Borrar
Javier Ikaz y Jorge Díaz, frente a una pizarra que deja bien claro el lugar de donde vienen.
«Sobrevivir a aquellos columpios metálicos nos hizo más fuertes»

«Sobrevivir a aquellos columpios metálicos nos hizo más fuertes»

Los libros de Jorge Díaz y Javier Ikaz (autores del fenómeno 'Yo fui a EGB') han arrasado las dos últimas Navidades y su nueva publicación promete hacer lo mismo. Hoy traen a Donostia el mundo de la EGB, que tanto hizo por nosotros

JAVIER GUILLENEA

Miércoles, 25 de noviembre 2015, 06:54

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Han vendido más de 300.000 ejemplares de los libros 'Yo fui a EGB' y 'Yo fui a EGB 2'. Tienen casi un millón de seguidores en Facebook, cerca de 100.000 en Twitter y un blog en el que la gran tribu de los 'egeberos' da rienda suelta a sus recuerdos. Jorge Díez (1971) y Javier Ikaz (1978) regresan con la tercera parte de las memorias de una generación que fue capaz de sobrevivir a los ataques de columpios metálicos y los efectos de la kina San Clemente. Hoy presentarán su nuevo libro en el aula DV, que se celebrará en el Aquarium donostiarra a las 19.30 horas.

- Les voy a hacer una pregunta de control sorpresa, como los de los profesores: Características de la generación de la EGB.

- Javier Ikaz. Dentro de la EGB hay varios grupos porque duró veinte años, pero una de las cosas que nos caracteriza es que vivíamos en una época preinternet. Éramos analógicos en todo y esa es una de las cosas que nos pueden englobar a todos los 'egeberos', pero los hay de muchos tipos.

- ¿Los 'egeberos' somos los últimos mohicanos de la era analógica?

- Jorge Díaz. Totalmente. Lo primero que nos define es que somos analógicos, con lo que eso significa. Por ejemplo, antes las cosas duraban más tiempo, se disfrutaban más. En el momento en el que salía un disco y lo conseguías, ese disco igual lo estabas escuchando durante tres años. Hoy en día es una gozada tener la discografía de todo el mundo al alcance de un clic, pero eso hace que todo sea mucho más efímero.

- J. I. Era la espera. Cuando en casa tuvimos el vídeo, que era el no va más de lo moderno, teníamos que esperar al fin de semana para poder alquilar una película que encima igual ya estaba alquilada y no podías verla hasta la siguiente semana. Hoy puedes ver cualquier cosa en cualquier momento, antes peleábamos más por las cosas.

- J. D. Estoy de acuerdo, lo que disfrutabas era la espera. Ir varios fines de semana al videoclub intentando que estuviera libre la de Rambo era más disfrutable que ver la película.

- ¿Los de EGB vivieron en un mundo peligroso repleto de columpios metálicos?

- J. D. Y no pasaba nada. En uno de los capítulos hablamos de eso. Cosas que antes veíamos normales, como aquellos columpios que parecían de tortura, que te ibas a abrir la cabeza en cualquier esquina, o viajar en los coches sin ningún tipo de seguridad, cosas que hoy vemos de un peligro máximo eran entonces de lo más normal. Pero está bien que hayamos evolucionado.

- J. I. Te lavabas la herida en la fuente y seguías jugando. Hoy si te has hecho algo tienes que ir corriendo a que te miren.

- J. D. Nosotros decimos que aquello te endurecía. Si jugabas en aquellos columpios de metal y sobrevivías te hacías más fuerte. Al final todo se curaba con un poco de mercromina.

- ¿Desde que la mercromina dejó de existir la infancia ya no es la misma?

- J. I. Yo recuerdo los veranos con las piernas llenas de postillas y con esas manchas medio naranjas que dejaba la mercromina y que era casi peor que la propia sangre.

- J. D. Éramos más salvajes.

- J. I. Y curiosamente, ahora que somos padres tenemos a nuestros niños como si fueran de cristal.

