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El principio del final de ETA

El principio del final de ETA

Un documental presentado en el Zinemaldia relata las conversaciones entre Eguiguren y Otegi para acabar con la violencia de la banda terrorista

OSKAR BELATEGUI

Lunes, 19 de septiembre 2016, 18:42

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El fin de ETA arranca con las imágenes de Jesús Eguiguren portando el féretro de Juan María Jauregui, el gobernador civil de Gipuzkoa asesinado por ETA en 2000. «Solo he llorado una vez por un atentado: en 1984, cuando mataron a Enrique Casas», confiesa el político socialista en el filme. Eguiguren cuenta que estaban tan endurecidos por los crímenes casi diarios de la organización terrorista que cuando llegaban las malas noticias no se daban tiempo para las lágrimas. Al momento empezaban a pensar en cómo se lo dirían a la viuda y en los preparativos del funeral.

Presentado en la sección Zinemira del Festival de San Sebastián, El fin de ETA detalla las conversaciones mantenidas entre Jesús Eguiguren y Arnaldo Otegi en boca de sus protagonistas y se extiende hasta el 20 de octubre de 2011, cuando la organización anunció el cese definitivo de la lucha armada. Ante la cámara del realizador inglés afincado en España Justin Webster desfilan el lehendakari Urkullu, víctimas, presos, el juez Garzón, mandos de la Policía y la Guardia Civil, el exministro de interior Mayor Oreja y Alfredo Pérez Rubalcaba, al que Eguiguren rendía cuenta de sus avances.

Aquel día del anuncio del fin de la lucha armada, por cierto, Eguiguren sintió «frío». Como recuerda Rubalcaba en este documental de ritmo trepidante «para la gente había acabado el terrorismo, pero para las víctimas no». «La democracia ganó y ETA perdió». Entre las poderosas imágenes del filme con guion de los periodistas José María Izquierdo y Luis Rodríguez Aizpeolea sobresale la estampa de Maixabel Lasa y el miembro del comando que asesinó a su marido, Ibon Etxezarreta, hoy arrepentido, ante el monolito que le recuerda. «Ibon es ahora otra persona distinta del Ibon de hace dieciséis años», constata Lasa, que pide un relato fidedigno de lo ocurrido en este país en el último medio siglo.

«Estas cosas no se hacen así»

Esa exigencia de desmontar tópicos e interpretaciones políticamente interesadas es la que ha movido a los responsables de una cinta con la participación de ETB y el Gobierno vasco, que recorre en orden cronológico el camino seguido para acabar con la violencia. Los rótulos iniciales informan con ánimo didáctico de que ETA mató a 829 personas desde 1968 y que hubo dos procesos de diálogos con los presidentes González y Aznar que fracasaron. Los héroes de esta historia, según la óptica del filme, son Eguiguren y Otegi, que se enfrentaron a sus respectivos partidos movidos por un objetivo común.

El expresidente del PSE sintió el impulso de hacer algo por su cuenta en plena epoca de socialización del sufrimiento, con coches bomba y tiros en la nuca que las imágenes de archivo del documental muestran en toda su crudeza. «Una vez aceptado que el siguiente puedes ser tú, el miedo desaparece», espeta. Eguiguren estaba defraudado de la política antiterrorista, hastiado de «los ministros que te daban una palmadita en la espalda en los funerales y se volvían para Madrid».

El caserío Txillarre de Elgoibar fue el escenario elegido para los encuentros gracias a un amigo común, Peio Rubio, que también cocinaba para sus invitados. «Éramos dos personas que representábamos dos mundos que en la calle se enfrentaban de manera brutal. Y construimos un consenso en torno a una mesa», se felicita Eguiguren, que el primer día que se encontró con el dirigente abertzale le formuló una pregunta: «Nos hemos hecho mayores Arnaldo. ¿Vamos a dejar esto para la siguiente generación?».

En Negociador, Borja Cobeaga contó el proceso de las conversaciones en clave de humor gélido. Los mismos acontecimientos que El fin de ETA repasa viajando a los lugares concretos: Txillarre, Loiola, las habitaciones de hotel de Ginebra y Oslo, los despachos ministeriales... «Nunca hablamos del sufrimiento, ya sabemos lo que piensa sobre el tema el otro», observa Otegi, que en vez de «asesinados» sigue prefiriendo hablar de «muertos por ETA». Ninguno de los dos informaba de los progresos a las ejecutivas de sus partidos. Eguiguren empezó a ser consciente, reconoce, de que existía un conflicto, de que había casi mil presos con sus respectivas familias. «Pero ellos no eran conscientes del sufrimiento que causaban».

En una hoja de papel arrugada sobre la mesa del caserío se puede leer Prolegómeno para un diálogo político. Pasara lo que pasara, incluido el asesinato de Fernando Buesa, Eguiguren y Otegi siguieron hablando hasta que el 11-M descubre que ETA tiene un competidor en el terrorismo yihadista. «Y eso sí que son acciones indiscriminadas», apunta Otegi. Dentro del drama, el documental revela apuntes que muestran lo chapucero del proceso y la humanidad de sus protagonistas.

Así, Eguiguren llamaba por teléfono a Moncloa y decía que tenía un tema de terrorismo. Patxi López le regañaba porque «estas cosas no se hacen así». Cuando viajó a Ginebra le llevó en coche el dueño de Txillarre: «Éramos el tratante y el casero». Fue llegar a la recepción del Hotel de Inglaterra y averiguar si la dirección de ETA había preguntado por él. Cobeaga no iba desencaminado en la caricatura de Josu Ternera («el típico vasco estirao», según Eguiguren) y su sustituto en las conversaciones, el temperamental Thierry, que un día pidió que le pusiesen al teléfono con el presidente del Gobierno «o convertimos España en un Vietnam».

Rubalcaba se sincera al afirmar que de su compañero socialista «se fiaba lo justito». Alaba a Josu Jon Imaz e Íñigo Urkullu, «que tuvieron un comportamiento exquisito y nunca pidieron nada para ellos». La imagen de Eguiguren y Otegi juntos con la mirada perdida en los bosques que rodean Txillarre resume la historia de dolor y esperanza que narra El final de ETA, un filme que, como no podía ser de otra manera, está dedicado «a la memoria de las víctimas».

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