda ayudarle?».
Por ello, Borja cree que «todos deberíamos tener una mínima formación al respecto. A veces pienso que cuando los padres hacemos esos cursillos de preparto y postparto, deberíamos también aprender estas técnicas de reanimación. O incluso las podrían enseñar en las escuelas. Es un curso que se puede impartir en uno o dos días».