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«Me siento a esperar a la muerte mirando valle abajo»
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«Me siento a esperar a la muerte mirando valle abajo»

«Me golpean cientos de piedras», cadáveres por el camino, un frío insoportable… El desgarrador relato de Alex Txikon, que ayer regresó al campo base del Everest tras esquivar la tragedia, aunque volverá a intentar la cumbre sin oxígeno y en invierno

Fernando J. Pérez

Martes, 14 de febrero 2017, 10:13

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«Hablo por fin con el campamento base, donde me confirman que el parte meteorológico ha cambiado y que debemos salir de ahí».

¡Salid de ahí!

Domingo y lunes, 12 y 13 de febrero. Diario de Alex Txikon. Ha visto la muerte de cerca varias veces. La suya, de frío y luego arrastrado por una avalancha, pero también la de otros escaladores que le precedieron y acabaron devorados por el Everest. Aun así no se ha rendido. Tras su primer intento para hacer cima sin oxígeno y en invierno, una gesta jamás lograda, Txikon se recuperaba ya en el campamento base con su mente puesta en una segunda oportunidad.

Pero el recuerdo de la avalancha, una caída de cien metros de la que Alex y sus compañeros se salvaron de milagro, le perseguirá siempre. «Caen cientos de piedras, miro de reojillo para arriba y veo a Chhepal -uno de sus compañeros sherpas- aguantando. Norbu ha tenido más suerte y no le ha caído nada. Me siento mirando valle abajo, golpeándome cientos de piedras esperando a la muerte. Estoy muy pillado y no puedo hacer más... Al de diez minutos dejan de caer las piedras, miro hacia arriba y joer, pienso 'cómo leches estoy vivo'. ¡Una entre mil!'. Nos reencontramos abajo. Chhepal está sangrando por la cabeza. Será evacuado a Katmandú».

El texto de Txikon, escrito en caliente nada más llegar al campo base, es desordenado, un retrato enloquecido de sufrimiento bajo ráfagas infernales, primero de 60 kilómetros por hora, y luego mucho más, a 35º bajo cero. «El viento es constante y seguramente su intensidad superará los 80 kilómetros por hora como mínimo. No sé como hemos podido superar estos momentos».

Todo empieza con ese mortífero cambio de tiempo, que obliga al montañero de Lemoa y a sus cinco compañeros sherpas a escapar a toda prisa del Collado Sur, una ratonera helada a casi 8.000 metros. Es el último escalón que le quedaba al montañero vizcaíno para lanzarse a la cumbre del Everest sin oxígeno (aunque los sherpas sí llevan bombonas) y además en temporada invernal; una doble gesta jamás lograda en el Techo del Mundo. Una aventura al límite que flirtea con la tragedia cada día.

Dos tiendas, dos cadáveres

«No podemos ponernos en pie», detalla Alex sobre la llegada al C-4 del Collado Sur. El grupo no encuentra la manera de montar la tienda. «Es imposible hacerlo. Esperamos al resto. No podemos ni entre los seis. Jamás me ha pasado nada igual» En el intento se rompe una de las varillas y decide rebuscar entre la decenas de tiendas hechas jirones que pueblan en basurero más alto del mundo. «¡Es un sitio tan desolador!». Elige una y... «¡Hay una persona fallecida! ¡Joder! En las condiciones en las que estamos se te pasan muchas cosas por la cabeza y una de ellas es que puedas acabar igual».

«Echamos unas piedras encima y me voy a buscar otra vez. Me acerco a otra tienda y... ¡No me lo puedo creer! ¡Otra persona fallecida! Desconozco sus identidades. Un abrazo enorme a familia y allegados!». El Collador Sur del Everest no es solo un basurero. También es el cementerio más alto del planeta. Pero lo que ahora está en juego son sus vidas: «Hacemos una segunda intentona de montar la tienda, apenas podemos incorporarnos y lo damos por imposible». El viento y el frío son insoportables. Hay que tomar una decisión ya. «Hablo con todos, depositamos el material y arrancamos para abajo. Le digo a Nurbu que no siento nada, que por favor me acompañe en el descenso, que me acompañe, ¡YA! El resto nos cogerá. O nos movemos o nuestras vidas pasarán a otro escenario».

«A ama le escondemos el periódico cuando hay algo fuerte de Alex»

  • Yolanda, una de las hermanas de Alex -él es el menor de 13-. Ejerce de portavoz de la familia. Entre todos arropan a su madre, que sufre en silencio la venturas y desventuras de su hijo. «Lee en el periódico todo lo que sale de él, pero cuando cuentan algo fuerte se lo escondemos para que no sufra», explica.

  • «El otro día me llamó toda desconsolada llorando preocupada por el frío que tenía que estar pasando Alex porque en el campamento base dormían sobre el hielo del glaciar. Lo que vive más arriba ni se lo imagina», explica.

  • Toda la familia vive las expediciones como uno solo. «En Nochebuena -partió hacie el Everest el día 25- nos dimos cuenta a las once y media de la noche que aún no habiamos cenado, con todos los preparativos».

Están al límite. Le pasan un 'walkie'. La orden de la base es perentoria. Hay que largarse. «Finalmente no arranco, me siento responsable de mi equipo; en todo momento he apretado para llegar aquí arriba y todos han arriesgado sus vidas, así que hasta que no sale el último no inicio el descenso». «Empezamos a rapelar y vamos todos a una; noto que perdemos altura, pero no siento ni la nariz ni las manos y qué decir de mis pies. Esperaba calentármelos en el C-4. El descenso extra lo pagaré caro».

Txikon y su gente alcanzan el campo 3. «Llegamos de noche y no puedo ni llorar del dolor que tengo. Decidimos pasar allí la noche. Ofrezco mi saco y esterilla por si alguno no puede más. Finalmente nos metemos con todo dentro de la tienda, crampones... Chhepal, Norbu y yo. Fundimos algo de nieve, apenas dos sorbos cada uno y nos metemos con todo al saco. Segunda noche sin dormir: no puedo del dolor y del frío. Escalofríos que me acompañan toda la noche y este dolor de los pies no me ha dejado descansar ni un minuto».

Al amanecer, la luz alimenta la esperanza de los montañeros, que resuelven bajar a la base. «Ya vale de sufrir». Pero lo que Txikon no sabe es que aún queda lo peor. Una avalancha. «Cuatro rapeles y miro para arriba. Veo a Chhepal para entrar en la vertical y Norbu aún muy cerca del emplazamiento. Joder con el viento, no nos deja ni un segundo. Algo me golpea, no sé qué está pasando, no veo nada, solo me preocupa que el mosquetón de seguridad esté pasado por la cuerda. Voy cayendo cada vez más rápido».

«Sé que voy en una avalancha y que me voy a dar una buena hostia. Si no he chapado el mosquetón sé que moriré. Y si va chapado voy a detenerme después de caer un mínimo de cien metros. Creo que toco la pendiente tres veces, a gran velocidad. Me detengo en seco». Un tornillo de hielo ha aguantado el peso del escalador pero el golpe es brutal. «No puedo respirar, apenas siento un hilito de aire. Me voy viendo y sintiendo mientras tanto como estoy; el miedo se apodera de mi ya que va más de un minuto sin que entre aire en mis pulmones! ¡Finalmente, empiezo a respirar!» Pero entonces llega la cola del alud. La avalancha empieza a ser de piedras y caen cientos».

Milagrosamente, han salido vivos. Y por fin llegan al CB « Después de lo sufrido y padecido he de decir que me siento un poco más vivo», proclama. «El equipo está muy tocado. Perdimos a Carlos, después a Lakpa, ahora nos quedamos sin Chhepal y tan solo quedamos cinco, pero me siento con muchísima fuerza de probar suerte de nuevo. Ya veremos qué pasa los siguientes días».

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