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El escondite guipuzcoano de los hermanos Finaly

El escondite guipuzcoano de los hermanos Finaly

La odisea de dos niños judíos salvados de los nazis por católicos franceses provocó un conflicto diplomático en el que intervino el lehendakari Aguirre

PEDRO ONTOSO

SAN SEBASTIÁN

Lunes, 22 de enero 2018

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Robert y Gerald Finaly, dos hermanos judíos austriacos, tuvieron más suerte que el millón de niños asesinados en los campos de exterminio nazis. Sus padres, deportados a Auschwitz, nunca regresaron. Los huérfanos lograron sobrevivir gracias a la ayuda de la resistencia católica de Grenoble, antes de ser escondidos por clérigos vascofranceses. Cuando su caso se convirtió en un asunto internacional y una patata caliente para la diplomacia del Vaticano, recalaron en Gipuzkoa en una rocambolesca historia en la que se cruzaron las gestiones del lehendakari Aguirre y el régimen confesional de Franco.

Ambos nacieron en Grenoble, donde sus padres se habían refugiado del nazismo. Nadie estaba a salvo. En el duro invierno de 1944, el doctor Finaly y su esposa son detenidos por la Gestapo y enviados a uno de los campos de la muerte. Los niños, de 2 y 3 años, fueron confiados a la comunidad de las hermanas de Nuestra Señora de Sión. No fueron los únicos.

Seguidas de cerca por la Gestapo, el convento no era un lugar seguro. Los niños pasan a la tutela de la directora de una guardería católica de Grenoble, Antoinette Brun, que los cuida como si fueran sus hijos. Incluso los bautiza, una decisión que complicará en el futuro el destino de ambos hermanos. Luego los separa y los coloca en en el seno de dos familias católicas. Tres años después del final de la guerra, una tía de los niños, la señora Rosner, que reside en Israel, intenta recuperarlos. Brun se opone, lo que lleva al albacea de la familia a iniciar un procedimiento judicial en Grenoble.

Uno de los niños Finaly y el libro que narra su historia.
Imagen secundaria 1 - Uno de los niños Finaly y el libro que narra su historia.
Imagen secundaria 2 - Uno de los niños Finaly y el libro que narra su historia.

El caso salta a la portada de los periódicos. Se pronuncia la ONU, la Liga de Derechos Humanos y el sionismo internacional. El Estado francés, laico por excelencia, interviene en el asunto, lo mismo que el Vaticano y la Iglesia gala, al mando entonces del cardenal Gerlier. La polémica dura mucho tiempo y no hay avances. Para evitar su entrega, fueron secuestrados y confiados con falsas identidades a monjes vascos en Bayona, tal como ha documentado el historiador laburdino Jean Claude Larronde Aguerre, autor del libro 'L'affaire Finaly au Pays Basque (Historie)'. Fueron inscritos en el college Saint-Louis-de-Gonzague, el mismo en el que estudiaron a finales del siglo XIX los hermanos Sabino y Luis Arana Goiri. Estamos ya en enero de 1953.

También allí son detectados. Profesores del colegio entregan los niños a un sacerdote, Emilio Laxague, que los esconde en su parroquia. Se organiza una operación para cruzar la muga, que tiene lugar en las cercanías de Biriatu con 60 centímetros de nieve en el camino. Cuatro sacerdotes y un civil son inculpados de secuestro y encarcelados en Bayona. El asunto quema, tanto a nivel diplomático como periodístico. La Santa Sede tiene en mente el precedente del 'caso Mortara', el niño judío secuestrado por la Inquisición en Bolonia en 1858 tras ser bautizado. Su odisea, que también pasó por Euskadi -vivió y predicó en Oñati, donde tiene una calle- será llevada al cine por Spielberg.

Devueltos a su familia

Los clérigos de Iparralde que escondían a los hermanos contactaron con los monjes del monasterio de Lazkao. El hombre clave es el padre benedictino Mauro Elizondo Artola, hombre de acción y gran investigador, que decide separarlos, según el relato de Larronde. Gérald, ya con 11 años, es trasladado a Alegría a la casa del sacerdote Pío Montoya Arizmendi. Robert, de 12 años, es llevado a Tolosa con la familia de Patxi Arruti Urrestarazu, amigo del cura, y gudari del batallón 'Amaiur' del PNV, que pasó largos años en las cárceles franquistas. Más tarde pasa a la casa del padre Andoni Andonegi, en Getaria. Ya no se trataba de si los niños caían en manos de los nazis. La cuestión era si los huérfanos judíos, ya bautizados, eran enviados con su familia a Israel o se quedaban en la católica Europa.

El Gobierno de Franco se negaba a entregar a los niños, bautizados en la fe católica, a su familia en Israel

Para enredarlo todo, los clérigos de Bayona habían avisado al obispo de San Sebastián, que a su vez se lo comunicó al gobernador, y así llegó al ministro del Interior, Blas Pérez González. Franco, envuelto en la bandera del nacionalcatolicismo, vio una oportunidad para reforzar la identidad religiosa del régimen. El Gobierno español se negaba a entregar a los niños, tal y como reclamaba Francia con el apoyo del Vaticano, y confió el asunto al ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín Artajo, que había sido presidente de Acción Católica.

El jefe de la Iglesia francesa, Gerlier, y el jesuita Chaillet contactaron de manera directa con el lehendakari José Antonio Aguirre para que interviniera ante el padre Elizondo, según el relato de Joyce Block Lazaur en el libro 'In the Shadow of Vichy. The Finaly Affair'. Cándido Echevarría Artola, que trabajaba para la agencia de información y espionaje Servicios, dependiente del Gobierno Vasco, actuó como delegado del lehendakari y pidió que los niños fueran devueltos a su familia, al igual que el nuncio. Prevalece este criterio y los reunidos acceden.

El benedictino Elizondo contacta con el abad de Belloc, Jean Pierre Inda, para gestionar la entrega. El cardenal Gerlier envía a Germaine Ribiére, que tendrá un papel muy destacado, sobre todo para convencer al cónsul francés. Le cuesta varios días y, al final, utiliza a los periodistas como ariete para convencer al diplomático. El 26 de junio de 1953 Ribiére cruza la frontera por Hendaya con Robert y Gérald en un coche escoltado por seis motoristas de la Policía. En muy poco tiempo vuelan a Israel. Jacob Kaplan, que luego sería el rabino jefe de Francia, lo anuncia en los servicios del Sabbath de la tarde. En agosto, el ministro Martín Artajo firma en Roma el Concordato, reformado en 1979 como los Acuerdos entre el Estado español y la Santa Sede.

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