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Begoña del Teso
CANNES
Viernes, 18 de mayo 2018, 23:40
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Faltan solo unas horas para que acabe la edición septuagésima primera de un Festival de Cannes al que se diría le empiezan a flojear las piernas y la mollera acosado, asediado, sitiado por las nuevas y poderosísimas maneras de hacer, ver, comprar, vender y distribuir cine. Acosado, asediado, sitiado por otros certámenes más frescos, más valientes, hasta más elegantes. O con más juego de cintura y mejor visión de futuro. O con más poder de embrujamiento: Berlín, Venecia, Toronto… San Sebastián.
Sin embargo, Cannes seguirá siendo por los años de los años el sitio donde hay que estar si uno quiere sentir el Cine como lo que es: una Bestia palpitante, hambrienta, sudorosa e inquietante por la que se puede matar o morir.
Faltan solo unas horas para que se entreguen la Palma de Oro y la Cámara de Oro. Y para que El hombre que mató a Don Quijote de Terry Gilliam clausure este Cannes 2018 y se estrene simultáneamente en 225 salas de todo Francia proclamándose a los cuatro vientos que no hay gigante, molino, Caballero del Espejo, Amadís de Gaula o productor magnífico portugués, ni siquiera escudero e hidalgo vizcaíno que contra él o su fiel sirviente de los Monty Python puedan prevalecer tras años de una lucha enconada que empezó durante un rodaje maldito en unas Bardenas Reales hostiles a más no poder.
Faltan horas para que termine Cannes 71 y la Palma la gane, acaso, quien llevamos días gritando que debe ganarla, ese fantástico cineasta llamado Pawel Pawlikowski, autor de aquella cegadora Ida, autor hoy de Zimna Wodjna (Guerra Fría) prodigio de celuloide romántico y entristecido bañado en un blanco y negro con toques de jazz.
Pero antes de que Cannes 2018 empezara a acabarse, supimos de los primeros ganadores antes de esa Palma que todo lo corona. El jurado de la sección Un Certain Regard presidido por Benicio del Toro concedió su galardón a Gräns (Border), película muy pero que muy nórdica (en todas las acepciones que dicha palabra ha adquirido ya en el lenguaje de los devoradores de cine) de un director de orígenes mezclados, el sueco-iraní Ali Abbasi. Ha reinventado para la pantalla un relato de 50 páginas escritas por John Ajvide Lindqvist quien hace no tanto tiempo nos regaló aquella joya llamada Déjame entrar.
Historia extraña habitada por seres extraños con genes de criaturas fantásticas de los bosques y los hielos tiene también aires de thriller, de noir del Norte y mucha fuerza animal en las entrañas. Se desparrama y desbarra un poco pero sabe lo que busca y cómo conseguirlo.
Premiaron también Benicio y los suyos otro pedazo de celuloide filmado en las demarcaciones de lo fantástico, la brasileña Chuva é Cantoria na aldeia dos mortos que viene a dejarnos el mensaje contrario del de la amada Coco: tras el duelo debido y sentido, a los muertos hay que olvidarlos porque ya no pertenecen a nuestro Acá sino a su Allá. Cuando recogieron su premio, directores y actores pidieron ayuda internacional para su lucha Demarcaçoa ya! por una salvaguarda real de las 2000 etnias indígenas de Brasil.
Mientras todo eso pasaba en la Sala Debussy, en la Soixantième Yann Gonzalez dejaba al respetable KO con una perla homo-kitsch-porno-setentera, muy al estilo del cine de terror y sexo de grandes maestros italianos como Argento o Bava. Un couteau dans le coeur se titula y dentro de nada será película de culto. Fue una de esas locuras que aún se permite este festival que pelea, en vano, contra los molinos de viento de las novísimas plataformas y las ya nada nuevas redes sociales.
Dentro de unas horas puede, quizás, tal vez, Pawlikowski ganará la Palma de Oro
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