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En memoria de Bigas Luna

En memoria de Bigas Luna

Javier Bardem produce el testimonio vital del director catalán, fallecido hace tres años: «Le debo mi carrera y a mi mujer»

oskar belategui

Martes, 20 de septiembre 2016, 17:18

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Javier Bardem envió un sms a Bigas Luna el día de su boda con Penélope Cruz: «Nos casamos el Brando monegrero y la Perla del Monegrillo. Gracias por llevarnos por este camino». La pareja se enamoró bajo un toro de Osborne gracias al realizador catalán. Y no es una metáfora: el rodaje de Jamón, jamón unió a los actores más internacionales de nuestro cine. «Yo a Bigas le debo todo, mi carrera y mi mujer», confiesa Bardem a El Diario Vasco delante de un plato de jamón con aceite y tomate en el hotel María Cristina. «Los dos éramos casi vírgenes cuando empezamos con él. Rodamos escenas de sexo, con un frío terrible... Podía haber sido traumático, pero fue lo contrario».

El Zinemaldia ha homenajeado este martes a Bigas Luna con el estreno de Bigas X Bigas, un filme compuesto a partir de las más de 600 horas que el realizador tomó con una pequeña cámara a modo de videodiario en los últimos años de su vida. Su inesperada muerte a los 67 años en 2013 a causa de un cáncer fulminante privó al cine español de uno de sus cineastas más singulares. «Todos los que trabajaron con él le querían, esto está hecho desde el amor más profundo», alaba Bardem, productor de una cinta que supone el testimonio fílmico de un autor fiel a unas obsesiones: el sexo, la leche materna, el ajo, las moscas...

Jordi Mollà, Leonor Watling y Aitana Sánchez-Gijón arroparon la presentación de Bigas X Bigas, que descubre la cotidianidad de un provocador hedonista. Hay reflexiones a cámara, escenas familiares y con amigos como el modista Antonio Miró o Penélope Cruz, travesías artísticas y muchos momentos grabados en la masía de Tarragona en la que vivió su última etapa. Allí tenía cinco burros, cuarenta gallinas y un gallo bautizado Obama. Amasaba su propio pan y cultivaba un huerto. Porque, como proclamaba, «si quieres ser feliz una hora, emborráchate; si quieres serlo unos meses, búscate una pareja; pero si quieres serlo toda tu vida, cultiva un huerto».

Bardem recordaba que en 1993 vino a San Sebastián por primera vez con Huevos de oro. El póster, agarrándose las partes, descolocó a la Premio Donostia de aquella edición, Lana Turner, quien aconsejó al actor: «Eso no lo hagas nunca más». En Francia, el filme se tituló Macho, y el actor ve todavía la sonrisa de Bigas Luna en unos Campos Elíseos empapelados con el cartel: «¡Hemos conquistado Francia, Javier!».

«Bigas me dio en las dos películas que hicimos el rol del macho hispano, la cosa bruta», explica el actor. «El tío que lo hace todo por cojones, el no sabe usted con quién está hablando. Le hacía mucha gracia lo chulito que era yo con 22 años. Y lo sigo siendo. El Benito González de Huevos de oro continúa construyendo rascacielos en este país. Y así nos va. Tenía mucha curiosidad por lo español visto desde fuera, la meseta, Castilla. Madrid le fascinaba. Se lo agradecí toda mi vida, aunque al final me salí de ese papel».

El autor de La teta y la luna llevaba a la práctica una filosofía de vida que bebía del desparrame mediterráneo y la calma zen. Era un anfitrión divertido y generoso que reunía a los suyos alrededor de una mesa y disfrutaba de placeres inmediatos: la comida, el sexo, el arte... «Rezumaba vitalidad», apunta Jordi Mollà. «Era un tipo que sabía estar en un polígono y en el Festival de Cannes. Sabía cómo vestirse y cómo echar la siesta. Hasta el último técnico que trabajó a sus órdenes caía bajo su hechizo. Te ponías en sus manos, lo que no quita que pudiera ser duro y hasta cruel. Pero siempre para sacar lo mejor de ti».

Javier Bardem llora hasta las lágrimas de la risa al rememorar una de las escenas más bizarras de su filmografía. En Jamón, jamón, metía ajos en el culo de un cerdo en la gélida noche de los Monegros. El director le hacía repetir una toma tras otra. Hasta que el actor, exhausto, le dio a oler su dedo. «¡Corta! La tenemos». Jordi Mollà conserva la visión de Bigas Luna griposo, dirigiendo en un palazzo italiano con un abrigo de visón negro hasta los pies. «Tener gripe le parecía poco elegante».

Erotismo, transgresión...

«Bigas está entre uno de mis sabios», remarca Bardem. «Siempre me pregunto qué haría él ante una situación. Apostaba siempre por poner los pies en la tierra, mirar el cielo, sentir el aire y alegrarte por estar vivo. Nuestra vida es mucho más fácil que la de mucha gente que las está pasando putas, de acuerdo. Bigas te hacía reconocer que llevabas una buena vida, pero lo hacía de una forma natural, sin apologías, a través de la comida y el humor. Estabas a su lado y te quitabas las máscaras. No era el mayor de los sabios del mundo, sino una persona a la que daba gusto escucharle y que hizo el bien a mucha gente».

El director de Las edades de Lulú era un tipo listo que no olvidaba que el cine tiene que encontrar espectadores. El erotismo, la transgresión y las esencias cañís le funcionaron siempre en taquilla. Venía de la publicidad y estaba a la última, como demuestra Yo soy la Juani, una mirada al chonismo hoy imperante. Aprendió de Dalí que epatar también era muy rentable. «Siempre se preguntaba: ¿esto lo va a entender el tío de Minesota? Porque sino, es una mierda», apunta Jordi Mollà.

Las imágenes íntimas de Bigas X Bigas demuestran que el cineasta no se construyó un personaje. Desdramatizaba su oficio, se restaba importancia y sabía escuchar. «A veces nos tomamos muy en serio cuando hacemos películas. Bigas siempre nos decía que nos relajáramos», añade Bardem. «Todo el mundo podía entrar en su familia, era la persona menos clasista del mundo. Tampoco era un gran hablador, no se daba importancia, no criticaba a nadie, aunque sabía de la mala leche que hay en este país. Estaba en silencio y de vez en cuando soltaba sus perlas».

Hace poco, el actor volvió a ver Jamón, jamón por televisión. Y veinticinco años después rememoró las sensaciones de enamorarse de la mujer de su vida, torear desnudo a la luz de la luna y darse de jamonazos con su rival. «En España seguimos siendo lo mismo, con diferente lenguaje, con otros soportes tecnológicos. Un país impulsivo, de conceptos muy básicos, esa es nuestra grandeza y nuestra bajeza. Esa España de Jamón, jamón dura, agreste, sigue ahí».

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