- La mercromina era una especie de pintura de guerra que se llevaba con orgullo.

- J. D. Nos gustaba. Presumíamos de ir con la mercromina, cicatrices o la escayola si te rompías un brazo. Eran como heridas de guerra.

- Hablan en el libro de los cinco sentidos de la EGB. Un recuerdo imborrable es el del olor a clase. ¿Cómo se puede definir?

- J. I. Los colegios eran un mundo de olores: la pizarra, la tiza, las plastilinas, las ceras..., sobre todo cuando se estrenaba, que era cuando abrías las cajas. También están los olores de cuando empezaba el colegio y forrábamos los libros en casa.

- J. D. Si pensamos en nuestra clase de entonces a todos nos viene el mismo olor. Era una mezcla entre la goma de Milán con plastilina, con las virutas de las pinturas en la papelera mezcladas con la cáscara de plátano, un olor dulzón que tenemos todos muy grabado.

- Quizás se podría hacer un ambientador de olor a clase para cuando queramos regresar a la niñez.

- J. I. Todo sería ponerse a ello. Patentar una marca de olor a EGB, mezclando tizas con pinturas y pegamento.

- J. D. No sé si tendría éxito pero se podría hacer.

- J. I. Alguno se lo echaría hasta por encima como colonia.

- Otro olor es el del Farias en un Seiscientos en una carretera con curvas. ¿Lo han olido alguna vez?

- J. D. Yo desgraciadamente sí.

- J. I. Eso no contaría como colonia.

- J. D. En aquellos viajes siempre nos mareábamos. Cómo no te ibas a marear con el Farias, aquellas curvas y un montón de personas dentro.

- A ese olor le sucedía casi siempre el aroma a vómito.

- J. D. Era inevitable marearse. Mi padre ponía una goma en la parte de atrás que iba rozando el asfalto y decía que era para que no te marearas, pero no tenía nada que ver.

- J. I. En mi caso era peor. Me ponían un supositorio y además era mentolado. Es uno de los peores recuerdos que tengo.

- Por sus páginas asoma la kina San Clemente y el vino con azúcar.

- J. I. Eso está en el capítulo que habla de cómo hemos cambiado. Darle a un niño una bebida alcohólica para que coma se ve hoy como algo escandaloso, pero eso estaba antes muy asumido. En aquella época se le daba al niño kina, que es una bebida con muchos grados.

- J. D. Era muy frecuente el agua del Carmen. Te lo daban en el colegio y tenía una graduación exageradísima.

- ¿Qué tenía el chicle Bazoka que no tienen los de ahora?

- J. D. Era una especie de masa sin terminar. Al meterte el chicle en la boca era como si tuvieras que mezclar harina y goma y al final construías tú mismo el chicle.

- Y luego estaba el Cosmos.

- J. D. Te dejaba la lengua que parecía que habías comido chipirones. O lo odiabas o era tu chicle preferido. Era mi favorito, tenía un sabor a regaliz muy intenso.

- En el libro aparece un anuncio con una receta para que los niños hagan un 'flanbeado'. ¿Cuántas casas ardieron gracias a este postre?

- J. I. El anuncio pedía a los niños que vertieran un poco de ron sobre un flan Danone y lo prendieran con una cerilla. Así se preparaba un 'flanbeado' para los padres. Eso antes nos parecía gracioso y a ningún padre se le ocurría que fuese terrible. No sé si antes éramos un poco descerebrados o ahora somos un poco miedosos.

-¿Les dicen a sus hijos 'A la vuelta te lo compro'?

- J. I. Mi hija no tiene todavía dos años. De momento no le puedo decir eso porque es que además consigue todo lo que quiere de mí.

- J. D. Yo les sigo diciendo todas las expresiones que me repetían mis padres de pequeño y que odiaba. Te sale de manera automática eso de 'a la vuelta te lo compro', 'ni moto ni mota' o '¿te crees que soy el Banco de España?'

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios